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Capítulo 6



El 23 de junio, tras documentar todos los detalles del hallazgo y argumentar por escrito las diversas hipótesis que barajaban, partieron hacia la civilización con el único deseo de que aquel extraño objeto no se hubiese hecho invisible ante el objetivo de su pequeña y ligera cámara Leica. De ser así, no sabían muy bien si la historia tendría la suficiente credibilidad como para que su juicio no fuera puesto en duda.

No se habían alejado ni veinte metros cuando se giraron para echar un último vistazo a aquella maravilla que quedaba atrás, mas lo único que vieron fueron aquellos árboles convertidos en postes quemados que luchaban contra la naturaleza para continuar manteniéndose en pie. Ni rastro de aquel engendro imposible, nuevamente era invisible a sus ojos.

El camino de vuelta, tal y cómo esperaban, fue mucho más sencillo. El rastro que dejaron en su anterior paso marcaba un extrecho sendero que los guió hasta las ocultas balsas, que continuaban tal cual las habían dejado. Desde allí a Vanavara llegaron en un abrir y cerrar de ojos, o eso les pareció, pues, absortos en la conversación, perdieron la noción del tiempo y el peligro. Decidieron guardar, recelosamente, en secreto, todo lo que allí habían visto. Lo último que necesitaban era llamar la atención de algún excéntrico dispuesto a pagar lo que fuera necesario por conseguir aquel objeto único en el mundo. Así, Kulik, Alekséi y Petrov juraron solemnemente que, bajo ningún concepto, revelarían a nadie, excepto a su gobierno, lo que en aquel lugar habían descubierto.

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