Читать книгу La caída de Porthos Embilea - Jorge Galán - Страница 20

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Desde la ventana de un cobertizo, un hombre llamado Bruno Ta observó cómo una mujer recibía una andanada de flechas. Al observar aquel espectáculo macabro, salió disparado en dirección a los acantilados. Había alcanzado a hacer tres cosas antes de salir de casa: tomar un abrigo, calzarse unos zapatos y tomar una vieja espada que guardaban sobre una alacena en la cocina. Corrió sin mirar atrás, como un percherón en estampida, cuando escuchó a su derecha los gritos de una mujer y vio una pelea entre un hombre y un muchacho, y tres tipos altos que vestían armaduras oscuras. Sin pensarlo, Bruno Ta corrió en dirección a la escena. Pronto reconoció que el chico y el hombre eran sus vecinos, Ramal Etz y Lar. El chico estaba en el suelo, a punto de recibir una estocada cuando Bruno Ta lanzó su espada al atacante dándole de lleno en la cabeza. Si hubiese tenido tiempo para meditarlo, se habría dado cuenta de que acababa de matar a un hombre, pero nadie podía detenerse a pensar en ese instante. Había que actuar y sobrevivir.

Ramal Etz estaba frente a sus atacantes y se defendía lanzando golpes con su espada. Atrás de él, Ulanar y sus otros dos hijos estaban paralizados por el miedo.

Bruno Ta tomó la espada del chico y corrió en ayuda de Ramal. Pronto se vio inmiscuido en una lucha que tenía todas las posibilidades de perder.

—Piedras —gritó Bruno, que trataba de esquivar a su atacante.

Nadie pareció entender.

—Piedras, piedras, piedras —gritaba, al tiempo que se movía como una gacela saltando de un lado a otro. Entonces, de más atrás, escuchó el zumbido de algo que pasaba volando y daba de lleno en la cabeza de su contrincante. El soldado oscuro se tambaleó y Bruno Ta aprovechó para atravesarle el pecho con su espada.

Aquel acto hizo reaccionar a Ene, que tomó un guijarro y lo arrojó al hombre que peleaba contra su padre. De inmediato, Ulanar y Lars hicieron lo mismo. En un instante, una lluvia de guijarros cayó por todo el cuerpo del soldado y, antes de que pudiera comprender lo que sucedía, una enorme piedra dio de lleno en su frente y cayó como una rama que acabara de ser cortada de un árbol enorme. Todos voltearon a mirar hacia atrás, para ver quién había lanzado esa piedra con semejante puntería y se encontraron con Luna y Mazte Rim.

—Nunca me alegraré tanto de verlos —confesó Ramal, dirigiéndose a la pareja —. Y eso también te incluye a ti, Bruno.

—Llegué justo a tiempo —dijo Bruno Ta.

Mazte Rim y Luna se acercaron.

—¿Tienes suficiente espacio en tu bote? —preguntó Mazte Rim.

—Sí —respondió Ramal—. Hay espacio de sobra.

—Juntos somos más fuertes —dijo Bruno.

Un estrépito que llegó desde el norte los hizo voltear. Parecía que algo muy pesado como una torre se hubiera derrumbado cerca de ahí.

—No hay tiempo —dijo Ramal—. Síganme.

Y todos lo siguieron. Se dirigían hacia un pequeño trecho en medio de unas rocas cercanas, donde Ramal dejaba su embarcación amarrada y protegida de las altas mareas.

Bajaron a través de una colina cubierta de hierba que se había vuelto lisa por la lluvia de la madrugada. La niebla se acercaba desde el norte. Nadie llevaba antorcha, así que debían darse prisa porque si la niebla los alcanzaba no tendrían visibilidad y podrían caer o perderse. Corrieron lo más rápido que pudieron, conteniendo el aliento. Al llegar a las rocas bajaron con toda la precaución que les permitía su ansiedad. Ramal bajó primero y luego los chicos y las mujeres. Mazte Rim y Bruno Ta montaron guardia un poco más arriba. La niebla casi los había alcanzado. En el momento en que Mazte Rim descendió, algo pasó, pero Bruno fue jalado hacia atrás, en dirección a la niebla.

—¿Qué sucede? —gritó Mazte Rim.

No hubo respuesta.

La caída de Porthos Embilea

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