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1. La emergencia sanitaria: origen, despliegue y gestión

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Desde los primeros meses de 2020, la emergencia sanitaria desencadenada por el virus SARS-COV-2, causante de la enfermedad COVID-19 o coronavirus, se ha situado en el centro del escenario mundial, al haber adquirido carácter de pandemia con alcance prácticamente planetario. Aunque no fuera descartable o inesperable un suceso de esta naturaleza, según repetidas advertencias de científicos y personalidades de relieve internacional, ha sorprendido tanto por la rapidez de su trasmisión como por la gravedad y la persistencia de sus efectos. Un año y medio después de detectarse, esto es, mediado ya 2021, el número de víctimas mortales en el mundo se aproxima a los 4 millones y el de infectados a los 200 millones de personas, estando aún lejos la erradicación de la enfermedad, a pesar del avance de la inmunización de un creciente porcentaje de la población, gracias al encomiable logro de la investigación científica que supone haber contado en un plazo récord con un haz amplio de vacunas.

Las primeras informaciones, ciertamente, no invitaban a pensar que esta nueva infección fuera un brote que se pudiera descontrolar. El 31 de diciembre China notificó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la existencia de una nueva «neumonía de origen desconocido» detectada en la ciudad de Wuhan. Todavía sin fallecimientos. Enseguida se indicó que el contagio fue originado en un mercado de animales vivos de la ciudad y no había pruebas de su trasmisión entre humanos. Días más tarde se describió que el agente patógeno era un coronavirus y se dispuso de la secuencia de su genoma, pero hasta el 20 de enero no pudo confirmarse que se contagiaba entre personas. En aquel momento, se notificó que el nuevo virus presentaba una baja mortalidad, que además estaba asociada a la presencia de otras condiciones médicas preexistentes. Nada hacía presagiar las proporciones que alcanzaría el desastre. No hubo que esperar mucho, sin embargo, para comprobar la enorme rapidez de los contagios, pudiéndose producir también por las personas infectadas que no mostraban síntomas.

Propagada inicialmente, partiendo de China, por países asiáticos (Japón y Corea del Sur), enseguida hizo su aparición en Europa occidental (con un foco muy intenso en el norte de Italia). Después el relevo lo tomó América (Estados Unidos, México, Perú, Brasil, Chile...), junto con países del sudeste asiático (India, Indonesia) y Oriente próximo, llegando también a África. Avanzado 2021, dos países con mucha población, la India y Brasil, siguen registrando una rápida difusión del virus.

La pandemia ha seguido en todos los países una curva en forma de U invertida, con sucesivas olas de expansión de intensidad decreciente. En España, las tasas de crecimiento del volumen de infectados se aceleraron desde el comienzo de marzo de 2020. El factor R0, que indica el número de contagios por cada nuevo infectado, registraba entonces valores superiores a la unidad. El número máximo de infectados por día, que marca el pico de la curva de infectados (gráfico 1), se alcanzó en esa primera ola el 30 de marzo de 2020, casi al mismo tiempo que el de defunciones diarias. La segunda ola, iniciada tras el verano, alcanzó su pico a finales de octubre, mientras que la tercera, que hizo su aparición a principios de diciembre, comenzó su fase descendente en la segunda mitad de enero de 2021, apreciándose poco después, ya en el mes de abril, una cuarta ola menos agresiva.

La evolución de estas variables estratégicas está marcada por el impacto de las medidas adoptadas para controlar la pandemia, el cierre o la limitación de determinadas actividades productivas y el confinamiento de la población, siguiendo la pauta inicial de China. En todo caso, la intensidad de la pandemia se mide mejor por el número de fallecidos diarios que por el de contagiados, dado que los test realizados para la detección de estos han ido aumentando con el tiempo. Es el seguimiento del número de defunciones lo que permite apreciar con nitidez la especial virulencia de la primera ola. A ella se dedica especial atención en las páginas que siguen.

La gestión de esta emergencia a escala global dista mucho de haber sido eficiente, y no solo en sus primeros compases. Ni previsión ni anticipación en sus inicios, ni suficiente aprendizaje de los errores, con posterioridad. Tardanza en evaluar la acelerada expansión del virus, así como en definir con claridad la estrategia más adecuada de las políticas de salud pública. Recomendaciones contradictorias e informaciones incompletas, sobre todo tras el estallido del primer y más virulento brote. La OMS no la calificó de pandemia hasta el 11 de marzo, sin proporcionar entonces protocolos concretos de actuación, y ni tan siquiera dar instrucciones para contabilizar de modo homogéneo por países el número de contagios y de fallecimientos. Un balance defectivo que con unos u otros matices se ha reproducido por doquier.

