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Capítulo 1



El anciano chamán Evenki contemplaba absorto el cielo con la particular óptica que le confería la previa ingesta de Amanita Muscaria. A pesar de la quietud que mostraba su cuerpo, su alma vagaba inmersa en un caótico viaje…

Volaba con rapidez por los siete mundos. Los seres sobrenaturales, perversos, de los mundos inferiores, intentaban atraerlo hacia la oscuridad. Con gran esfuerzo, remontaba el vuelo, surcando las raíces del averno. Reptaba por el inmenso tronco que llevaba al mundo terrenal.

Allí, arropados por la paz y el sosiego de la noche, los hombres del poblado dormían al abrigo del fuego en sus sencillas tiendas cónicas, construidas con ramas y pieles curtidas. El silencio solo era roto por el llanto de algún bebé reclamando alimento nocturno o por algún bramido del rebaño de renos. Mas todo aquello quedaba atrás a una velocidad de vértigo; cientos de metros, quizá miles, separaban las raíces de aquel mitológico árbol de las ramas más altas…

En ellas se hallaba ahora y estas estaban repletas de seres de luz que le susurraban sueños imposibles, con pensamientos angustiosos que venían a su mente en forma de pesadilla. En sus delirios, vio un pájaro que surcaba el aire dejando tras de si una sucia nube de humo negro como el carbón. Su pico, abierto, emitía un ensordecedor graznido que hacía temblar todo a su paso. La loza reventaba sin causa aparente y los animales huían en estampida.

Desde el cielo, un tropel de cuervos descendía y atacaba sin piedad a hombres, mujeres y niños de su clan. De cada profundo picotazo surgía al instante una infesta pústula que no tardaba en estallar liberando así su putrefacto contenido.

El gran pájaro tomaba más y más velocidad. Su estridente chillido se transformaba en un ensordecedor silbido y su color quedaba oculto por la luz que emanaba de sí mismo; una luz cada vez más cegadora.

De pronto, y sin previo aviso, todo aquel entorno saltaba en pedazos: árboles, renos, tiendas, personas… Absolutamente todo se transformaba en una vorágine de destrucción.

El chamán volvió a la realidad. Allí estaba, de pie y en soledad, en la fría tundra siberiana, ataviado con sus pieles, al igual que hicieran sus ancestros durante tantas y tantas generaciones, teniendo la seguridad de que aquel mal augurio era tan real como él mismo. Sabía que las horas, de la que fuera su vida hasta aquel momento, estaban a punto de terminar, tanto para él como para los suyos, así que no se molestó en avisarles, simplemente lloró por ellos mientras se abandonaba a la muerte. Su corazón se detuvo en el mismo instante en que una bella lluvia de estrellas adornaba el cielo de Tunguska.

La biblia aria

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