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Los niños y los adultos de la escuela

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Entre las primeras exploraciones que se hicieron en la comunidad, conversando con los padres de familia, surgió que el mal aprovechamiento era uno de los problemas que los padres veían como más apremiantes para resolver. Esto se relacionaba con las dificultades en el desarrollo de la lectura y la escritura por parte de los niños de la escuela primaria. Muchos de ellos eran promovidos a la educación secundaria sin haber cubierto los objetivos educativos propuestos para la educación primaria, algunos incluso sin saber leer ni escribir. Así que pensando en apoyar a la comunidad se abrió un proyecto de servicio social para que una estudiante de la licenciatura en educación apoyara al grupo de niños que mayores problemas estaba presentando en relación con la lectoescritura. Fue entonces cuando comenzamos a ver más allá de la superficie.

Al iniciar el trabajo de apoyo a la lectura y la escritura, la estudiante de servicio social notó a los niños inhibidos en su vinculación con el trabajo académico, y observó que el tipo de relación que establecían estos niños con ella denotaba una actitud de temor hacia el docente. Le comentaban: “Maestra es que… ¿no nos va a pegar?, es que aquí hay una vara que se llama…”

Por conversaciones con algunos niños nos enteramos de que el profesor Z, que para entonces tenía a su cargo los grados primero y segundo de primaria, tenía un palo al lado de su escritorio, dicho adminículo le servía, entre otras cosas, para señalar al pizarrón. Con este palo, al que incluso había puesto un nombre femenino, atemorizaba y golpeaba a los niños cuando cometían actos de indisciplina o no cubrían las expectativas académicas del profesor. La prestadora de servicio social nos relató cómo escuchaba con frecuencia los gritos de este profesor hacia los niños diciendo “¿Por qué no me entienden? ¡Entiendan!”. En visita a la escuela pudimos constatar que el profesor Z no era el único que tenía un palo de ese tipo; también el profesor de tercero y cuarto, que a su vez era el director de la escuela, tenía una vara semejante al lado de su escritorio.

En esta escuela trabajaba también una profesora que no formaba parte de la dinámica de violencia y se mantenía al margen de la situación. Los niños también nos relataron que el conserje (que posteriormente fue removido de su cargo) participaba de las agresiones, no los golpeaba, pero les hacía comentarios despectivos sobre sus familias y les impedía tomar agua purificada de los garrafones; al no haber recursos designados por el Estado para tener agua purificada para todos en la escuela, el agua se administraba según criterios adultocéntricos. Los niños tomaban y toman agua de la llave, no obstante la epidemia de hepatitis que afectó a media docena de niños en la escuela y a la mitad de los escolares en el jardín de niños de la comunidad durante el ciclo escolar que aquí se comenta.

Hay más evidencias de maltrato físico en esta escuela. Una práctica frecuente de uno de los profesores era aventar el borrador, y en una ocasión lo hizo con tal tino que le pegó a un niño en el ojo. El niño requirió atención médica y reposo durante un par de semanas. Uno de nosotros fue a ofrecer apoyo al padre, pero el padre del niño comentó que había decidido no entablar acción legal porque ese profesor es uno que “enseña bien”, que su hijo estaba aprendiendo. Comentó que ya había hablado directamente con el profesor y que éste se había comprometido a que no se repetiría la situación. El padre comentó que hay otros profesores que no enseñan bien, por lo tanto son peores que este que “sí enseña bien” pero golpea a los niños.

Observamos cómo la violencia se confunde con la disciplina. Estos profesores que no saben cómo hacer con los supuestos problemas de conducta y aprendizaje de sus estudiantes, reaccionan con violencia ante sus educandos y algunos padres de familia perciben este asunto como algo que debe tolerarse a favor de un bien mayor, la “escolarización”, que está, efectivamente, manteniendo a los niños largas horas a la semana en un espacio institucional, pero que no ha sido garantía de una mejor educación, ni siquiera de una buena alfabetización, según los mismos padres señalaron y las evidencias recabadas confirman.

Las violencias en los entornos escolares

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