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2. Perspectiva histórica comparada

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En coherencia con el concepto de crecimiento económico moderno del que se parte, «la renta nacional real y monetaria, y las (...) causas que determinan sus movimientos, no como conceptos teóricos, sino en cuanto hechos observables», constituyen un objeto esencial del análisis económico aplicado, como escribiera Colin Clark en las páginas prologales a la segunda edición (1947; la primera data de 1939) de su obra Las condiciones del progreso económico. Un libro sin duda adelantado en el esfuerzo que, algo después, con las aportaciones de Simon Kuznets, condensadas en su Modern economic growth: Rate, structure and spread (1966), acabará por dibujar las coordenadas básicas para la medición de la actividad económica de cada país, facilitando con ello los estudios comparados a partir de magnitudes homogéneas.

En el caso de la economía española, también se dispone hoy de una aceptable cobertura estadística para captar, en una visión comparada a largo plazo, la posición española en el concierto del crecimiento económico europeo. El indicador fundamental que deberá manejarse, consecuentemente con lo antedicho, es la evolución de la renta (o producto) real per cápita, toda vez que el cálculo del producto real por trabajador ofrece datos menos consistentes para series históricas extensas.

El gráfico 1 ofrece la evolución comparada desde mediados del siglo xix del producto real por habitante en España y en otros países europeos occidentales, con el promedio de Gran Bretaña, Francia y Alemania como referencia. Información gráfica de la que se desprenden, cuando menos, tres notas interpretativas, no por obvias menos importantes:

1.ª El retraso relativo de la economía española en relación con los países europeos hegemónicos en el curso de la industrialización: Gran Bretaña, Alemania y Francia, retraso reflejado en la distancia que separa las condiciones materiales de vida en España de las que han prevalecido en esas grandes naciones. Incluso respecto de Italia se retrasará España durante una buena parte del siglo xx, recortándose solo la brecha entre la renta por habitante de ambos países en los últimos lustros, hasta tender a cerrarse. En síntesis, la convergencia real –esto es, en términos de niveles de bienestar expresados en renta por habitante– de España con la Europa más próspera ha sido en el curso del tiempo «tardía» y sigue siendo aún «incompleta». El curso de los años demuestra, en efecto, que no es un objetivo fácil de alcanzar, tampoco en tiempos recientes: si el distanciamiento se consiguió reducir sensiblemente en el último tercio del novecientos y los primeros peldaños del siglo xxi, ha vuelto luego a ampliarse, situándose hoy en magnitudes muy similares a las de hace quince años, en vísperas de la Gran Recesión. Por eso, la consecución de los valores medios europeos de renta sigue constituyendo un estímulo al compás de la plena participación de España en las fases avanzadas de la construcción de una Europa unida y de la creciente presencia e interlocución en foros internacionales.

Gráfico 1. Producto real per cápita de los países europeos meridionales expresado como porcentaje de la media de Gran Bretaña, Francia y Alemania, 1850-2019


Fuentes: Bolt, J. y Van Zanden, J. L., «Maddison style estimates of the evolution of the world economy. A new 2020 update», Maddison Project Database, 2020, y Comisión Europea, AMECO.

2.ª Los niveles comparados de renta por habitante sitúan a España, a su vez, entre otros tres países meridional-periféricos europeos: Italia, Portugal y Grecia, formando con ellos un subconjunto que permite hablar, hasta cierto punto, de una variante mediterránea de industrialización.

Por supuesto que las particularidades de cada caso son apreciables. En el de Italia destaca tanto el brioso comienzo del siglo xx como su brillante segunda mitad. De la evolución española resalta, sobre todo, el prolongado hundimiento que se inicia entrados los años treinta de ese siglo, no dejándose atrás definitivamente hasta bastantes años después. De Portugal y Grecia, en fin, quizá tan llamativo resulte lo plano de su línea evolutiva durante un largo trecho, cuanto su incorporación a la senda de fuerte crecimiento económico de la segunda mitad del siglo xx.

Pero más que esos elementos diferenciadores, sobresalen pautas comunes en la trayectoria de los cuatro países del Sur de Europa que ahora se están considerando. Los cuatro han presentado, a lo largo de la industrialización, niveles de renta por habitante inferiores a la media de ese otro conjunto de países formado por Alemania, Francia y Gran Bretaña. Para los cuatro el siglo xix es, a grandes trazos, un siglo desaprovechado para reducir distancias respecto de los países más adelantados en el despliegue de la modernización económica. Y los cuatro –España, Italia, Portugal y Grecia– se sumarán a la enérgica onda expansiva posterior a la Segunda Guerra Mundial, con un escalonamiento entre ellos que no hace sino reproducir la graduación en los respectivos niveles de crecimiento; es decir, Italia es el primero en participar de esa expansión posbélica, España sigue después, con un decenio de 1960 que reproduce en muchos aspectos el italiano de 1950, y Portugal y Grecia, entrelazadas, cierran la marcha (véase de nuevo el gráfico 1). Suficientes similitudes, en resumen, como para abonar la consideración de una variante mediterránea sudoccidental o meridional-periférica de industrialización –por utilizar los términos equivalentes empleados por unos u otros autores–, dentro del patrón general de desarrollo económico europeo.

