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Un abuelo ucraniano
ОглавлениеRaquel (37), médica, era una de las participantes del segundo curso de formación en TVP en Buenos Aires. Una mañana, Raquel llegó a clase con una extraña sensación de angustia difícil de describir. Todavía no habíamos tocado el tema de las almas perdidas, de modo que, con mucha cautela, le pregunté cómo era esta angustia que experimentaba. Raquel definió esta angustia como una fuerza que la envolvía. Con la sospecha de que se trataba de la presencia de un alma perdida, procedí entonces a guiarla utilizando la técnica de los dedos que aprendiera de Edith Fiore.
Miércoles 21 de julio de 1993
Terapeuta: Muy bien, Raquel. Ahora, yo le preguntaré a tu inconsciente si hay alguna energía que esté influyendo en tu vida en este momento y tu inconsciente me contestará utilizando los dedos de tu mano derecha. Si hay alguien allí influyendo en tu vida se levantará el dedo pulgar de tu mano derecha, de lo contrario lo hará el dedo índice. Ahora, yo le pregunto a tu inconsciente, ¿hay allí alguna fuerza o energía que esté influyendo en tu vida? ¿Sí o no?
Raquel: (Levanta el dedo pulgar derecho).
T: Muy bien, ahora le preguntaré a tu inconsciente si hay una o más de una energía. Si es una sola energía se levantará el dedo pulgar derecho; si son más de una el dedo índice se levantará. ¿Es una o más de una?
R: (Levanta el dedo índice).
T: Muy bien. Tu inconsciente dice que hay más de una entidad o energía. Ahora, yo preguntaré si alguna de estas energías está dispuesta a hablar. Si es así, se levantará el dedo pulgar derecho. ¿Hay alguien allí que esté dispuesto a hablar?
R: (Contesta afirmativamente).
T: Muy bien; entonces, Raquel, le darás permiso a esta energía o a este ser para que pueda dialogar conmigo utilizando tus cuerdas vocales y tu voz y, mientras tanto, vos permanecerás en forma pasiva sin intervenir, permitiendo así que esta entidad se manifieste libremente por medio de tu voz. Yo quiero decirle a este ser, quienquiera que sea, que es bienvenido y que aquí no hay nada que temer. Yo no estoy aquí ni para criticar ni para censurar, estoy aquí para ayudar. Ahora Raquel te da permiso para que puedas manifestarte libremente. Adelante, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué te está pasando? (Esta es la forma como me dirijo habitualmente al iniciar el trabajo con almas perdidas.)
Alma perdida: La estoy cuidando, tengo miedo de hablar —con voz grave y con acento de inmigrante europeo oriental.
T: Mirá, aquí no hay nada que temer. Me imagino que hace mucho que no hablás con alguien.
AP: Sí, hace mucho que no hablo, como dieciocho años... Antes hablaba con ella.
T: ¿Cuándo hablaste con Raquel?
AP: Un día que tuve que gritar. Ella se arriesgaba. Era una marcha y había mucha gente. Raquel fue allí y, de pronto, la gente empezó a correr y tiraban tiros y entonces yo grité “¡Cuidado!” y ella se tiró al suelo y así la salvé.
T: Muy bien, ¿cuál es tu nombre?
AP: Samuel.
T: ¿Y qué pasó con vos, Samuel?
Samuel: Yo vivía en Santiago del Estero, en Icaño. ¡Cómo quería a ese pueblo! Es hermoso, vos tendrías que conocerlo.
T: ¿Y qué hacías en Icaño?
S: Yo vine acá cuando tenía cinco años, vine de Ucrania. Escapábamos porque éramos judíos y nos perseguían. Vinimos acá y, yo soy el hermano mayor, entonces acá pusimos un boliche y yo atiendo el boliche. Mi mamá no habla nada de castellano; aprendió quichua y entonces habla ruso y quichua. Y mi papá tampoco habla. (Se expresa alternativamente en modo pasado y en presente.)
T: Muy bien, adelante.
