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Capítulo I
Un bisabuelo vengativo

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Ramiro tenía veintiocho años cuando me consultó por su obsesión por la seguridad. Esta obsesión lo había impelido a realizar todo tipo de cursos para resolver situaciones de emergencia: cursos de primeros auxilios, de guardavidas y de mecánica de emergencia, entre otras cosas. Confesaba una marcada agresividad; de niño, Ramiro se entretenía matando gatos y le fascinaban las catástrofes y las tormentas eléctricas. Tenía además adicción al cigarrillo, a los sedantes y a las bebidas cola. Pero el punto sobresaliente en su historia era el odio por su abuela materna. Entabló una guerra espiritual con su abuela que duró por espacio de tres años, hasta que finalmente logró internarla en un geriátrico. “Se la gané —me decía Ramiro en su primera entrevista—. La saqué del medio. Está pagando lo que hizo; que se pudra ahí”.

En su primera regresión Ramiro trabajó su obsesión por la seguridad. Esta obsesión se había originado en una vida anterior, al morir como piloto norteamericano en la guerra de Corea. Su avión se precipitó a tierra debido a una falla provocada por negligencia de sus mecánicos. Eso explicaba su desconfianza hacia los mecánicos y que se ocupara él mismo de las reparaciones de su automóvil. Allí se originó también su adicción a los sedantes. En esa regresión, Ramiro relató que antes de cada misión los pilotos eran inyectados con una sustancia para darles valor. Esa inyección les borraba la conciencia a los pilotos y éstos se sentían bien, tal como Ramiro lo experimentaba cuando tomaba sedantes.

Ramiro faltó a la siguiente sesión y, cuando volvió, dijo que estaba más agresivo. Se me ocurrió entonces preguntarle si tenía obstáculos para concurrir a la consulta y me contestó que, efectivamente, tenía miles de obstáculos. Me animé un poco más y directamente le pregunté:

¿Creés que puede haber alguna fuerza extraña influyendo en tu vida?

—Estoy seguro que sí —contestó sin dudar.

—Si así fuera, voy a pedirte que permitas que esta fuerza pueda manifestarse a través de vos.

Procedí entonces a guiarlo en una relajación física progresiva y, al término de ésta, le pregunté si sentía la presencia de algo o alguien. Contestó que sí y con los dedos señaló que había tres entidades. Le pedí entonces que permitiera manifestarse a una de ellas.

Viernes 24 de noviembre de 1989

Terapeuta: Ramiro, voy a pedirte que permanezcas con tu mente en forma pasiva y que permitas que este ser hable por medio de tus cuerdas vocales, a través de tus labios, utilizando tu voz. Quienquiera que sea, quiero decirle que es bienvenido. Adelante, ¿qué estás haciendo aquí?

Ramiro: Este tipo es fuerte —hablando sin dilación y con un timbre de voz diferente al de Ramiro—. Tiene tendencia a destruir. Eso es lo que disfruto. Me encanta destruir.

T: ¿Cómo te llamás?

R: Lucifer —con tono intimidatorio—, ¿le gusta?

T: Muy bien, Lucifer —sin inmutarme—. Yo no estoy aquí ni para censurarte ni para juzgarte. Estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Podés contarme lo que vos desees.

Lucifer: Este tipo me da mucho trabajo —con fastidio—, porque tiene una propensión a hacer el daño, pero también tiene una conciencia que no le deja confundirse. Sabe lo que está bien y sabe lo que le conviene. Algunas veces lo logré, pero... ¡me cuesta! Es un tipo listo este Ramiro; él sabe que las cosas vuelven, por eso no hace daño. Y estoy acá con él porque le gusta vengarse, le gusta la venganza.

T: ¿Cuándo te uniste a él?

L: Me incorporé a él cuando estaba en el vientre de su madre, a los tres meses y medio.

T: ¿Te disgusta que Ramiro venga aquí?

L: ¡Sííí! Me va a desalojar y no quiero. (Observen que la entidad sabe lo que se viene.)

T: ¿Le ponés obstáculos para que no venga?

L: ¡Sííí! Hago que choque con el auto para que no se ocupe de mí. Hago que su madre tenga problemas para que él se ocupe de ella y no de mí. Hago que tenga problemas con su novia para que se ocupe de los problemas de su pareja y no de mí. Le provoco problemas en su trabajo para que no se ocupe de mí.

T: Muy bien, ahora yo te voy a proponer algo. Podés venir aquí, con Ramiro, cada vez que él venga y podrás hablar y decir todo lo que sientas.

L: ¿ Y por qué?

T: Bueno, porque yo deseo ayudarte.

L: ¿A mí? —con desconfianza—. Vos querés ayudar a Ramiro.

