Читать книгу La biblia aria - Jordi Matamoros - Страница 19

Оглавление

Capítulo 13



―¡Camarada Kulik…! ―saludó Stalin cordialmente al verles entrar en su despacho. Se levantó y se dirigió hacia sus tres invitados―. Está usted mucho más delgado que la última vez que nos vimos. ―Su tono de voz era amistoso y su sonrisa parecía franca, pero Kulik no se quiso dejar engañar por ello, sabía lo que aquel tipo podía ocultar tras esa amable fachada―. Tomen asiento, por favor. ¿Han tenido un buen viaje?

―Podría haber sido mejor… ―intervino Alekséi. Kulik miró a su compañero inmediatamente, indicándole con un sutil gesto que cerrase la boca.

―Usted debe de ser Alekséi ―dijo tras fijarse en sus vendajes. Era evidente que estaba al corriente de todo lo ocurrido―. Me habían advertido de su temperamento ―rompió a reír.

―¿El objeto llegó a puerto? ―preguntó Kulik desviando el tema.

―Sí, profesor. La operación se llevó a cabo según lo previsto. Ahora su hallazgo se encuentra a buen recaudo. No se han de preocupar por nada, mis hombres se encargan de todo. Quisiera agradecerles su disposición y cooperación incondicional en esta misión.

―Y ahora, ¿qué piensa hacer?

―Estudiaremos la tecnología empleada en el artefacto y estoy seguro de que podremos extrapolar esos conocimientos para mejorar nuestro armamento y nuestras flotas aérea y terrestre, convirtiendo así nuestro ejército en un adversario invencible.

―Cada uno tiene sus prioridades. Yo, personalmente, siento más curiosidad por descifrar las leyes físicas por las que se rige, su composición, su estructura, su procedencia… Pero el objeto se encuentra en su poder, así que usted manda. ¿Cuándo podemos comenzar a estudiarlo?

―Siento comunicarle que usted no se encargará de hacerlo, camarada Kulik.

―¿Cómo…? ¡No puede dejarme al margen de ese proyecto!

―¡Cálmese! No lo voy a hacer. Ha movido usted cielo y tierra para investigar el misterio de la gran devastación de Tunguska. No creo necesario recordarle que esta era su prioridad. ¿Cierto? Ha encontrado infinidad de impedimentos en su camino, pero aun así, ha sido un hombre perseverante y ha llegado a donde ningún otro lo había hecho. La fortuna ha querido que tope con este artefacto, nada más. Usted continuará vinculado al proyecto, pero desde la misma perspectiva que lo movió a involucrarse en este viaje.

―¿Qué quiere decir? ―Su voz sonaba trémula por la ofuscación.

―Quiero que Iván lo acompañe al lugar donde cayó el otro objeto, lo encuentren y lo traigan para mí, para el bien de nuestra patria.

El anciano, que durante todo el rato se había mantenido callado, al escuchar su nombre de boca de aquel hombre que tanto lo intimidaba, se movió nervioso intentando protegerse, inconscientemente, detrás de Alekséi.

―Confío ciegamente en su discreción ―continuó Stalin―. Les dejó claro mi oficial al mando lo que podría pasar si revelan lo más mínimo de esta misión ¿verdad? ―dijo retando a Alekséi con la mirada.

―No pudo ser más explícito, señor ―respondió con sarcasmo―. Claro como el agua.

―Llámeme camarada ―dijo aquel sádico sonriendo tras su tupido bigote.

―Quizá más adelante, señor ―replicó Alekséi. Stalin rio sonoramente.

―Tiene usted redaños, joven. Ándese con cuidado, no se los rebane su ego.

―Profesor Kulik ―dijo adquiriendo nuevamente un tono cordial―, ya se está organizando otra expedición; saldrá para Tunguska la primavera del año que viene. Entre tanto, vuelva usted a impartir clases con normalidad. Informará a sus superiores del fracaso de la misión, así como de la próxima que piensa hacer al lugar para seguir buscando el impacto del meteorito o alguna prueba de lo que allí aconteció. Ni que decir tiene que no nombrarán para nada el objeto que hallaron. Mientras tanto, Iván se quedará en nuestras instalaciones. Aquí tendrá todo lo que precise… Empezando por un buen baño ―añadió para sí mismo.

