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21 de Junio 1782 La imagen que proyectaba el padre de las tías de Matías acerca de ser un hombre viril y temible gracias al cuerpo alto, robusto y de fuerte estructura ósea que Matilde heredó, le ayudaba a imponer respeto frente a amenazas externas. Su comportamiento ultra religioso le era muy útil para mantener protegidas a las suyas, eso le daba el respaldo de las fuerzas eclesiásticas que complementaban la seguridad de él y de su familia, por ello se mostraban devotos y otorgaban generosos aportes económicos a la institución religiosa.

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Pero el amparo que proporcionaba el patriarca se extendía también al interior de su hogar. Aquellos fuertes brazos y grandes manos eran ideales para contener a su mujer ante sus fuertes crisis de pánico, de ese modo, mantenía el temple mientras dirigía a cada una de sus hijas y así lograba evitar un mayor desborde en Flora, o incluso en las demás. Por ende, su protección debía ser tanto interna como externa.

―Ana, trae un jarro con agua para que tu madre beba. Clotilde, por favor, dame una toalla húmeda. Matilde, siéntate y quédate quieta por si te necesitamos. ―Dante rodeaba con ambos brazos a Flora con un amor que sus hijas jamás volvieron a ver en nadie más.

―Mamá, no te pongas mal ―dijo Matilde quien, al ver en ese momento a su papá, aprendió la importancia de dar cariño.

―Flora, mírame. ―Soplaba su rostro para tranquilizarla, la madera en la chimenea la regresó a esos macabros recuerdos infantiles―. Estamos en el mar, ¿recuerdas la brisa?, aquí no hay peligro. Gracias. ―Cogió primero el paño y refrescó el rostro, acto seguido le sopló la cara sin soltarla―. Este es el mar, hoy hay viento; estoy aquí contigo, te estoy abrazando. Bebe, mi amor, bebe.

Luego de tomar agua, poco a poco recobró la compostura.

El hombre pidió estar solo con su mujer y sus tres hijas cumplieron de inmediato su petición, la besó en la frente y le acarició el abultado vientre, en ese entonces, faltaban tres semanas para que Helga naciera y la experiencia de haber pasado por cargar durante nueve meses a tres mujeres y tres hombres le daba a la futura madre muy altas expectativas de saber que una cuarta niña se venía en camino. Sin embargo, mientras Flora permanecía sentada junto a su marido, no podía evitar sentir un dejo de preocupación; ya no deseaba pasar una cuarta vez por la experiencia de realizar el aborrecible acto de sacrificar a un varón antes de que pasara una semana de haber nacido.

―Flora, ¿estás mejor? ―dijo Dante al tiempo que acariciaba su mejilla, luego su rostro se volvió serio para expresar lo que ambos sabían―. Es hora de decirles la verdad a todas juntas… a todas ―recalcó.

―No, es que… ―intentó buscar algún argumento que prorrogara ese momento, pero ya no había opción.

Flora sabía que sus evidentes ataques, en gran parte, eran causados por el temor de que sus hijas menores cometieran el mortal error de delatarlos sin querer.

―Sabes que es niña, ambos lo sabemos y tus crisis han empeorado estos últimos meses, tienes miedo de Ana o peor, de Matilde, que es más inocente, más pequeña. Pero no podemos dejar todo en manos de Clotilde cuando no estemos, porque puede que no le crean ―hizo una pausa―… Y ahí, se perderá todo.

―Pero… ¿toda la verdad?, ¿y omitir detalles? No quiero que ellas sepan lo que hacemos con los niños, no quiero que sepan lo que debemos hacer para mantener la fuerza de mi linaje, perdón, nuestro linaje.

―Flora, ¿no te das cuenta?, nosotros hemos sido bendecidos. Hace muchas generaciones que no se da un cuarteto en tu linaje y este coincide con un cuarteto cardinal en el que están los cuatro elementos, y ellas deben prepararse para cuando no estemos. ―La miró fijo a los ojos.

―¿Cómo pude ser tan ciega?, es cierto, ellas juntas pueden ser muy fuertes ―dijo al momento que dirigía su vista y sus manos a su vientre, el hombre sonrió complacido.

―Hay algo importante que deben saber y quiero que me escuchen con atención.

Esa misma noche, Dante, acomodado en un adornado sillón, como el emperador de la casa, gozaba de la atención absoluta de sus hijas a quienes tenía en frente. Clotilde, Ana y Matilde de veinte, doce y seis años respectivamente, escuchaban con absoluto silencio aquellas palabras tan importantes que iban a salir por su boca para develar el tremendo poder de la familia.

―Hay algo importante que deben saber y quiero que me escuchen con mucha atención ―dijo en tono solemne―. Solo Clotilde lo sabe, por ser nuestra hija mayor.