Algunos países, como Corea del Sur o Taiwán, que ya contaban con experiencias previas de afrontar crisis sanitarias como el SARS o la gripe aviar, actuaron con diligencia, sorteando mejor la situación, al realizar con celeridad un número elevado de pruebas diagnósticas para identificar pronto y asilar a las personas contagiadas y a sus contactos, así como otras rápidas medidas de prevención y rastreo. Pero lejos de servir de ejemplo, pudieron involuntariamente favorecer al principio un relajamiento de los mecanismos de defensa en otros muchos lugares.

Gráfico 1. Número de casos diagnosticados y defunciones por la COVID-19 en España


Fuente: Instituto de Salud Carlos III.

En la Unión Europea, y en el plano estrictamente sanitario, tampoco el balance es mejor. La Unión Europea no tiene competencias sobre salud y no ha sabido reaccionar coordinando las políticas de los Estados que la integran, sobre todo en la batalla contra la expansión del virus. El modo como abordó la crisis sanitaria en su primera manifestación fue más bien un sálvese quien pueda, con cierres de fronteras aleatorios e, incluso, con retenciones y requisas de material sanitario vital. La peor soberanía de los Estados afloró entonces con toda fuerza. La Unión Europea podría haber organizado la provisión de material sanitario y dotado de recursos humanos a los países en peores condiciones. Pero hizo poco y tarde. Solo al disponerse de vacunas, la Unión Europea acertó a diseñar y organizar una estrategia integral de compra y distribución de las mismas, si bien su realización ha malogrado durante largos meses aquella iniciativa: la comparación del ritmo de vacunación, a la altura de abril de 2021, con Estados Unidos o Gran Bretaña han dejado en mal lugar la pericia de Bruselas.

La respuesta a la emergencia sanitaria en España no se aparta de la pauta más generalizada, si bien ha contado con particularidades que la han agravado. Visto en perspectiva, con el conocimiento adquirido hasta ahora, España ha ido incrementando su capacidad de hacer test, pero la estrategia diagnóstica inicial fue demasiado restrictiva e impidió identificar y aislar precozmente a los potenciales contagiadores, poniendo al límite a nuestro sistema sanitario. Los hospitales se vieron desbordados y nuestros profesionales sanitarios sufrieron la carencia de suministros y equipos de protección mínimamente necesarios, lo que puso en riesgo su vida y dificultó su trabajo. Según los datos oficiales, a finales de abril de 2020, España presentaba la tasa de infección entre el personal sanitario más alta del mundo: los contagios en este colectivo ya eran más de 40.000 y representaban el 20 por 100 del total de los casos de contagio confirmados (en Italia, otro de los países más afectados, se reducía al 10 por 100). Es cierto que desde el verano de 2020 la capacidad de atención sanitaria ha ido mejorando paulatinamente, pero han seguido multiplicándose los errores en la gestión de la pandemia, tanto en el diagnóstico de la situación, como en las medidas adoptadas para prevenir, primero, y combatir, después, la expansión del virus, como lo demuestra la escasa diligencia mostrada en el rastreo de los nuevos contagios una vez concluida cada ola.

España ha acabado siendo, en todo caso, uno de los países más castigados por la pandemia. Así lo revelan los datos comparados a principios de abril de 2021 (cuadro 1), y tanto aquellos que suman el total de infectados confirmados y el total de fallecidos, como los que ponen esas cifras en relación con el volumen de población (por cada 100.000 habitantes). España es el noveno país por número de infectados por la enfermedad, y el décimo por el de fallecidos, aunque ocupa posiciones más atrasadas si se usan medidas por habitante, y eso que su situación relativa ha mejorado tras la primera ola, pues el coronavirus ha perjudicado en mayor medida a otros países en las olas siguientes.

Como fuere, esas cifras –en España, pero también en otros muchos países– son solo aproximativas. En el caso de los contagiados, en la primera ola únicamente se contabilizaron aquellos que tuvieron que ser hospitalizados o con síntomas suficientes para dar aviso a hospitales o centros de salud, dejando fuera a los asintomáticos o con manifestaciones leves de la enfermedad. Y, en lo que atañe a los fallecidos, el recuento de las autoridades sanitarias ha sido casi siempre menor al que se ha aportado desde otros registros, también públicos (entre nosotros, el Instituto de Salud Carlos III o el Instituto Nacional de Estadística, por ejemplo, incrementando ambos en casi un 50 por 100 el número de fallecidos, aunque no solo incluyan los decesos causados directamente por la enfermedad)

Cuadro 1. Países con mayor número de afectados y fallecidos por la COVID-19

(ordenados según el número de infectados el día 10 de abril de 2021)