S: Allá teníamos una curtiembre; curtíamos pieles, pero acá nadie quiere hacer eso. Acá trabajamos en este boliche y después progresamos. Yo estudio solo y estudio mucho y después hay que mandar mis hermanos a estudiar y entonces yo no puedo ir porque alguno tiene que trabajar. Entonces después, ponemos fiambrería. Yo trabajo con mi hermano Rubén y mis otros dos hermanos son abogados. Rebeca estudió odontología. Entonces yo mando mis hijos a estudiar y yo trabajo acá, en la fiambrería. Yo estudio farmacia, pero estudio solo y estoy casado con Esther. (A medida que va transcurriendo el diálogo se hace más evidente su acento ucraniano mientras que, normalmente, Raquel habla con acento totalmente argentino.)
T: ¿Y cómo es que la conocés a Raquel?
S: Ella es hija de Uriel y Uriel es mi hijo. ¿Cómo no la voy a conocer? (Obvio, pero yo no tenía ni idea de quién se trataba y Raquel en ningún momento mencionó a su abuelo.)
T: ¿Y qué fue lo que pasó con vos?
S: Yo sufría del corazón; no podía caminar ni hacer cosas y, ¿cómo voy a dejar de caminar? Yo seguí caminando y seguí trabajando y entonces ponía la pastillita debajo de la lengua y entonces ya está. Y, entonces, voy caminando desde mi casa y voy a lo de Jacobo y entonces, cuando llego a la casa de Jacobo, siento dolor en el pecho otra vez. Me pongo la pastillita, pero no me puedo sostener...
T: ¿Y entonces? Fijáte qué pasó.
S: Me caigo, está Jacobo y la pastilla... ¡no sé qué le pasa!
T: ¿Y entonces? Fijate qué pasa con vos, qué pasa con tu cuerpo.
S: Y estoy ahí en el piso y estoy por arriba de todos. ¡Uy, Dios mío! Y digo “idiota, levantate, idiota” y no me levanto. Y estoy ahí... y todos lloran y gritan y yo digo “idiota, levantate”, pero no me puedo meter otra vez en el cuerpo. (Vean qué descripción precisa y sencilla que hace del desprendimiento de su alma. Todo ocurre en un instante.)
T: Y entonces, ¿qué hacés?
S: Entonces empiezo a correr y no puedo correr. Es como si volara y voy a ver a Esther, pero ella no me escucha. Yo le digo “¡Esther, Esthercita!”, pero ella no me escucha y no sé qué pasa ahí. Entonces vuelvo a la casa de Jacobo, pero no puedo hacer nada, nadie me escucha. Yo les digo que estoy acá, pero no puedo hacer nada. No puede ser, no puede ser.
T: Y entonces, ¿qué hacés ahí?
S: Y ahí estoy... doy vueltas y camino y... voy de acá para allá. Y me lavan el cuerpo y me peinan y yo la veo a Esther que elige un traje para ponérmelo. Es un traje negro que no uso desde hace mucho; es incómodo, no me va a andar bien. Me cortan las uñas y me ponen ese traje y después viene otro y me saca el traje y me pone como un camisón blanco y me meten en un cajón y estamos ahí. Después llevan el cajón a Colonia Dora porque aquí en Icaño no hay cementerio para judíos. Entonces, vamos a Colonia Dora y yo, ¿qué voy a hacer? Y no tengo dónde meterme. Entonces, Esther se va para Córdoba después, porque yo estoy aquí, pero no me escucha y yo no puedo hablar y nadie me escucha y, entonces, ella se va para Córdoba y yo me voy también. Y yo no sé qué tengo que hacer acá. Me parece que no sería mi tiempo, pero, ¿qué voy a hacer? ¿Me voy a quedar ahí, mirando el cajón?
T: Y entonces, ¿qué hacés?
S: Y entonces siento que ella me llama.
T: ¿Quién te llama?
S: Raquel me llama. Yo estaba como volando, así, y ella me llama y veo que ella llora y que me necesita. Ella dice “abuelo, te necesito” y me pregunta cosas y yo le contesto.
T: ¿Cómo le contestás?
S: Y, yo le contesto y ella me escucha. Es la única que me escucha, mirá vos, ¿quién iba a decir? ¿Quién iba a decir que ella me iba a escuchar?
T: ¿Y entonces?
S: Entonces, como ella dice que me necesita, yo me quedo con ella. (Así de simple) Algo tengo que encontrar para hacer... Entonces, estudiamos juntos y aprendí muchas cosas, estudiamos medicina y ella hace lo que a mí me gusta.
