Читать книгу La caída de Porthos Embilea - Jorge Galán - Страница 19

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Cuando Mazte Rim entró a su casa, su esposa Luna todavía estaba bajo las sábanas y dormía plácidamente.

—Luna —susurró en su oído y la mujer emitió una queja que quería decir: No me molestes, aún es temprano.

Luna no podía despertarse temprano jamás y hacía mucho que Mazte Rim había desistido de obligarla a levantarse en la madrugada para ir a ordeñar las cabras o ayudarle a preparar el desayuno. Lo hacía él a cambio de que ella, que era una cocinera magnífica, se encargara del almuerzo y la cena. Luna no era una campesina. Su padre, el señor Nirú, era un político de mucho prestigio en Trunaibat, un hombre de buenas maneras que había dado a sus tres hijas una educación envidiable en poesía, música y artes gastronómicas. A Mazte Rim no le importaba que su esposa durmiera más de la cuenta o que no disfrutara con él de ordeñar a las cabras o preparar la sidra, y que jamás le gustara ir de pesca. Él sabía que suficiente tenía ella con haber abandonado las comodidades de la casa del señor Nirú para irse a vivir con él a una isla donde no había mucho que ver o hacer, salvo ir de paseo por las colinas, pescar, observar a las gaviotas o preparar la sidra.

Pero aquella no era una mañana para pensar en complacencias.

—Luna, levántate, debemos largarnos de aquí.

Mazte Rim tomó a su mujer por los hombros y la jaloneó.

—Pero ¿qué te sucede? —se quejó ella—. Es de madrugada.

—Sucede que debemos irnos.

—¿Irnos? —dijo Luna, somnolienta—. ¿Quieres ir tan temprano a Embilea? ¿No tenías que dejar las botellas a la señora Brun?

—Hemos encontrado cuerpos, muertos y atravesados por flechas, pero eso no es lo peor. Hay algo en el aire. No sé exactamente qué es, pero sí sé que se trata de algo maligno y se está acercando.

—¿Estás hablando en serio o es una de tus desagradables bromas, señor Mazte Rim? —preguntó Luna, que había interrumpido un bostezo y miraba a Mazte llena de ansiedad.

—Tan en serio que, si no te levantas en este instante, no tendremos oportunidad de escapar…

Cuando dijo eso, Mazte Rim comprendió que sería así, lo había intuido y comprendido sin siquiera pensarlo. Lo que husmeaba en el aire era el olor de la muerte, pero no una muerte natural, ni siquiera una sola muerte, sino muchas. Flotaba en la brisa la fetidez de la catástrofe.

La caída de Porthos Embilea

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