―¿Y por qué ella? ―reclamó Ana.

―No me interrumpas ―dijo el hombre manteniendo el mismo tono.

―¡Shhht! ―las obligó a callar su madre haciendo típico ademán de colocarse el índice vertical sobre la boca. Dante continuó.

―Desde hace mucho, mucho tiempo, la familia de su madre ha tenido que esconderse de muchas formas de gente que le quiere hacer daño porque son personas con muchos poderes, y estos poderes se han heredado entre las mujeres…

―¿Qué es heredar? ―preguntó Matilde.

―Es cuando los padres le regalan algo a los hijos para que lo cuiden ―respondió Ana con su habitual imprudencia.

Dante guardaba la calma y Flora miraba y admiraba la forma en que su marido mantenía el control.

―Algo parecido. Por ejemplo, en este caso, ustedes reciben ese poder de su madre y ella a su vez lo recibió de la suya, ¿entiendes? ―dijo mirando a Matilde que asentía como lo hacían los niños de su edad―. Y si tienen hijas lo heredarán de ustedes y tendrán que cuidarse de mantenerlo en secreto.

―¿Y qué pasa si son hombres? ―preguntó Ana.

―¿Sí, por qué mujeres? ―replicó Matilde.

―Tranquilas, eso más adelante se lo explicaremos ―dijo Dante mientras acariciaba la mano de su mujer―, y es momento de que sepan la importancia de ello ahora, porque estoy casi seguro de que viene una cuarta hermanita. ―Su mano se deslizó para acariciar, una vez más, el vientre de su mujer, quien sonriendo le respondió con una mirada de amor―. Serán cuatro mujeres nacidas en distintos elementos ―dijo con la mirada fija en un punto medio entre Ana y Matilde, quienes un poco asustadas decidieron guardar silencio―. Esos señores de la Iglesia no son nuestros amigos, ellos son el peor peligro. No debemos confiar en nadie, menos en ellos, porque si se enteran de que tenemos poderes nos matarán a todos… a todos, tienen órdenes de encontrar a personas como nosotros y matarlas.

Los rostros de Ana y Matilde palidecieron en cuestión de segundos al darse cuenta de que la conversación se tornaba extraña. Dante se detuvo para pensar en el modo más coherente y creíble de poder explicarles todo sin mostrar la más mínima debilidad. Pese a que era consciente de su falta de poder ante las mujeres, se sentía en la obligación de representar la firme estructura que mantuviera a la familia en pie y justificar su posición como jefe de hogar a través de una impenetrable protección contra la amenaza exterior, aplacar las crisis de Flora y así mantener el respeto ganado por años.

―¡Está bien!, pero ¿por qué no pueden ser hombres? ―cuando el pánico inicial de Ana se esfumó, volvió a la carga con la embarazosa pregunta luego de escrutar los ojos de su padre.

―¡Hija, eso no te lo podré responder ahora, pero cuando seas más grande te lo diré, o tu madre o Clotilde!, pero ahora es un poco difícil.

―¿Somos brujos adoradores del Diablo? ―insistió Ana, casi al borde de las lágrimas.

―¡No!, a él nunca, nunca jamás ―respondieron Flora y Dante al unísono.

―¡No somos brujos, pero tampoco somos de la Iglesia! ―agregó Dante y comenzó a explicar dentro de lo que se podía permitir.

Clotilde, al ser la mayor, tenía conocimiento en gran parte de lo comentado. Su familia tuvo la gran fortuna de recibir el libro que pasó por generaciones de mano en mano y que por sus cuidados había sobrevivido a la persecución; aquellas escrituras cubiertas de un grueso cuero duro, tan duro como una coraza de metal, contenían los registros de su creador desde antes que se iniciara esa alianza hasta su muerte. Los rituales y recetas habían sido de gran utilidad a todos sus ancestros y, como si el objeto en cuestión tuviera vida propia e intuición para seguir el camino apropiado, escogía el linaje en el que se iba a concentrar el más poderoso círculo que la familia podría lograr: los cuatro elementos. Dicho fenómeno había ocurrido solo una vez hace poco más de un siglo, y la llegada de Helga al mundo sería un fuerte aporte a la familia, por ende, el estar en conocimiento de todo pasaba a tener un carácter trascendental que llevó a Dante a estar durante tres horas sin parar de hablar.

El inicio de todo se dio hace aproximadamente doscientos veinte años, con la llegada de los europeos a américa. Dentro de los españoles religiosos había muchos descendientes de origen griego, entre ellos, un falso católico infiltrado de apellido Galanopoulos. Era un hombre culto, estudiado, con un gran manejo del ocultismo, hambriento de saber más acerca de temas relacionados con la astrología y creencias paganas de su helénica cultura y eso lo llevó a embarcarse en la búsqueda de nuevas visiones para complementar su ambición de poder.

