Читать книгу La caída de Porthos Embilea - Jorge Galán - Страница 6
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El primer recuerdo de Lobías Rumin era el de su abuelo sentado en la proa de un pequeño barco, su mano llena de lunares y, al frente, una luz que caía en el mar, la del Faro de Édasen, en Porthos Embilea.
—El gran faro alumbra otra vez —había dicho su abuelo—. Édasen, como la espada luminosa de los tiempos de Thun, el viejo domador.
Lobías recordaba aquella escena, la silueta de su abuelo, sus palabras. Cuando pensaba en ella, tenía la sensación de que antes de aquel instante había estado dormido, que la visión del faro lo había despertado a la vida y que, sin duda, aquél era su primer recuerdo.
Esa noche, cenaron en una fonda. Lobías recordaba una enorme olla sobre el fuego, la voz de su abuelo, tan animado con la sopa, el olor del pescado que emanaba de ella, otros hombres y mujeres yendo de un lado a otro o sentados a la mesa.
Más tarde, esa misma noche, su abuelo lo llevó a caminar por unas colinas cercanas. En algún momento se tendieron allí, bajo el cielo, y, casi de inmediato, pudieron observar una estrella fugaz.
—Pide un deseo, Lobías —dijo el abuelo—. Estoy seguro de que podemos tener suerte esta noche. ¿Sabes que con las estrellas fugaces hay que tener suerte dos veces?
—No sé nada de eso, abuelo —dijo el niño.
—Pues te contaré —agregó el anciano—. La primera consiste en lograr ver una estrella fugaz, como nosotros ahora. Pero la segunda consiste en que nadie más que tú la haya visto. Si es así, el deseo que pidas se cumplirá. Si alguien más en este mundo o en cualquier otro mundo, ha observado la misma estrella, no sucederá nada. Pero si has tenido la suerte de ser el único, entonces no importa lo enorme o extraño que pueda ser tu deseo, se cumplirá. Y es seguro que hemos tenido esa suerte ahora, Lobías. Así que piensa en algo bueno. Yo también lo haré.
Lobías no pidió nada, no comprendió lo que su abuelo le quería decir, pese a ello, nunca olvidó su revelación sobre las estrellas fugaces. Años más tarde, mientras se encontraba tendido en una colina, ya no en Porthos Embilea, sino en los territorios de la Casa de Or, Lobías observó una estrella fugaz y pensó en su abuelo. Deseaba tanto que hubiera presenciado lo sucedido, la batalla, lo que había sido capaz de hacer. Estaba seguro de que aquel hombre hubiera encontrado una explicación para él. Así que eres un lector, le hubiera dicho. Pero Lobías se encontraba solo en la oscuridad, como lo había estado desde hacía mucho tiempo.
La madrugada era fría, gris. En los árboles se acumulaba la escarcha. En la brisa flotaba un olor pestilente a carne chamuscada. De los campos que lo rodeaban, llegaba el brillo de las hogueras y las voces de las mujeres que dedicaban oraciones a los caídos. Una sombra llegó desde atrás y lo sobrepasó. Lobías giró el cuello para encontrar a By.
—Mi madre quiere verte —anunció By.
—¿Es necesario ahora, By? Apenas amanece.
—Esto no ha acabado, Rumin —siguió By—. Hemos ganado una batalla, pero algo más siniestro se cierne en el horizonte. Por todas partes se oyen voces que anuncian que todo esto sólo acaba de empezar. Debemos estar preparados.
Lobías asintió, moviendo la cabeza. Se puso de pie y se limpió la frente con el dorso de la mano.
—Vamos, entonces. Si hay que seguir, mejor hacerlo de inmediato.