T: Muy bien. Ahora me gustaría explicarte algo, ¿sabés? Se trata de algo que tal vez nunca te dijeron, pero en la cabalá judía también se habla de esto. ¿Vos sabés hebreo?
S: Yo sé yídish.
T: Vos sabés que los maestros de la cabalá explican que el alma no muere nunca, sino que lo que muere es el cuerpo.
S: ¡Y miráme a mí!
T: Eso es, tu cuerpo se murió, pero tu alma sigue viviendo. Ahora, cuando el alma deja el cuerpo, tiene que entrar en el mundo de la luz, en el mundo de los espíritus.
S: ¡Eso es todo mentira!
T: Mirá, hay una palabra en hebreo, nilgul neshamot, que quiere decir “las ruedas del alma”. Eso significa que el alma va de vida en vida girando como una rueda. Luego de dejar un cuerpo el alma regresa al mundo de la Luz. El cuerpo es como un traje que, cuando se pone viejo, se tira y se compra otro. Al dejar el cuerpo, lo correcto es que el alma entre en el mundo de la Luz para que luego vuelva a nacer del vientre de una madre en un cuerpo nuevo. Lo que pasó es que, cuando te moriste, no te diste cuenta de lo que estaba pasando.
S: Yo sí me di cuenta, pero no podía volver, ¿qué querés?
T: No podías volver porque tu cuerpo estaba muerto y, en vez de ir hacia la Luz...
S: Si yo le decía: idiota, te vas a morir.
T: Claro y, en lugar de ir al mundo de las almas, te quedaste en la tierra y, al quedarte con Raquel, estás influyendo en su vida porque es como si estuvieran los dos en un mismo cuerpo. Cuando vos dejaste tu cuerpo, te estaban esperando seres luminosos para llevarte al mundo de la Luz. Lo que pasa es que, en el medio de la confusión, no los pudiste ver. Ahora, vamos a hacer un ejercicio de memoria. Quiero que vuelvas un instante antes del ataque al corazón y quiero que prestes atención cómo es que dejás ese cuerpo. Cuento hasta tres y volvé a ese momento. Uno... dos... tres. Fijáte, ¿cómo te viene el ataque?
S: Estoy muy apurado y entro en la casa de Jacobo y paso un zaguán y lo busco a Jacobo porque necesito gas. Entonces le digo “Jacobito, necesito gas” y, entonces, siento un dolor fuerte, acá, en el pecho. Busco la pastilla, ¡otra vez esta mierda! Y me caigo y no me puse la pastilla. Entonces viene Sara corriendo y grita y viene Jacobo y él me pone la pastilla.
T: Y entonces, ¿qué pasa?
S: La pastilla queda entera... y me empiezo a salir... y salí arriba... y me digo “idiota, idiota, te vas a morir”. A Sara, le digo que no llore y que no grite, pero ni me escucha. Agarro a Jacobo de los hombros y lo sacudo, pero no me siente.
T: Eso es, ahora, quiero que prestes atención y que mires a tu alrededor porque, al dejar el cuerpo, podés ver el mundo de las almas. Ahora, tu vista puede ver lo que no podías ver antes. Vas a ver una luz y, prestá atención porque, en ese momento, te estaban esperando.
S: Sí, hay una luz y hay unos tipos ahí. ¡Mirá vos! Yo creí que eso no era para judíos.
T: ¿Cómo es eso?
S: El tipo ese tiene una cosa en el cuello, parece un cura y entonces yo dije: no es para judíos. (¿Qué les parece?)
T: ¿Y qué te dice ese ser?
S: ¡Mirá vos! Ahí viene mi mamá también y me dice: “Vení, Samuelito.”. Ella está ahí y también está Rubén y hay un montón, otros. ¡Y yo creí que eso no era para judíos, mirá!
T: ¿Sabés por qué? Porque la religión es de los hombres, pero para Dios todos somos iguales; no existe la división en el mundo de Dios, por eso te están esperando ahí.
S: Y me da mucha pena dejarla a Esther. ¡Ahhh!
T: Yo te entiendo, ya te vas a encontrar con Esther.
S: ¿Vos creés?
T: Sí, señor. Cuando llegue el momento te vas a reunir con Esther y podrás ayudarla. Ahora fijate, ¿qué te dice tu mamá?
