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—Debes volver al árbol, Lobías —dijo la señora Syma.

La señora de la Casa de Or tomó por los hombros a Lobías y le sonrió. Rumin sintió sus manos suaves; si algo de angustia se encontraba dentro de él, aquello lo disipó. Observó sus rasgos, parecidos a los de By. La señora Syma golpeó levemente el hombre derecho de Rumin y le pidió que se acercara a la ventana. By hizo lo mismo.

—¿Tan pronto? —preguntó Lobías Rumin.

El ventanal daba hacia las praderas. Era de cristal, enmarcado con madera de un color verde natural, mate. El piso estaba cubierto con una especie de alfombra de hilo, agradable al andar, mullida, cálida. De pronto, Lobías se sintió cansado, hubiera preferido disfrutar de un buen desayuno en aquel lugar, descalzo, al amparo del fuego de la chimenea.

—No es pronto, lector —siguió la señora de Or—. ¿Qué ves en el campo?

—Es un día gris, señora.

—Pero ¿qué percibes? Dime.

—Veo a unas mujeres que caminan muy juntas y fogatas y soldados. Es lo que veo, señora.

—Las mujeres son maguís, y lloran por los muertos de una batalla, y entonan oraciones para que sus almas encuentren el camino hacia los Bosques sin término, donde podrán descansar hasta que estén listos para volver.

—¿Para volver?

—Es así —dijo By, que se encontraba junto a ellos y miraba a través de la ventana.

—¿Y cuándo volverán?

—Nadie lo sabe —confesó Syma—. Puede ser dentro de mil años o dentro de un día, en una flor o en una mariposa. Pero volviendo a lo que es importante ahora para nosotros, lo que vemos es un campo de batalla: muertos, sangre, fuego, frío y, en la colina, un rastro de nieve como un presagio blanco y maligno. El mundo está enfermo, Lobías. Un gran odio se cierne en el horizonte. Un odio que vino de la niebla, y no sabemos ni sus razones ni su objetivo final, por eso debemos estar preparados. Así que no es pronto, no. Quizás, incluso, sea tarde, pues todo ha empezado ya. Y en este juego, el destino les ha dado a ellos la ventaja de la sorpresa pero, a cambio, nos ha dado a nosotros la de una ficha más poderosa. Algo tan inesperado que estoy segura de que nuestros enemigos no lo tenían previsto.

—¿De qué habla, señora? —dijo Lobías.

—De ti —respondió By.

—No, no habla de mí —exclamó Lobías—, no soy un guerrero ni un mago, y no me avergüenza decirlo.

—Me doy cuenta de que no sabes bien lo que ha sucedido, Lobías —continuó la señora de Or—, apenas comprendes la importancia de tu acto, aún estás lejos de entender el poder que te ha sido concedido.

—Sé que he podido leer el libro, pero eso fue sólo una casualidad.

—Nada lo es, Rumin —dijo By.

—Oh, By tiene razón, Lobías, nada puede serlo —continuó Syma—. Y por eso debes volver al árbol, debes volver y encontrarte, pues apenas has estado en contacto contigo mismo. No sabes mucho de ti, Lobías. ¿O me equivoco?

—Sé de dónde vengo, señora. Nací en Férula, una isla de pescadores, y pasé un tiempo en Porthos Embilea antes de ir a vivir a Eldin Menor, junto al valle de las nieblas. Y no pretendo menospreciar estas ciudades, pero no hay nada en ellas que recuerde un pasado de guerreros.

—¿Conociste a tus padres?

—Sí, pero no los recuerdo, era muy niño cuando murieron; en cambio, conocí a mi abuelo.

—¿Lo conociste realmente? —preguntó la señora de Or—. ¿Sabes quién era, a qué se dedicó cuando joven, de dónde vino? ¿Sabes si era en realidad tu abuelo? ¿Recuerdas haberlo visto con tus padres alguna vez?

Lobías se quedó rígido, sorprendido por las preguntas de la señora Syma. Miró hacia el piso, tratando de encontrar una respuesta dentro de sí, pero no pudo hallarla. No sabía nada de su abuelo. Se había marchado demasiado pronto, mucho antes de que Lobías pudiera interesarse por su pasado y preguntar. Se sintió desolado.

—No sé mucho, en verdad —musitó Lobías.

—No es tu culpa, muchacho —dijo la señora Syma—. A veces somos víctimas de las circunstancias, así que no es tu culpa. Pero la vida te ha traído hasta aquí. La vida te ha dado una oportunidad. Y estoy segura de que eres mucho más de lo que alguna vez pudiste imaginar, Rumin. Oh, mucho más, sí. Puño de hierro y alma de viento, eso veo en ti, joven Lobías. Sólo debes encontrarte.

—¿Y por ello debo volver al Árbol de Homa?

—Es preciso que regreses de inmediato.

Lobías permaneció en silencio unos segundos, antes de agregar:

—No de inmediato, señora.

—¿Por qué no debía ser así? ¿Qué te lo impide?

—Debo buscar a mis amigos, señora. He venido con ellos hasta acá, y no pienso dejarlos olvidados en la Fortaleza. Debo encontrarlos y llevarlos conmigo hasta el árbol.

—No sé si es conveniente ahora, joven Rumin.

—Tampoco yo lo sé —insistió Lobías—, pero debo hacerlo. Mi corazón me dice que debo ir allí y encontrarlos.

—Entonces debes hacer caso a tu corazón, no a mis palabras. Supongo que estará bien que pases antes a la Fortaleza, aunque te desvíes un poco de tu objetivo. Si eso te da paz, adelante.

—Tampoco creo que sea buena idea ir a la Fortaleza, Lobías —dijo By—, de hecho, creo que es justo lo contrario, pero si es necesario, te llevaré.

—¿Vendrás conmigo, By?

—¿Pensabas que te dejaría ir solo?

—Qué buena nueva.

—Y Furth vendrá también —agregó By.

—Mejor aún —dijo Lobías, repentinamente animado.

—Esto no es un paseo —agregó la señora Syma—, no es una aventura entre amigos, deberán ser cuidadosos y no levantar sospechas. Pero Furth sabrá guiarlos bien.

—Furth es el mejor —exclamó By.

—Sí que lo es —agregó Lobías.

La señora Syma volvió a acercarse a Lobías.

—Eres tan joven —dijo la señora de Or—. Sabes tan poco, muchacho. Pero tienes un corazón fuerte y un alma poderosa como un tornado. Veo algo en ti, Rumin, y mi hija también lo ha visto. Nos enfrentamos a tiempos muy oscuros, pero el valor sobrevivirá. Que la magia que hay en ti, te muestre los caminos. Que te los muestre incluso en medio de la oscuridad, Lobías Rumin, lector del Árbol de Homa.

Lobías asintió, emocionado y desconcertado a la vez. Sabía que las advertencias de la señora Syma eran certeras, que se enfrentaban a un peligro mortal y desconocido, pese a ello, se sentía feliz, pues la idea de volver a la aventura con By era algo que le animaba de todas las maneras posibles.

La caída de Porthos Embilea

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