T: Y a vos también. ¿No te gustaría tener un amigo con quien hablar? Si permitís que Ramiro venga aquí, podrás hablar conmigo y decir todo lo que vos quieras decir.

L: Yo no tengo amigos. Ramiro me quiere expulsar de su cuerpo y usted lo está ayudando a él —enfatizando las últimas palabras.

T: Yo estoy ayudando a Ramiro a que pueda ver las cosas más claras y a que vos también puedas ver más claro.

L: El ver más claro me va a dar más problemas. Conozco a Ramiro mejor que vos.

T: ¿No te gustaría ver la Luz?

L: ¿Qué luz?

T: ¿Dónde vivís ahora?

L: Vivo en él. Disfruto cuando fuma, disfruto cuando toma coca-cola, disfruto cuando eyacula, disfruto cuando toma baños de agua caliente, disfruto cuando toma grandes cantidades de sedantes, disfruto cuando se venga. (¿Qué les parece?)

T: ¿Y dónde está tu cuerpo?

L: ¡Ja! Los espíritus no tenemos cuerpo y vos lo sabés.

T: Pero alguna vez tuviste un cuerpo. ¿No te gustaría volver a tener tu propio cuerpo en lugar de un cuerpo que no es tuyo?

L: No recuerdo haber tenido otro cuerpo, pero sería mejor tener el cuerpo de un tipo malo y que lo pudiera manejar con más facilidad que a Ramiro.

T: Bien; entonces te propongo hacer un ejercicio de memoria. Yo te voy a ayudar a que recuerdes el momento en que tenías tu propio cuerpo y a ver qué pasó con tu cuerpo.

L: ¿Y para qué?

T: Para que veas por vos mismo que alguna vez tuviste tu propio cuerpo y que podés volver a tenerlo.

L: ¿Cuándo?

T: Eso depende de vos. ¿Te parece que comencemos por el principio? ¿Cuál era el cuerpo que tenías antes de utilizar el de Ramiro?

L: Era Federico, el abuelo de la madre de Ramiro. (Ya no es Lucifer. Eso era para intimidarme. Ahora se manifiesta la verdadera personalidad de la entidad.)

T: Muy bien, Federico. Ahora andá a un momento importante de tu vida como Federico.

Federico: ¡Esa cualquiera que se casó con mi hijo! —visiblemente enojado—. Mujer mala, ¡la odio! ¡La detesto! Es una maldita. Veo cómo manipula a mi hijo, cómo lo explota, cómo trata de separarnos. Le pide alhajas y él trabaja y trabaja para comprarle todo eso.

T: ¿Cuándo ocurre todo eso?

F: En agosto de mil novecientos veintiuno murió mi esposa. En mil novecientos dieciocho lo había hecho yo. Cuando murió mi esposa aulló el perro de la casa. Mi hijo quiso levantarse para ver a su madre, pero esa maldita no lo dejó y mi esposa murió sola.

T: ¿Y qué sentiste en ese momento?

F: ¡Juré hacerla bosta!, a Teresa, que era la esposa de mi hijo y que después mató a mi hijo.

T: Teresa, ¿es la abuela de Ramiro?

F: ¡Sí! Por eso estoy en Ramiro, para seguir mi tarea y, finalmente, lo logré. (Recuerden que Ramiro internó a la abuela en un geriátrico.)

T: Ahora, Federico, avanzá al instante previo a tu muerte.

F: ¡Aaah! Fue una agonía, una hemiplejía. Me orinaba encima, estaba escarado, sufría mucho y, lo que más me fastidiaba, era que esa hija de perra deseaba mi muerte y lo estaba logrando.

T: ¿Cómo morís?

F: Creo que me rendí. Ya no soportaba más estar así.

T: ¿Qué decisión tomaste en el momento de morir?

F: Me quedé en la casa. Me prendí con cuatro garras sobre la espalda de Teresa y, desde entonces, me quedé allí.

T: Ahora, decíme una cosa. ¿No sabías que existe la Luz para los espíritus?

F: Muchas veces Teresa trató de hacerme ver la Luz en sesiones espiritistas, pero no pudo. Yo siempre me resistí.

T: ¿Creés en Dios?

F: No sé. Nunca me interesó el tema.

T: Dejame que te cuente algo. Dios es luz y emana esa luz para todos sus hijos, aun para los equivocados, para los que tienen sed de venganza. Dios tiene un lugar para todos, inclusive para vos y, lo que quiero explicarte, es que ese odio que le tenías a esa mujer, no te permitió ascender a la Luz. ¿No te gustaría ver la Luz?

F: Podría ser interesante.

T: Entonces, te propongo hacer una prueba. Le pediremos a Dios que te dé una muestra de su luz.

F: ¿Y qué me va a pasar?