S: Que tengo que ir ahí.
T: ¿Y no estás contento de volver a ver a tu mamá?
S: Sí, la verdad que me da alegría volverla a ver.
T: ¿No tenés ganas de abrazarla?
S: Sí, pero si la abrazo no voy a poder volver. ¡Ay, qué cosa! (¿Vieron? El alma sabe perfectamente lo que va a pasar. Si el alma perdida se abraza al familiar que lo viene a buscar, el trabajo ya está logrado.)
T: Yo te voy a ayudar ahora porque es la evolución natural que vos vuelvas al reino de Dios.
S: ¡Pero acá hay tanta gente que me necesita! Yo ayudaba tanto a la gente del pueblo... Hay mucha gente pobre acá. Yo le decía siempre a Uriel “traéme ropa y libros usados” y yo seleccionaba la ropa y le daba a la gente. ¿Quién va a hacer eso ahora? ¡Y esa chica! ¿Quién va a cuidar ahora? ¡Pobre!
T: Ella está aprendiendo a cuidarse sola y es muy importante que cada uno haga su propia experiencia. Vos no podés estudiar por ella, no podés dar los exámenes por ella. Yo te aseguro que todo va a salir bien.
S: ¿Y ella también va a poder venir después?
T: Todos vamos a ir allí porque ese es nuestro verdadero hogar y nuestro verdadero mundo. Escuchala a tu mamá que seguramente tiene algo para decirte. ¿Qué te dice tu mamá?
S: Ella quiere que vaya. Me dice que viví bien y que me morí mal. La voy a ir a abrazar.
T: Eso es, no tengas temor. Abrazate con tu mamá que todo va a salir bien.
S: “Quedate tranquila, Raquelcita. Desde donde yo esté te voy a ayudar.”
T: Eso es, andá con tu mamá que hace mucho tiempo que te está esperando. En la Luz tu fuerza será mayor y podrás ayudar a Raquel con la asistencia de Dios.
S: Necesito descansar mucho.
T: Eso es y... Fijate una cosa, ¿hay alguien más allí que esté con Raquel?
S: ¿Ahí dentro? Sí.
T: Muy bien, peguntale si se quiere ir con vos.
S: No sé, no habla. El cura ese le da la mano.
T: Ayudalo para que se vaya con el cura.
S: Bueno, que se vaya con el cura, conmigo no. Ése, ni siquiera es pariente. Me parece que me vio a mí y entonces se vino y yo no lo escuché en todo el tiempo porque a mí no me gustan los borrachines. ¿Sabés que aquí mucha gente fue y vino varias veces? Es como si Raquel los llamara. Yo nunca estuve de acuerdo con eso.
T: Ajá, y fijate, ¿qué cosa facilita eso en Raquel?
S: Y, ella es muy buena y tiene lástima de todos y, entonces, ella siente algo y va y viene y otros se cuelgan de ella. Acá hubo varios que estuvieron y van y vienen y la Laura también va y viene. Pero la Laura, ¡pobre!, está tan mal ella... (Así de fácil, en forma inconsciente, es como muchas energías extrañas se pegan a una persona.)
T: ¿Quién es Laura?
S: La Laura es la mamá de Raquel. Ella está mal, ella no se puede hacer nada; nunca se pudo hacer nada con la Laura. (Hasta aquí yo no sabía nada de la mamá de Raquel.)
T: Quedate tranquilo que yo la voy a ayudar, ¿sí?
S: Bueno, encargate vos.
T: Yo me voy a encargar de eso. Vos hiciste un gran trabajo hoy. El mérito es doble porque ayudaste a ese otro ser que también estaba perdido...
S: Y también hay otra chica, es una nena chiquitita. Ésa, ni yo sé de dónde salió. Acá, nosotros la vamos a cuidar.
T: Muy bien, te felicito. Realmente has hecho un gran trabajo. Ahora, andá con tu mamá...
S: Y con Rubén. Mi papá ya no está, mirá vos. Dijo mi mamá que ya se fue. Lástima, me perdí de verlo.
T: Ya lo vas a volver a encontrar. ¿Estás listo para partir?
S: Sí.
T: Que Dios te bendiga y que encuentres toda la paz, el amor y la luz del Padre Creador.