Cuidaba celosamente sus pertenecías, portaba la biblia y alguno que otro libro religioso, uno de ellos, sin embargo, camuflaba con gran astucia sus apuntes, notas y conocimientos del mundo prohibido por el impuesto credo al que fingía tener devoción. Su perverso y astuto carácter llevaron al castigo, e incluso a la muerte, a muchos de sus imprudentes e intrusos compañeros de viaje, personas que para él podían convertirse en una futura amenaza; de ese modo se ganó rápidamente el aprecio y apoyo de los religiosos.

Durante su expedición quedó impactado, como el resto de los europeos presentes, por una ceremonia que denominaban “El Dorado”. Al ver desfilar al futuro rey de la tribu cubierto con polvo de oro y revestido con ornamentos del mismo metal, se encandiló por unos segundos con su reflejo mientras este caminaba frente a él; de manera paradójica, su ceguera momentánea iluminó la respuesta a su constante búsqueda. Si bien, aquella civilización no era exactamente el complemento que buscaba, se acercaba bastante y su instinto le gritaba a todo pulmón que su exploración estaba por cesar, y aunque se encontraba cerca de lo que necesitaba, debía apresurarse o perdería esa oportunidad para siempre; era momento de huir con sus pertenencias y dejar atrás el represivo grupo que lo acompañaba.

Gracias a sus paganos conocimientos preparó con un poco de acónito y otras hierbas, una pócima que incorporó en la comida y las bebidas antes de la cena que se efectuó una vez terminada la ceremonia, se excusó de no comer fingiendo que le aquejaba un dolor de estómago. El resultado, como era de esperarse, fue todo un éxito; cuando todos los presentes cayeron en un profundo sueño, que duró poco más de un día, extrajo de su equipaje los elementos necesarios para realizar una generosa ofrenda al dios Zeus, a quien le pidió formar bajo sus propios códigos morales, un nuevo lineamiento secreto. Galanopoulos tenía sus ideas claras y fijas, su disciplina y rigidez implacables lo llevaron a concretar sus ideales.

Un gallo o cualquier ave era un sacrificio muy insignificante para pedir algo tan exorbitante a un dios de esa envergadura; si corría el riesgo y aquello no daba resultado, su cabeza era la que estaría en juego. Una cabra o un ternero no lo terminaban por convencer, entonces pensó en un buey y bajo el manto de letargo que el brebaje había dejado en los comensales, cogió el más robusto para dar rienda suelta a su ambición. Cuando lo amarró frente al árbol buscó el hacha para el sacrificio, sin embargo, en el trayecto se encontró con algo mucho mejor que lo hizo cambiar de parecer.

La cabeza cercenada y posteriormente abierta en dos mitades del miembro más joven de la expedición era el resultado de una ofrenda digna para el jefe del Olimpo. Llevó consigo esos claros ojos que cosechó del cadáver y que lo guiarían al lugar buscado con tanto afán, pero era necesario romper el viejo régimen, abandonar el grupo antiguo. Por aquella razón, gracias a otro extraño ritual nocturno, una vez que despertaron nadie recordó al griego, incluidos los sacerdotes que más lo apreciaban. No obstante, reconocieron a la víctima y el horror que generó el hallazgo ayudó a precipitar una fuerte guerra entre las culturas y, ante ello, Galanopoulos sabía que el tiempo se agotaba.

Las esferas oculares que usaba sobre su palma le otorgaron aquel intenso brillo orientador que, si bien tenía pocos días de funcionamiento, era de total utilidad. De ese modo llegó al imperio Inca, una civilización de la que guardó su distancia por una semana y, ocultándose desde ahí, observó cada uno de sus comportamientos; la efectividad de los oráculos parecía dar los resultados esperados y se deshizo de ellos al caducar mostrándose de color gris claro, como los ojos de un ciego. La certeza llegó de la mano del sacrificio de una doncella, la ceremonia denominada Capac Cocha, tenía como protagonista a una bella joven de catorce años que, embriagada, subía con su familia por aquella imponente escalera donde el sacerdote la esperaba. Desde su lejanía notó a la distancia cómo la estrangulaba, su piel recibió el mensaje de confirmación, no había dudas, gracias a su intuición y uso de conocimientos ocultos había sido arrastrado justo donde quería; aquel era el complemento que necesitaba para formar un linaje poderoso, oculto y oscuro, una unión Greco-Incaica de la que pudieran nacer fuertes bases. Galanopoulos sabía que los días de conquista estaban en pleno proceso y a causa de la inquisición, aquellas culturas de américa tenían los días contados.

