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Capítulo II
De almas perdidas, fragmentos y campos de energía

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En la estación “Bulnes” de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires, hay un mural cerámico de Alfredo Guido (1892-1967) titulado “Santiago del Estero: canciones, costumbres, leyendas del país de la selva”. Uno de los motivos del mural se denomina “L’Alma Perdida” y retrata a un alma en pena en actitud de lamento o desesperanza. El mural data de 1938 y es un testimonio, en plena metrópoli moderna, de una realidad que siempre ha estado presente en el folklore de la mayoría de los pueblos.

El contacto con las almas de los difuntos y la permanencia de éstos en el territorio de los vivos es una de las tradiciones más antiguas en todas las razas y pueblos. Sólo por mencionar algunas digamos que, en el judaísmo, el equivalente del alma perdida es el dibuk y en la tradición céltica, en Bretaña, a las almas errantes se las conoce como anaon, seres ya muertos que prolongan su vida terrestre participando de dos mundos a la vez. Aunque no podamos percibirlo, vivimos rodeados de un mundo invisible con el cual compartimos nuestra vida cotidiana. El plano de la vida espiritual es una realidad natural y sus habitantes están en relación con los vivos mucho más íntimamente de lo que podamos imaginar. Miles o quizás millones de seres permanecen durante cierto tiempo en la esfera terrestre, con frecuencia en las cercanías del lugar en el cual vivieron, retenidos allí por diversos motivos. Esta presencia no es pasiva, ya que los difuntos errantes ejercen una influencia notable sobre los seres vivos. En el capítulo LX del Tao Te King, Lao Tsé nos advierte y aconseja sobre esta influencia:

“Si se gobierna el mundo conforme al SENTIDO,

Los difuntos no vagan errantes, como espíritus.

No es que los difuntos dejen de ser espíritus,

sino que dejan de causar daño a los hombres.”

Sobre este párrafo en particular Richard Wilhelm comenta lo siguiente:

“... Lao Tsé da por sentada la existencia de las fuerzas del más allá, las cuales dominarían y excitarían a los seres humanos. Un buen gobierno logra establecer la paz también en este terreno. Las almas de los muertos dejan de errar por ahí como fantasmas, sus energías dejan de ser nocivas para el hombre, no provocan cizañas ni escisiones, no dejan lugar a luchas —religiosas o de partidos— y las personas se relacionan entre sí sin reticencias.”

Esta influencia del más allá muchas veces se pone de manifiesto en la práctica clínica y resulta ser la causa o el origen del síntoma que presenta el consultante. Uno de los pioneros en explorar este campo de la clínica es el Dr. Carl Wickland, médico psiquiatra de la ciudad de Chicago, quien, en su libro Treinta años entre los muertos, publicado en 1924, dice lo siguiente:

“Muchas inteligencias desencarnadas, al faltarles el cuerpo que necesitaban para satisfacer sus inclinaciones terrenales, se ven atraídas por el aura magnética que emana de los seres encarnados y se pegan a algunas de estas auras magnéticas ejerciendo actos de influencia, de obsesión y de posesión en los seres humanos. De esta manera encuentran un vehículo de expresión a sus propios anhelos. Estos espíritus intrusos influyen con sus pensamientos en las naturalezas muy sensibles, les hacen partícipes de sus emociones, debilitan su fuerza de voluntad y se hacen, con frecuencia, verdaderos dueños de sus actos con lo que ocasionan grandes sufrimientos, perturbaciones mentales y dolores.”

En pocas líneas Wickland resume el modus operandi y las consecuencias del accionar de las almas perdidas y describe claramente tres tipos de efectos sobre los seres vivos: influencia, obsesión y posesión. En mi experiencia como terapeuta he hallado que lo más común es que las almas perdidas ejerzan actos de influencia sobre los seres vivos. La obsesión y posesión están reservadas a un grupo de almas o entidades que denominamos obsesores y que veremos a su tiempo.

Terapia de la posesión espiritual

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