S: A vos también. Gracias.
T: Chau.
***
Como podrán comprobar, dentro de las almas perdidas familiares los abuelos son mayoría. Tal como lo habíamos anticipado, aquí fue Raquel quien le pidió a su abuelo que se quedara con ella.
Me parece muy valiosa la descripción que Samuel hace del momento de su propia muerte. Sorprende la sencillez con la que se produce la salida del cuerpo como consecuencia de lo que parece haber sido un infarto y la inmediata imposibilidad de volver a aquél. Considero importante este punto porque el testimonio de las almas perdidas puede ayudarnos a terminar con el temor a la muerte. Es interesante también con qué detalle Samuel describe los pormenores de los sucesos inmediatos a su muerte; la preparación y el lavado de su cuerpo y la colocación de la mortaja. Es bueno tener en cuenta estos detalles porque no debemos olvidar que, aunque el cuerpo esté muerto, el alma del difunto todavía puede estar allí observando cómo se desarrollan los acontecimientos.
El otro aspecto a resaltar aquí es cómo Samuel describe la desorientación de los primeros momentos luego de su muerte, cuando se da cuenta de que él puede ver y escuchar a todos, pero nadie lo ve ni lo escucha ni lo siente, a pesar de sus esfuerzos. Esta situación es la que sorprende, desorienta y shockea a la mayoría de las almas perdidas: no entender lo que está sucediendo. Observen también de qué manera pueden afectarnos las creencias en el momento de la muerte. La sorpresa de Samuel cuando se da cuenta de que lo habían venido a buscar, pero como él creía que eso no era para judíos, entonces no quiso irse, sobre todo porque había un cura. Esta es una clara evidencia de que la Luz no hace diferencias.
Finalmente, Samuel nos advierte de la presencia de otros seres dentro del aura de Raquel y de qué manera ella misma facilitaba con su permisividad que la invadieran otras almas.
***
Laura, la mamá de Raquel, se manifestó un par de semanas más tarde. Samuel dijo que no se podía hacer nada con Laura, ¿recuerdan? No fue fácil convencer a Laura para que regresara a la Luz. La mamá de Raquel tuvo varias internaciones psiquiátricas y se suicidó después de que muriera Pablo, el hermano de Raquel. Después de que yo diera la clase sobre almas perdidas, Raquel reveló que sentía que su mamá estaba con ella y que también hablaba con ella. No sólo eso; Raquel conservaba una camiseta de su mamá. De vez en cuando, Raquel se ponía la camiseta de su mamá al tiempo que decía: Laura, vamos a pasear.
—El otro día —agregó Raquel—, cuando vos hablabas de todo esto (almas perdidas), escuché que ella me decía: Y vos te callás la boca y no decís que estoy acá.
El trabajo con la mamá de Raquel ocurrió inesperadamente mientras estábamos en clase y no quedó registrado. Durante la sesión, Laura dijo:
—Pablo quería que me fuera con él y yo me quería ir con él. Entonces me pegué el tiro, pero a Pablo no lo vi nunca más.
¿Cuántos suicidios pueden ocurrir de esta manera? No fue esta la única vez que asistí a algo así. Fue bastante trabajoso convencer a Laura para que regresara a la Luz; la verdad es que se resistía a hacerlo. Finalmente se fue luego de recitar el Shemá* Fue muy dramático el regreso de Raquel a su consciencia habitual.
—Tengo una sensación de vacío —dijo Raquel luego de la partida del alma de su mamá—. Se me hicieron claras tantas cosas... Me di cuenta de que me la cargué a mi mamá cuando la estaban velando; ahí se me pegó. Ella salió por el agujero del tiro y se me pegó. Ahora siento que ella ya no está.
De improviso, Raquel rompió a llorar desconsoladamente y, al preguntarle por qué lloraba, me contestó:
—Es que ahora sí se murió mi mamá.
Como corolario del trabajo con su abuelo, Raquel contó que ella sentía atracción por las mujeres. Después de que se fue su abuelo desapareció la angustia y la atracción por las mujeres, lo cual sugiere que esta atracción que Raquel sentía no era genuinamente de ella sino que eran las apetencias de su abuelo. Volveremos a encontrarnos con Raquel en el capítulo siguiente.