―¿Es usted el nuevo Zar? ―se atrevió a preguntar Iván.

―Curiosa pregunta, Iván ―dijo rompiendo nuevamente a reír―. Curiosa pregunta… ¿Podría usted indicarnos el lugar exacto hacia dónde dirigir la próxima expedición? ―interrogó al anciano evadiendo la respuesta a su pregunta.

―Podría, claro que podría. Conozco mi territorio de cabo a rabo.

―Pues bién, ¿lo hace? ―preguntó Stalin viendo el prolongado silencio.

―No, señor, camarada, Zar. Yo no he elegido estar aquí. Sus hombres me han traído en contra de mi voluntad y mi único deseo es morir en la tierra que me vio nacer. Acompañaré al señor Kulik, como usted ordena, y colaboraré en todo lo que haga falta para hallar ese dichoso objeto, pero a cambio quiero que me dejen vivir en paz el resto de mis días. Si hablo ahora no estoy seguro de despertar mañana. ―Y en un arrebato de coraje añadió―: ¡No confío para nada en usted!

Stalin lo miró con una mueca arrogante. No podía creerlo; aquel vejestorio imponiendo sus condiciones. Por mucho menos había ordenado cortar cabezas. Pero aquel día se encontraba de un humor excepcional, así que sonrió mientras profería unos amistosos golpecitos en el hombro de Iván.

―Es usted todo un negociador. Ahora puede retirarse. Acompáñelo, Kulik. Hablaremos más tarde.

Alekséi dio por supuesto que aquella invitación a abandonar la sala estaba dirigida también a él, así que, encantado de perder de vista a aquel déspota, se dispuso a seguir a sus compañeros.

―Usted no, camarada Alekséi. Para usted tengo otros planes.

Alekséi y Kulik cruzaron una fugaz mirada mientras la puerta se cerraba entre ambos, distanciándolos, distanciándolos por siempre… Kulik nunca más supo de Alekséi ni del objeto oval.

―Será un gran honor formar parte de sus planes, señor ―dijo con sarcasmo―. ¿Piensa utilizarme de carnaza para los leones?

Stalin rio sin poder evitarlo.

―¡Me encanta este hombre! ―se dijo a sí mismo―. Sin duda es usted la persona indicada para encomendarle esta misión. Tendrá a sus órdenes un grupo de científicos y se encargarán de investigar hasta el último detalle de la nave. Quiero saber de ella absolutamente todo. Veo que se ha quedado sin palabras… Es usted un hombre increíblemente inteligente, aventurero, valiente… como ha demostrado en numerosas ocasiones, pero está solo, sin familia, sin nadie que lo espere…

―…Al que nadie echará de menos si desaparece ―terminó la frase. Ahora entiendo a dónde quiere ir a parar. Un hombre invisible para la sociedad.

―¡Exacto! Mis hombres le dirán dónde alojarse hasta el momento de partir.

Alekséi salió de aquella reunión con sentimientos contrapuestos; por un lado, hubiera deseado terminar, con sus propias manos, con la vida de aquel hombre que para él era la encarnación del mal, y por otro lado salía de allí con unas ganas irrefrenables de saltar de alegría. Acababan de ponerlo al mando de un proyecto que, cualquier estudioso de la ciencia y de los cuerpos celestes, mataría por conocer.

Pensaba abrir aquella nave costara lo que costara y pensaba penetrar en su interior. No podía dejar de especular en lo que encontraría dentro de la misma. ¿Sería un objeto hueco? De eso estaba seguro, su liviandad así lo indicaba. ¿Cómo se habían ensamblado las distintas partes de aquel exterior tan extremadamente pulido y que a simple vista no mostraba signo alguno de soldadura? ¿Cómo sería por dentro? ¿Podrían abrirlo? ¿Hallarían a alguien en su interior? ¿Estaría vivo, en caso de que así fuera? ¿Qué será de Kulik? ¿Volveré a ver a mi mentor? Y cuando cumplamos el objetivo de Stalin, ¿nos dejará vivir?… Mil interrogantes sin respuesta se agolpaban en su mente mientras dejaba que lo invadiera la adrenalina de la certeza de que, pasara lo que pasara, aquello sería una gran aventura reservada a unos pocos. Se sentía privilegiado.

La biblia aria

Подняться наверх