T: Podrías ver que existe un mundo mejor que aquel en el que estás acostumbrado a vivir. Es necesario que veas la Luz para comprender y tener acceso a un cuerpo nuevo con el cual podrás hacer lo que vos quieras hacer sin necesidad de recurrir a un cuerpo intermediario. Si te desprendés del rencor podrás ver la Luz...

F: La verdad, no me interesa ver la luz porque ya no tengo rencor. Destruí a Teresa, se está pudriendo como yo me pudrí, pero en un lugar peor, en eso que ahora llaman geriátrico. Por lo menos yo tuve el honor de pudrirme en mi casa.

T: Pero, ¿no sabés que el mal que estás causando, tarde o temprano lo sufrirás vos mismo?

F: ¿Y qué sufrimiento estoy causando ahora?

T: Fijate en Ramiro, no puede realizar su vida en paz. ¿No sería mejor que en lugar de hacerle la vida difícil lo ayudaras? ¿No sería mejor que lo guiaras en lugar de inclinarlo hacia el mal? Podrías reparar el sufrimiento que le has causado y Dios te daría la luz y la oportunidad de tener un cuerpo nuevo.

F: ¿Cuándo?

T: Cuando vos lo decidas. Dios te dará entonces un cuerpo nuevo. Serás un bebé, en el vientre de una mamá que te querrá mucho y te cuidará y podrás desarrollarte con todo tu potencial positivo. ¿Te gustaría llegar a eso?

F: Mejor que esto sería. ¿Decís que Dios me va a mostrar la Luz ahora?

T: Si vos querés…

F: Sí, pero quiero ver la Luz, quiero ver a Dios, no me engañes.

T: No te voy a engañar, pero es necesario humildad ante el Padre.

F: De acuerdo.

T: Muy bien; vamos a rezar juntos y vamos a pedirle a Dios que te muestre la Luz. Recemos: “Padre Nuestro que estás en los cielos…”.

F: Padre Nuestro que estás en los cielos… (reza todo el Padre Nuestro)

T: “Humildemente, Señor, te pedimos que llegue tu luz a tu hijo Federico. Él se arrepiente de corazón, quiere apartarse del mal y quiere entrar en la senda del bien. Señor, te pedimos que llegue la luz a este espíritu que hoy vuelve a ti. Que se haga la luz y que pueda ver el mundo maravilloso al que puede acceder.” ¿Cómo te sientes ahora?

F: No alcanzo a estar empapado en esa Luz. Está ahí, siento el calor, pero es como si Dios no me quisiera.

T: No es así; nunca viste la Luz y, si la vieras de golpe, te cegaría.

F: ¡Aaah! Una luz muy blanca está sobre mi frente y creo que si me diera en los ojos me dejaría ciego. ¿Y esto es Dios?

T: No, ese es el camino que Dios te está mostrando para llegar a él. Dios te está abriendo la puerta, pero ese camino debés recorrerlo vos mismo con tu voluntad.

F: Hay una luz muy linda. Es como un tubo cuadrado y me siento bien, como si estuviera flotando en el aire. Es una luz muy blanca que tiene destellos azulados a los costados. Tengo miedo. (Observen ustedes el cambio de actitud.)

T: No tengas temor. Seres de buena voluntad te están esperando con su amor para acompañarte en tus primeros pasos en la Luz.

F: Hay gente a los costados de esa luz. Pero no sigo.

T: ¿Qué está sucediendo que no seguís?

F: Es como la salida de un túnel o algo así y yo sé que cuando salga de ese túnel no voy a poder volver nunca más. (Es exactamente así. Cuando llegan a este punto todas las almas lo saben.)

T: Bueno, esta es tu decisión. ¿Querés volver a las tinieblas, a la oscuridad? Ánimo, seguí adelante, yo te acompaño para que puedas atravesar ese túnel y llegar a la Luz.

F: Tengo ganas de llorar… —de pronto, irrumpe en un llanto incontenible—. ¡Está mi hijo allá!

T: Muy bien, corré hacia él.

F: ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Está mi hijo ahí! ¡Es increíble! ¡Y está joven, está bien! —llorando.

T: Viste que valía la pena hacer esto.

F: ¡Sí! Yo quiero estar con mi hijo. Tengo a mi hijo, además, acá es más lindo. ¡Tanto tiempo! ¡Hijito querido! Pero no me habla.

T: Porque no necesita hablar. Conectate con el pensamiento.

F: Dice que me quiere mucho. ¿Por qué no vine antes?

T: Porque estabas confundido. Ahora sabés que estando en la Luz podés estar con tu hijo y con tus seres queridos. Ahora podrás pedirle a Dios que ayude a Ramiro, ¿sí?

