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La muerte: el desacoplamiento del alma del cuerpo físico
ОглавлениеEl segundo aspecto a considerar es entender la muerte como el momento en que el alma comienza el proceso inverso a la concepción y posterior encarnación. Educados y acostumbrados como estamos a considerar y valorar el cuerpo físico como una unidad de vida y el asiento de una personalidad, nos resulta difícil entender y aceptar que la muerte es el mecanismo mediante el cual el alma inicia la desencarnación. Así, denominamos muerte a la cesación de la vida en un cuerpo físico, pero la muerte es algo más trascendental.
La muerte es un proceso que comienza antes de que se produzca la muerte efectiva y que continúa todavía después de que nosotros constatamos los signos físicos exteriores como ausencia de latidos, pulso y respiración. La muerte es el proceso mediante el cual el alma encarnada se separa y se desprende definitivamente del cuerpo físico que estaba habitando. Esto es importante para comprender lo que va a venir después. La muerte es un proceso constituido por una serie de acontecimientos que tienen lugar tanto a nivel físico como a nivel energético y espiritual.
Cuando constatamos la muerte en una persona mediante los signos físicos exteriores, sólo estamos viendo una parte de ese proceso. Los sabios tibetanos enseñan que, en una muerte natural, el proceso comienza siete años antes de que se produzca la muerte efectiva. Ya entonces comienzan los cambios que indican que esa persona va a morir: la piel pierde su humedad y comienza a secarse, la grasa subcutánea se consume lentamente y se marcan los tendones y los huesos, el brillo de los ojos se opaca y la persona comienza a estar cada vez más ausente. Lentamente, el desprendimiento del alma ya ha comenzado y una de las cosas evidentes es que a esa persona le falta energía vital. De modo que el proceso de la muerte comienza antes de que el corazón detenga su movimiento y continúa aún después de que el corazón deja de latir. Llegado a este punto, más allá de la dimensión física, todavía se siguen produciendo cambios y lo que nosotros no podemos ver es que la energía tiene que retirarse de cada célula. Aun en los casos en que la muerte parece instantánea, no lo es; lo que nosotros podemos constatar son los signos físicos exteriores, pero el desacoplamiento del alma de las células físicas puede llevar desde unas horas hasta tres días, dependiendo del estado de la conciencia en el momento de producirse la muerte y del desarrollo espiritual alcanzado en la vida que se deja.*
Hay un estudio interesante —citado por Fernando Sánchez Quintana— que es consistente con lo que acabamos de decir. Konstantin Korotkov —profesor de la Universidad Técnica Federal de San Petersburgo— realizó esta investigación junto a un equipo de médicos forenses. Utilizando una cámara Kirlian digital diseñada por Korotkov, durante tres años estudiaron el campo bioeléctrico de un grupo de personas inmediatamente después de fallecidas.
En este estudio se obtuvieron imágenes del campo de energía de los dedos de la mano izquierda de las personas fallecidas a cada hora, de día y de noche. Posteriormente, los niveles de energía obtenidos eran convertidos en gráficos y se construían las gráficas de cambio de intensidad en el brillo del aura durante tres a seis días luego del fallecimiento. Se encontró que la mayoría de las gráficas no desaparecían de forma monótona, sino que tendían a oscilar, a veces marcadamente. Por tanto, clasificaron estas gráficas en tres grupos y encontraron un dato muy interesante: cada uno de los grupos encontrados estaba definido por un tipo de muerte particular.
Grupo I: Gráficas con oscilaciones relativamente débiles.Estas gráficas se correspondían en los casos de muerte natural, tranquila, causada por degeneración de los tejidos. Las gráficas variaban entre las 16 y 55 primeras horas antes de estabilizarse en un nivel basal.
Grupo II: Gráficas con oscilaciones débiles, pero con un breve período de intensidad de energía pronunciado.Aquí encontraron que la muerte había sido causada por accidentes de tránsito con fracturas craneales. Las gráficas mostraban una intensidad de energía muy elevada en un período de 0 a 24 horas para después descender al nivel basal.
Grupo III: Gráficas con oscilaciones fuertes de larga duración.En este grupo la muerte ocurrió en forma inesperada como resultado de circunstancias trágicas, por ejemplo suicidio y asesinato. Las gráficas mostraron una mayor amplitud y duración de las oscilaciones que iban descendiendo progresivamente. Existían momentos de gran intensidad durante la noche que caían al final del día.
En los tres grupos la intensidad descendió finalmente a un nivel fijo muy bajo, que podría esperarse de un objeto no vivo de las mismas características. Basándose en estos resultados, los investigadores concluyeron que la actividad energética de una persona no desciende a cero después de la muerte clínica. En algunos casos está presente hasta cuatro días después de la muerte, lo que significa que el alma todavía está allí. Es particularmente significativo que el proceso de desaparición de la energía depende de la causa y naturaleza de la muerte. Lo que el estudio parece indicar es que el alma entra y sale del cuerpo en los primeros días posteriores a la muerte. Esto significa que aunque el cuerpo esté muerto, el alma todavía está allí.
Estas diferencias en las gráficas de la energía coinciden con los hallazgos clínicos en el trabajo con almas perdidas. Las características de la muerte suelen ser determinantes en la evolución posterior del alma luego de dejar el cuerpo físico. De cómo se muere, de las condiciones en que se muere, del estado en el cual se encontraba la consciencia en el momento de morir, y de las creencias de la persona en ese instante depende en mucho que un alma siga su proceso de retorno a la Luz o permanezca ligada al plano físico.
Ahora que sabemos que la muerte es un proceso que lleva su tiempo e implica que el alma tiene que desprenderse del cuerpo físico para retirar su energía, podremos comprender mejor de qué manera el alma de una persona fallecida se convierte en un alma perdida o en un fantasma, que al fin y al cabo es lo mismo.