Читать книгу La caída de Porthos Embilea - Jorge Galán - Страница 18
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La muerte llegó a las islas Creontes en mitad de la noche y a la isla de Férula en la madrugada. Nadie esperaba un ataque, así que no había vigías y los faros sólo alumbraban en dirección a Porthos Embilea, pues no se conocía nada que pudiese venir en dirección contraria, salvo la niebla. Las antiguas historias contaban que cientos de años atrás, en los territorios conocidos, había países y regiones de grandes bosques y la niebla no existía. Algunos cronistas daban cuenta de tres expediciones de marinos que se habían internado en aquellos páramos y ni uno solo de esos barcos había vuelto jamás. La última, una pequeña balsa de pescadores, había navegado en la orilla, pero se dice que algo la atrajo hacia adentro, que los marinos nada pudieron hacer para volver y que incluso, muchos años más tarde, aún se podían escuchar sus gritos de terror.
Los que llegaron a las islas no tenían nombre conocido y atacaron sin mediar palabra, sometidos por una furia inexplicable. En los muelles, fueron barridos los pocos guardias y los hombres que volvían de la pesca nocturna. El mercado de la isla de Férula fue incendiado, después de que asesinaran a los pocos vendedores que estaban ahí a esa hora. Los gritos de terror pronto llegaron al pueblo. En la casa de Gobierno, el señor Tunin, el alcalde, organizó un pequeño grupo de hombres. A pesar de su valentía, no fueron rival para los atacantes. No tenían experiencia en combate, no sabían usar de manera apropiada ni espadas ni lanzas, y los sobrepasaban en número. Con el alcalde salieron cuarenta y cinco hombres, que se apostaron en la plaza central. El ejército oscuro llegó a través de la calzada, en dirección al muelle, y a las colinas del sur, desde los acantilados donde los chicos se lanzan al mar cuando quieren impresionar a las chiquillas. Los atacaron por dos flancos distintos. No fue una batalla justa. Los cuarenta y cinco y el mismo señor Tunin sucumbieron en apenas minutos.
Mientras eso pasaba, las casas fueron saqueadas y asesinados quienes se encontraban dentro. Pronto hubo incendios en toda la isla. Los gritos eran más fuertes que el sonido de las espadas que chocaban. Nadie opuso una resistencia considerable. Algunos dieron batalla, pero casi siempre infructuosa. Ancianos y niños y mujeres y hombres fueron asesinados por donde el ejército oscuro avanzó. Ya no quedaba nada atrás, salvo fuego y ceniza y niebla. Y la niebla se apoderó de la isla como una maldición que se extiende por un cuerpo.