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Introducción

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Este libro trata sobre lo que histórica y culturalmente se ha conocido como la posesión del cuerpo de una persona viva por un espíritu desencarnado. Sin embargo, desde esta misma introducción quiero dejar en claro que, aunque en apariencia una persona pueda parecer poseída, no existe una verdadera posesión del cuerpo. Lo que ocurre en realidad es que el psiquismo de una persona difunta o de una entidad espiritual no encarnada se mezcla parcial o totalmente con la mente subconsciente de una persona viva, ejerciendo un grado variable de influencia sobre ésta.

Un alma o espíritu desencarnado es una forma de energía que, bajo determinadas condiciones, puede adherirse y quedar atrapada en el campo vibratorio de una persona viva. Cuando esto sucede, el alma desencarnada actúa como un campo de energía interferente, provocando en la persona afectada una serie de efectos que clínicamente se manifiestan como alteraciones en los procesos mentales, las emociones, el comportamiento e incluso en el cuerpo físico. En particular, la voluntad y la energía vital de la persona pueden hallarse seriamente comprometidas ya que la entidad se convierte en un verdadero parásito en el campo energético de la persona. Lo que llamamos posesión, entonces, es el resultado de la acción de una energía intrusa sobre el campo de energía de una persona viva, hecho que puede objetivarse mediante una bioelectrografía de imágenes kirlian. De modo que, aunque todavía sigamos utilizando el término posesión porque el uso y la costumbre así lo han acuñado, es más propio hablar de influencia o interferencia espiritual. Algunos terapeutas de habla inglesa denominan a este fenómeno spirit attachment, adherencia de espíritus.

El segundo punto que quiero dejar en claro aquí es que tampoco existen los demonios tal como hemos creído que existían, aunque a veces algunas entidades se comporten como si lo fueran. El término demonio viene del griego daimon y significa genio o espíritu. Entre los antiguos griegos un daimon era una entidad espiritual que tanto podía ser buena o mala, según su accionar. El mismo Sócrates atribuía su inspiración a un daimon. La interpretación y redacción posterior del Nuevo Testamento circunscribió el uso del término daimon para designar sólo a los espíritus malignos. Desde entonces todos los daimons son malignos sin discriminación y la acción que ejercen sobre una persona determinada se conoce como posesión demoníaca. En la práctica clínica, los demonios no son otra cosa que almas desencarnadas —la mayoría familiares— que han extraviado su camino hacia la Luz y por eso las denominamos almas perdidas. Aunque casi siempre el accionar de estas entidades resulta perjudicial para la persona afectada, no dejan de ser almas sufrientes que necesitan de nuestra ayuda y comprensión y, sobre todo, de nuestra compasión.

Por mi parte, yo soy terapeuta; no soy un exorcista. Como médico y como terapeuta mi objetivo ha sido y es siempre el mismo: aliviar el dolor y asistir a la sanación del alma, sólo que en este caso la acción terapéutica se ejerce más allá de la persona que consulta. Para mí, el acompañante invisible de la persona, sea un familiar fallecido o una entidad oscura, es un paciente más que requiere de mi asistencia y como tal lo voy a tratar. Como todo paciente que se precie, algunas de estas entidades perdidas aceptarán mi ayuda de buen grado, otras se resistirán un poco y habrá aquellas que no querrán saber nada.

Me imagino que para algunas personas y, sobre todo, para muchos terapeutas, la sola lectura de esta introducción puede parecer insólita o impropia de un profesional que ha pasado por los claustros académicos. Sin embargo, en el transcurso del trabajo terapéutico con la regresión, es inevitable que en algún momento el terapeuta se encuentre con este fenómeno como el origen de algunos de los síntomas que presenta el paciente. Más aún, si yo, terapeuta, tan sólo admito este fenómeno como una posibilidad, tarde o temprano me voy a encontrar con esta experiencia, sin importar la técnica terapéutica que emplee. Si trabajo a conciencia, si estoy atento, si busco el origen del problema que presenta el paciente y si permito que el alma perdida se manifieste libremente, me voy a encontrar con esta realidad. El trabajo de muchos años con la Terapia de Vidas Pasadas (TVP) me ha enseñado a mantener mi mente abierta y permitir que suceda lo que tenga que suceder. Así aprendí que, sin importar cuán extraña o descabellada parezca una experiencia, si se permite que esa experiencia se produzca y se desarrolle completamente, el paciente estará haciendo su trabajo interior, el trabajo de su alma. Como consecuencia de este trabajo interior algo habrá cambiado en el subconsciente del paciente. Si como terapeuta trato la experiencia de posesión o influencia espiritual como si fuera exactamente lo que parece ser, invasión y alteración de la personalidad de una persona por el accionar de una entidad pensante extraña, la condición de esa persona puede resolverse casi siempre.

Las historias presentadas aquí provienen de las sesiones de trabajo de los pacientes y de los cursos de formación en TVP. Por esta razón la mayoría de los nombres y circunstancias han sido modificados a fin de proteger la identidad de las personas involucradas. No obstante, algunas personas figuran con su verdadero nombre por pedido expreso de ellas mismas. Un porcentaje significativo de las experiencias clínicas que aquí se exponen se llevaron a cabo dentro de los cursos de formación. Esto se debe a que la toma de consciencia que tiene lugar durante las clases y la confianza reinante en el grupo favorecen que se desarrollen este tipo de experiencias. A su vez, el seguimiento posterior se ve facilitado, cosa que no siempre he podido hacer con todas las personas que me consultaron. Por otro lado, consideré importante presentar las experiencias de los propios terapeutas en formación, ya que inicialmente muchos de ellos no creían que esto pudiera sucederles a ellos mismos. Como profesionales que son, no puede dudarse de su veracidad y autenticidad.

Otro detalle interesante es que los trabajos con los pacientes y los terapeutas se llevaron a cabo en Argentina, Chile, México y España. Esto constituye un valor agregado que le confiere a las experiencias un carácter universal. Asimismo, he conservado en los diálogos el lenguaje y el argot propio de cada persona de acuerdo a su lugar de origen, respetando también, por supuesto, el de las almas perdidas.

No me considero ningún pionero. La influencia de las entidades espirituales sobre los seres vivos es conocida desde la antigüedad y, en la literatura sajona, hay trabajos y observaciones clínicas que datan del siglo XIX. Pero sí estoy seguro de contribuir con este libro al esclarecimiento de esta realidad en el mundo de habla hispana. En este sentido, siento que he cumplido con el trabajo que mi alma esperaba que yo completara. Me siento en paz conmigo mismo y agradezco aquí a todas las personas que confiaron en mi propuesta terapéutica y me ayudaron así a culminar este trabajo.

José Luis Cabouli

Buenos Aires, 23 de Abril de 2006

Día de San Jorge

Terapia de la posesión espiritual

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