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Definición de conceptos

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No es fácil definir universalmente algunos conceptos metafísicos, ya que esto depende de la fuente espiritual original, de las creencias, de la interpretación y de la visión personal de cada autor. Aquí voy a definir algunos conceptos tal como yo los entiendo, al menos para el marco de este libro.

En primer lugar, hay una tendencia generalizada a utilizar los términos “alma” y “espíritu” en forma indistinta. Esto es aceptable y está bien si decimos que las almas perdidas son espíritus. Sin embargo, no es lo mismo.

El concepto popular de alma conlleva la idea de forma o de sombra incorpórea. Esto se debe a que cuando el alma se desprende del cuerpo su apariencia es como si fuese un doble exacto del cuerpo físico. Así es como son vistos los fantasmas. Entretanto, el espíritu está asociado a la idea de soplo o aliento y es, por lo mismo, más intangible que el alma. Personalmente, considero al alma como la parte del espíritu que se encarna, ya que hay una parte de éste que nunca lo hace. El espíritu sería como el Sol que no necesita estar en la Tierra para actuar sino que le basta con irradiar su energía a través de sus rayos. Así, en cada encarnación, el espíritu envía un rayo de sí mismo vehiculizado en el alma. Si al morir el cuerpo físico, el alma, o un fragmento de ella, queda atrapada en la atmósfera física, falla en reintegrarse con su principio superior y se convierte en un alma perdida. El espíritu es entonces el principio consciente que evoluciona, yo superior o, simplemente, la conciencia pura. El espíritu utiliza el alma como un vehículo o un instrumento para la evolución de la conciencia y a su vez, el alma utiliza el cuerpo físico como vehículo para la experiencia de esta conciencia en el plano de la materia. Otra forma de verlo es considerar al espíritu superior como el director del libreto y al alma como el encargado de llevarlo a cabo. En cada encarnación, el espíritu superior envía al alma como una proyección de sí mismo con un nuevo libreto o papel a representar. El alma es así como el actor que representa el papel que le han adjudicado y, por lo tanto, es la persona, el personaje. A mi modo de ver, el alma es la personalidad que asumimos en cada vida. De hecho, como pronto lo comprobarán, cuando un alma perdida se manifiesta, lo hace con la personalidad que tenía en su última vida física.

Como el alma es el vehículo para la manifestación de la conciencia en el plano físico, cuando nos referimos al alma implícitamente, también estamos incluyendo a la conciencia. En este sentido, podemos decir que el alma es el campo de conciencia total que contiene el registro de la totalidad de las memorias de las experiencias de un ser. Cuando estamos encarnados en un cuerpo perdemos la conexión con esa conciencia total y quedamos limitados a la conciencia física. Sin embargo, la totalidad de nuestra conciencia sigue allí, a nuestro alcance, en lo que conocemos como “el inconsciente”.

Plutarco afirmaba que la memoria es una función del alma y la enciclopedia Sopena, en su edición de 1926, define a la conciencia como la propiedad que tiene el alma de reconocerse como sujeto de sus actos, ideas y sentimientos. Por este motivo, suelo utilizar alternativamente ambos términos, alma y conciencia, según a qué aspecto o experiencia del alma me esté refiriendo. En general, asociamos el alma con las emociones y sentimientos y a la conciencia con el proceso de ser consciente. Cabe agregar que, además de servir de vehículo a la manifestación de la conciencia, el alma es el principio que comunica la vida al cuerpo físico, ya que también porta la energía de vida, la energía vital. Si el alma se retira, el cuerpo se muere, sin importar lo que hagamos.

También es necesario distinguir entre conciencia y consciencia. Así como la conciencia es una propiedad del alma, la consciencia es una función de la conciencia: es la experiencia del darse cuenta de los pensamientos, actos y sentimientos. De modo que cada vez que hablamos del darse cuenta, estamos hablando de la consciencia. Ser consciente es darse cuenta de lo que está aconteciendo dentro y fuera de nuestro ser.

Otro concepto a definir es el de la “Luz”. Se supone que cuando el alma abandona el cuerpo, inmediatamente pasa a la dimensión espiritual, el ámbito natural en el que se mueven las almas desencarnadas. Sin embargo, la realidad del mundo espiritual tiene a su vez distintos niveles que dependen de su frecuencia vibratoria. La oscuridad también es parte del mundo espiritual; entrar en el mundo espiritual no es garantía de entrar en la Luz, pero, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de volver a la Luz?

Podemos entender la Luz como la fuente de nuestro origen divino, de nuestra esencia y sustancia original, de nuestra condición como entes espirituales. Podríamos considerar a la Luz como la manifestación tangible o visible del Todo, de la Energía Divina, del Supremo Hacedor o lo que llamamos Dios. Sin embargo, resulta más fácil comprender el concepto de la Luz a través de los testimonios de las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte, de las personas que han vivenciado la Luz en el trabajo con la regresión y de las propias almas perdidas. Todas ellas coinciden en describir o vivenciar la Luz como un espacio o una dimensión en la cual se experimentan un amor, una paz, una plenitud, un gozo y una serenidad inefables. La Luz es intensamente blanca, radiante, brillante y luminosa. Si utilizo varios adjetivos es porque no hay uno solo que pueda describirla totalmente. No hay ninguna vivencia en el plano físico que pueda dar siquiera una idea de esta realidad. Es un estado de gracia y de gloria indescriptible. Cualquier dolor que se haya experimentado en la Tierra desaparece inmediatamente al entrar allí.

Las personas que han experimentado la Luz expresan la aspiración de permanecer allí y el deseo de no salir de ella. Allí, en la Luz, se producen encuentros con seres queridos que han partido antes que nosotros y también con seres o maestros que nos acogen y nos ayudan a prepararnos para nuestro próximo paso en la materia. De allí, de la Luz, nos desprendemos cada vez que iniciamos el viaje para encarnarnos en una nueva existencia física.

La Luz es también la manifestación de la realidad metafísica de nuestro Ser o la expresión de su verdadera naturaleza. En la forma más elevada que podamos concebirnos a nosotros mismos con nuestra conciencia actual, somos luz. Como un alma perdida es un fragmento de la totalidad a la cual pertenece, volver a la Luz también significa reintegrarse con esa totalidad, vale decir, con su espíritu superior. De tal manera que, cuando hablamos de volver a la Luz, nos estamos refiriendo a dos fenómenos que ocurren simultáneamente: volver a nuestro estado original y volver a la Fuente de donde hemos salido para realizar la experiencia en el cuerpo físico.

Es frecuente referirse a los espíritus desencarnados como entidades espirituales o simplemente como entidades. Hablar de entidades no significa que se trate de seres malignos. Una entidad es lo que constituye la esencia o la forma del ser y un ente es lo que es o puede ser, lo que existe o puede existir. De modo que cuando hablamos de entidades, estamos expresando la idea de vida o de una existencia individual.

Ahora sí, para comprender de qué manera se produce el fenómeno de la influencia espiritual comenzaremos por analizar dos aspectos básicos. El primero es el concepto del alma como un campo de energía; el segundo es considerar la muerte como el proceso de desacoplamiento del alma del cuerpo físico.

Terapia de la posesión espiritual

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