Luego de casi nueve días, había observado lo suficiente para saber quién iba a ser su mujer, alguien sabia respecto a su propia cultura, la encontró, la sedujo e hizo que lo protegiera por otro par de días. Él dominó el idioma con total facilidad y ella, por su parte, cogió algunos elementos y juntos escaparon para ocultarse bajo el anonimato donde la mujer Incaica, cuyas facciones eran menos reveladoras que las del resto de su tribu, aprendió a vestir, hablar y aparentar ser una colonizadora. Con casi la misma facilidad que su siniestro prometido aprendió el nuevo idioma, fue desposada por él y juntos formaron una familia, y desde entonces, se complementaron más allá de las cuestiones domésticas.

Las reglas del libro eran claras y rígidas como una voz patriarcal, cualquier infracción implicaba fuertes consecuencias incluyendo la locura, la muerte o peor, la extinción de todo poder del linaje.

―¿Es decir, una magia especial que no es del Diablo, pero tampoco de la Iglesia? ―interrumpió Ana.

―¡Puede ser! ―replicó Clotilde, pensativa.

―Sí, puede ser algo parecido. No somos ni de uno ni de otro, pero la iglesia nos castigaría como a ellos si se enteran ―respondió Dante.

―¿Y el libro lo tenemos nosotros? ―preguntó Matilde, pregunta que dejó a Flora y a Clotilde sin aliento.

―Tu madre y yo sabemos lo que el libro decía, Clotilde lo alcanzó a leer un poco ―respondió Dante sin perder la compostura.

Flora, quien admiró una vez más su temple, sonrió complacida por haberlo escogido.

El hombre, una vez explicado el origen de la familia, comenzó con las exigencias más importantes de la descendencia sin entrar en los confusos tecnicismos para las niñas, esto lo aclararían a medida que fueran madurando.

Por la nueva adquisición de la herencia Inca, la deidad a quien se adoraba era la propia naturaleza. Cada uno de los integrantes tenía un rol fundamental y estaba relacionado en algún punto con ella, por el lado helénico, a los dioses del Olimpo y se apoyaba en algunos temas astrológicos. Sin embargo, lo primordial era la potencia que tenía un varón directamente sanguíneo, su sacrificio antes de los primeros siete días de vida era de carácter obligatorio y aquel acto otorgaba una vitalidad inigualable al resto de sus familiares. No obstante, si se pasaban de ese plazo debían mantenerlo en cautiverio hasta su muerte natural. Al hombre sanguíneo no podía permitírsele ver la luz del sol porque, como tal, él mismo lo representaba; juntarlos implicaba generar una fuerza descomunal que se volvería en contra de la familia. Aquella energía amenazaba a los integrantes de la familia con ser destruidos en su totalidad por medio de dos semanas de suplicio provocado por un caos mental continuo, que los llevaría hasta una terrible locura que toda persona alrededor apreciaría.

Las niñas, en cambio, representaban a la luna y todas heredaban esa cualidad que se enseñaba de generación en generación. Como la luna no poseía aquel poder destructivo, no había problema con que estuvieran expuestas a la luz del sol, porque les daba energía vital, y de noche, con la luna duplicada, les proporcionaba una capacidad intuitiva inigualable. Pero aquella capacidad brindada venía con una cruel exigencia: debían ser muy sabias al momento de escoger al hombre de su vida, ya que, de lo contrario, este moriría de manera súbita o por una lenta enfermedad antes del año de haberse desposado.

Entre otras cosas, con el tiempo fueron aprendiendo rituales, sacrificios, magia. Dante y Flora dejaron de manera secreta en claro a Clotilde, que, en caso de no estar vivos, en su adultez ella debía cuidar el libro con mucho celo junto a sus hermanas y enseñarles lo que ellos no alcanzarían y le recalcó una vez más lo privilegiadas que iban a ser al representar los cuatro elementos.

―Clotilde representa la tierra, Ana, tú eres el fuego y mi pequeña Matilde representa el aire, si todo sale como lo esperamos, tendremos el agua. ―Sonrió y sus ojos brillaron―. Seremos los primeros en tener a los cuatro elementos después de cien años.

―¿Qué significa eso de que soy aire? ―preguntó Matilde, confundida.

―Paso a paso, a medida que vayas creciendo, lo irás notando ―replicó Flora.

―Somos cuatro, está bien, ¿y si una de nosotras muere o se va? ―interrumpió de manera impetuosa Ana.

―Serán tres, o dos, o una, se irán reagrupando para mantener sus poderes, pero ninguna agrupación es más poderosa que cuatro y deben saber que puede reemplazarse, pero debe ser una persona del linaje; quizá un familiar lejano, ustedes lo sabrán en su momento ―mantuvo silencio para esperar alguna pregunta.

―¡Yo hubiera querido ser hombre, yo quiero ser como tú, padre! ―dijo Ana.

―Tú eres como un emperador, mi cielo ―dijo el padre mientras le tomaba de manera afectuosa el mentón.

Catacumba

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