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16

El barco se acercó hasta que las siluetas se volvieron hombres.

—Ralicias —dijo Mazte Rim.

Tres de los cinco se levantaron y empuñaron sus espadas.

—Venimos de Férula —gritó Ramal—. Venimos de Férula, hemos sido atacados.

El barco de los ralicias se acercó hasta casi tocar la popa, lo que hizo que Mazte Rim saltara desde el otro lado, empuñando su espada. Cada uno de los niños e Ulanar gritaron anunciando que habían huido de la isla de Férula, pero ninguno de los cinco parecía escuchar.

Uno de los ralicias puso su pie sobre el borde de la proa y pareció que de un momento a otro se lanzaría sobre la embarcación de los trunaibitas. Luna tenía sólo un remo de madera para defenderse, pero, de pie, lo agarró como una lanza y dijo al hombre:

—No te atrevas, maldito.

En ese momento, Mazte alcanzó a Luna y amenazó al ralicia con su espada, que brilló en la oscuridad neblinosa.

—¿Acaso no escuchas lo que digo, hombre del muro? —preguntó Mazte Rim.

—¿Vienen de Férula? —dijo finalmente el ralicia. Su aspecto era serio, y parecía, antes que un pescador, un guerrero.

—¿Acaso están sordos? —gritó Ramal.

Mazte había alzado su espada, cuyo borde filoso sobresalía por la popa del barco, el ralicia hizo lo suyo, golpeando con su espada la de Mazte.

—Aleja eso de aquí —pidió el ralicia de mala gana.

—¿Qué sucede? —preguntó Mazte Rim—. ¿Por qué nos abordan de esta manera?

—Nadie ha podido escapar de esa isla —dijo el ralicia—. Ni uno solo, estoy seguro, pero no me interesa combatir contra mujeres y niños.

El ralicia hizo un ademán y los remeros recondujeron la balsa en dirección al este. Mazte y los otros los observaron alejarse con alivio.

—¿Eran ralicias en verdad? —preguntó Ulanar.

—Lo eran —dijo Mazte—. Olían a ralicias.

—Y estaban muertos de miedo —dijo Luna.

—Nos confundieron con invasores o con muertos —sentenció Ramal.

Mazte, Ramal y los otros siguieron remando lo más rápido que pudieron. Poco después, divisaron la Fortaleza Embilea, los muros altos de piedra gris, las torres que flanqueaban su entrada, las banderas flotando sobre ellas. Luego, el puerto, las casas de los pescadores, los techos de color azul o rojo o blanco, y el embarcadero junto al faro de Édasen.

—Los estofados están sobre el fuego —anunció Mazte Rim.

—Hay gente en el embarcadero —dijo Lar—. Estamos salvados.

Y sus dos hermanos se animaron y dijeron lo mismo, pero ninguno de los adultos de aquel barco cambió su semblante ni su ánimo, pues, de una manera u otra, sabían lo que se avecinaba. La niebla avanzaba desde el mar. La oscuridad reinaba sobre todas las cosas.

La caída de Porthos Embilea

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