Infectados cnfirmadosFallecidos
NúmeroPor 100.000 habitantesNúmeroPor 100.000 habitantes
Estados Unidos31.006.9529.368580.152169
Brasil13.279.8576.248345.025162
India13.060.542946167.64212
Rusia4.752.0533.133100.55469
Francia5.000.1567.66098.202150
Reino Unido4.385.0256.459127.224187
Italia3.717.6026.149112.861187
Turquía3.689.8564.37533.20139
España3.336.6377.13676.179163
Alemania2.967.7063.54278.17293
Polonia2.528.0066.68057.427152
Colombia2.492.0814.89865.014128
Argentina2.473.7515.47357.122126
México2.267.0191.758206.146160
Perú1.639.7674.97354.669166
Portugal826.9288.11016.910166
Mundo134.125.8541.7212.905.41237

Fuente: John Hopkins University.

Las razones del destacado alcance de la pandemia –contagios y fallecimientos– en España no son fáciles de determinar. La experiencia adquirida durante la convivencia con el virus advierte de la gran multiplicidad de factores que intervienen en la extensión de la infección entre la población, limitando el alcance de las medidas de prevención adoptadas. Por lo que se refiere a los niveles de contagio, tal vez se tomaron medidas algo tarde para un país que es uno de los principales destinos turísticos del mundo y que posee estrechas conexiones con Italia, primer foco de la epidemia en Europa. Pero, como ya se ha indicado, las autoridades sanitarias internacionales, especialmente la OMS y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, se retrasaron mucho en reconocer el peligro que el virus representaba y en declarar la existencia de una pandemia. En todo caso, la tardanza en la toma de medidas de prevención se ha repetido de nuevo en las dos olas siguientes. También han debido influir otros factores. La concentración de infectados y fallecidos en las dos mayores ciudades, Madrid y Barcelona, refleja la incidencia positiva en el contagio de la densidad poblacional, y el uso masivo del transporte público, ya revelada por algunos estudios. A su vez, el alto nivel de cohabitación intergeneracional –comparado, por ejemplo, con Alemania o Suecia– parece haber sido un factor de notable relieve, si se atiende a recientes análisis demográficos. Y, desde luego, el elevado grado de envejecimiento de la población y el deficiente marco institucional en residencias para el cuidado de las personas mayores han debido asimismo dejar su marca.

Con respecto a la alta mortandad, aparte de la decisiva influencia de las situaciones de saturación hospitalaria vividas en los lugares de mayor extensión de los contagios, merece subrayarse que España ha acusado palmarias carencias de equipamiento médico y sanitario, sobre todo en lo tocante al número de enfermeros por habitante y, aunque en menor medida, de camas hospitalarias (en especial, UCIs). Una manifestación particularmente dramática de estas insuficiencias fueron las restricciones impuestas durante la primera ola al traslado a los hospitales de los enfermos alojados en residencias de ancianos para su adecuado tratamiento. Por otra parte, a principios de marzo de 2020, momento en el que los suministros de material empezaron a escasear, fue notoria la ausencia de una reserva estratégica –central o autonómica– de material sanitario, especialmente de respiradores. Cuando se hizo patente que la compra centralizada no conseguía cubrir las necesidades de los hospitales, residencias, centros de salud y clínicas, todas las Comunidades entraron en pugna para hacer acopio de mascarillas, respiradores y test en un mercado internacional enrarecido, dominado por intermediarios y comisionistas, y con aumentos desorbitados de los precios.

Desde esa evidencia que motiva mejoras organizativas y en la coordinación, se ha afrontado, avanzada la primavera de 2021, la cuarta ola de la COVID-19, menos grave –ya se ha dicho– que las anteriores, aunque registrando un número de contagios diarios aún muy alto (10.000 personas). De ahí que la esperanza de superación de la COVID-19 esté puesta en un proceso de vacunación rápido y masivo. Las cifras no engañan: en los países donde el ritmo de vacunación es alto y ha alcanzado a un elevado porcentaje de la población, la pandemia retrocede, y viceversa en los que se han rezagado. Es promisorio, por eso, que el proceso se haya acelerado en toda la Unión Europea –con España en posiciones destacadas– con vistas a conseguir la anhelada inmunidad colectiva, de grupo o «de rebaño» –aproximadamente, un 70 por 100 de la población vacunada– al final del verano de 2021.

Un objetivo decisivo también desde la perspectiva económica: la emergencia sanitaria condiciona absolutamente el calendario de la recuperación económica. Una rápida vacunación masiva es la mejor política económica mientras la pandemia subsista. La consideración de sus efectos económicos así lo confirma.

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