Además, las coincidencias evolutivas señaladas se superponen a otras que subrayan factores comunes de atraso, en unas épocas, y también condiciones semejantes en etapas de rápidos progresos. Entre las causas comunes de la más lenta modernización de los países mediterráneos europeos durante el siglo xix, sin olvidar o subestimar especiales condicionamientos geográficos y hechos distintivos de su respectiva historia política y militar, cabe apuntar la más desigual distribución de la propiedad agraria y las más ineficientes prácticas productivas que ello determina; la inadecuada organización financiera del Estado, con muchas dificultades para responder a las necesidades del cambio económico y social; la falta de tradición empresarial en determinados círculos y regiones, y –compendio y efecto, hasta cierto punto, de todo lo anterior– la escasa inversión en capital físico, tecnológico y humano, con tasas de analfabetismo que doblaban las de Francia o Bélgica, por ejemplo, todavía al terminar el ochocientos.

Por su parte, a la vista del fuerte tirón de la segunda mitad del siglo xx, hay que pensar en la compartida capacidad de esos países del sur de Europa para asimilar los impulsos al crecimiento provenientes del exterior: flujos comerciales y capitales y tecnología extranjeros, además de las rentas generadas por la salida de emigrantes hacia los mercados de trabajo centroeuropeos y de turistas provenientes mayoritariamente de esa misma Europa occidental-atlántica.

3.ª La tercera nota interpretativa que debe extraerse del panorama comparado expuesto es, en consecuencia, la imposibilidad de tener a la experiencia española por atípica en el marco europeo. La trayectoria española es, dicho de otra forma, una trayectoria plenamente europea, y su «normalidad» –como lo contrario de «anomalía»– hay que subrayarla frente a cualquier pretensión de encontrar supuestos elementos radicalmente específicos o del todo singulares. También a estos efectos, en suma, España, que es un país de la Europa mediterránea, comparte y ha contribuido a modelar las principales señas de identidad del conjunto continental.

Como otros países europeos, la economía española no podrá registrar durante los últimos decenios del siglo xviii y la primera mitad del xix tasas de crecimiento equiparables a las de Gran Bretaña, donde antes y con más vigor prende la revolución industrial; un retraso inicial que en España y en otros países del Sur de Europa se agranda al menos durante los dos primeros tercios del ochocientos, en el contexto de una inestabilidad política y social también más marcada. Posteriormente, y conforme el crecimiento inglés pierde impulso, conociendo un largo «climaterio», España, a caballo de los siglos xix y xx, al igual que muchos países europeos, ya no se descolgará de los ritmos de progreso que marca la referencia inglesa, recuperando incluso posiciones entre la Primera Guerra Mundial y la década de 1930; un avance solo interrumpido en los dos decenios posteriores.

Desde mediados del siglo xx, España vuelve a reproducir, con modulaciones propias que nunca desdicen el tono europeo más generalizado, los tramos diferenciables en el conjunto:

• Primero, el fuerte auge hasta el comienzo de los años setenta. Luego, la etapa de crisis económica y políticas de ajuste entre los decenios de 1970 y 1980.

• Después, el ciclo decenal que dibujan casi todas las economías europeas, con las sucesivas fases de recuperación, expansión, desaceleración y recesión, estas dos últimas ya en los primeros años noventa.

• A continuación, otro compartido ciclo económico, el que cierra la centuria e inaugura el siglo XXI, con dos mitades, a su vez, bien delimitadas: la primera recorre el último quinquenio de los años noventa, con un crecimiento notable en toda Europa occidental –y sobresaliente en Estados Unidos–, al compás de una generalizada apuesta a favor de la «cultura de la estabilidad» económica; por su parte, la segunda se superpone al inicio del nuevo siglo y la entronización del euro como moneda única en un buen número de países de la Unión Europea –Eurozona–, atenuándose en el conjunto los ritmos expansivos precedentes hasta llegar al bienio 2008-2009, cuando la crisis financiera internacional cambie de nuevo el escenario global, afectando de lleno a la economía europea y a la economía española. Un cambio que para esta última supone, en cierto sentido, el término del largo medio siglo precedente, con tan marcado relieve en toda la historia de la industrialización española, pues si la renta real por habitante tardó cien años en doblar su valor entre mediados de 1850 y 1950, después se ha multiplicado por algo más de ocho en poco más de cincuenta años.

• Finalmente, el difícil recorrido que describe el segundo decenio del siglo xxi, sucediéndose los años de políticas rigurosas de ajuste y los posteriores de recuperación, cerrándose la década con el muy intenso impacto de la emergencia pandémica sobre el balance económico. La sintonía con tendencias que proyectan su alcance sobre una buena parte del viejo continente es, en todo caso, lo que aquí conviene repetir al cerrar este epígrafe y a la vista de los datos que se recogen en el cuadro 1.

Cuadro 1. Evolución del producto real per cápita. Comparación internacional, 1850-2019

(tasas de variación acumulativas)

1850-19001900-19351913-19291935-19501950-19751975-20191850-20191900-2019
Estados Unidos1,61,01,73,72,21,81,81,9
Reino Unido1,10,60,41,22,21,71,31,4
Francia1,21,01,91,63,71,41,61,8
Alemania1,50,90,7-0,44,61,51,71,7
Italia0,51,01,21,24,61,31,51,9
España0,91,01,9-0,65,31,81,72,0

Fuentes: Bolt, J. y Van Zanden, J. L., «Maddison style estimates of the evolution of the world economy. A new 2020 update», Maddison Project Database, 2020, y Comisión Europea, AMECO.

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