Читать книгу La biblia aria - Jordi Matamoros - Страница 15
ОглавлениеCapítulo 9
Desde el cómodo asiento de un camión, Alekséi recordaba la primera vez que vio aquel entorno, silencioso y exento de vida. Ahora, un séquito de personas corría y vociferaba intentando dirigir un gran convoy de vehículos. Al frente de la expedición, dos tanques T-18, último modelo, abrían camino apisonando y reduciendo a polvo todo lo que encontraban a su paso. Tras ellos, un camión oruga GAZ-AA 4x2 1500 kg, cuya “bañera” había sido modificada para que el extraño hallazgo pudiera ser trasladado de la forma más desapercibida posible.
Cargar el disco en el camión había sido coser y cantar. Manejarlo era tan sencillo que un solo hombre hubiera podido hacerlo. A pesar de la dureza que aparentaba, era liviano como un globo cargado de helio, así que la operación fue simple y rápida. Acercaron el camión a la torre, y con precisas maniobras, lo colocaron de canto, como si de un juego con una moneda se tratase. Entre la curiosa nave y la manta en la que debía de reposar, quedaba un ínfimo espacio que los separaba. Lo aseguraron para que no sufriera ningún daño durante el transporte, aunque estaban convencidos de que aquella capa protectora amortiguaría hasta el más mínimo golpe. Aquel objeto tendría unos dos metros y medio de altura en la parte central y poco a poco se estrechaba hasta morir en un ángulo romo de unos 40 cm. En un primer análisis visual no se observaba ni una sola ranura, tampoco había ventanas, ni rendijas, ni remaches, ni siquiera una protuberancia que indicara manufacturación; daba la sensación de estar construido de una sola pieza. Aquel material plateado y deslucido, de tanto en tanto, desaparecía de la vista en un extraño fluctuar. A ningún elemento conocido hasta entonces se le atribuía dicha propiedad.
Una vez finalizada la tarea, eliminaron todo rastro que pudiese indicar interés por aquel lugar. Como única prueba de su paso tan solo quedó un enorme laberinto de huellas de ruedas impresas en el terreno.