F: Pobre muchacho. Ahora me doy cuenta de lo egoísta que fui —llorando—. Si hubiera sabido que esto era tan bueno, que me iba a encontrar con mi hijo, no hubiera hecho lo que hice.

T: Bueno, todo eso ya pertenece al pasado. Ahora disfrutá este momento hermoso que estás viviendo. ¿Ayudarás a Ramiro?

F: Sí, pobre pibe, ¡cómo sufrió! Tengo una deuda con él. Si hubiera alguna forma de ayudarlo...

T: Ya lo estás ayudando. Ahora, yo voy a hacer una armonización positiva para Ramiro. Voy a pedirte, entonces, que permitas que Ramiro retorne a su conciencia física y, si querés, podés escuchar esta armonización junto con tu hijo. ¿De acuerdo?

F: Sí.

T: Muy bien. Entonces, yo te saludo y me despido de vos. Que Dios te bendiga.

Al abrir los ojos Ramiro me miró sonriente y me dijo: “Me siento más yo”. Inmediatamente recordó que su mamá le contó que cuando ella era chica Federico le envió un frasco de cianuro a Teresa, la abuela materna de Ramiro. Ya en la puerta del consultorio, Ramiro agregó: “Siento que mi abuela me quiso matar antes de nacer”.

Sinceramente, me sorprendió la facilidad con la que se manifestó Federico. Era como si hubiese estado todo el tiempo allí esperando que Ramiro le permitiese hablar. A mí no me quedaron dudas de que allí había otra persona. Lo que intento explicar aquí, aunque parezca inverosímil, es que mi sensación era la de estar hablando con otra persona completamente diferente a Ramiro. Si bien es cierto que Federico hablaba a través de Ramiro, para mí era evidente que no era Ramiro. Yo no tenía dudas de que estaba hablando con otra persona. El timbre, la entonación de la voz, y hasta la forma de expresarse eran diferentes. Incluso fue notable ver el cambio en las facciones de Ramiro y cómo, al terminar el trabajo, desapareció Federico y volvió a ser Ramiro. Otro hecho notable fue el cambio progresivo en la actitud del bisabuelo de Ramiro. En el inicio fue agresivo y trató de intimidarme diciendo que era Lucifer. Con el tiempo pude comprobar que este es un recurso que utilizan muchas entidades; intimidar al terapeuta o a quien sea para que las dejen tranquilas y puedan quedarse donde están. A medida que fue progresando el diálogo con Federico, éste fue pasando de la intimidación a la desconfianza, luego se mostró interesado cuando le hablé de la posibilidad de ir a la Luz y finalmente no pudo contener la emoción y estalló en llanto cuando se encontró con su hijo. Este fue un hecho totalmente espontáneo e inesperado. A mí ni siquiera se me había ocurrido la posibilidad de ese encuentro que fue totalmente definitorio para que Federico se fuese a la Luz. Toda la secuencia del trabajo con Federico es muy interesante porque, siendo una de mis primeras experiencias con almas perdidas, ya mostraba un patrón de desarrollo que más tarde se repetiría en los sucesivos trabajos terapéuticos de esta naturaleza.

¿Recuerdan que Ramiro indicó que había tres entidades? En la sesión siguiente se manifestó la segunda de ellas. Esa tarde Ramiro llegó con ganas de morirse. Apenas entró me dijo:

—Hay una fuerza espiritual que está dentro de mí y que se está oponiendo a todo lo que hago. Siento que hay algo que no es mío y que yo no quiero.

Muy bien —le respondí—, entonces vamos a trabajar directamente con esta sensación.

Viernes 1° de diciembre de 1989

Terapeuta: Muy bien, Ramiro. Contaré hasta tres y dejarás que esta fuerza espiritual se manifieste libremente. Uno... dos... tres. Adelante. ¿Quién eres?

Ramiro: Soy el doctor Ramiro T. Soy el hijo de Federico y padre de Norma, la mamá de Ramiro —con voz firme y segura.

T: De modo que tú eres el abuelo de Ramiro.

Ramiro T.: Así es.

T: Muy bien. Ahora puedes decir todo lo que necesites decir. Quiero que sepas que yo también soy doctor, soy médico y sinceramente quiero ayudarte. ¿Cuáles son tus sufrimientos, tus dolores? ¿Qué es lo que te lleva a estar junto con Ramiro?

R: Son las doce y cinco de la noche del 9 de febrero de 1958. Me siento mal y agarro una botella de cognac que tomo cuando me siento mal. Tengo una afección avanzada en las coronarias. En noviembre del año pasado tuve un edema agudo de pulmón. Me levanto. Estamos en la casita de Mar del Plata que amo profundamente. Me siento muy bien allí. Teresa está dormida y no quiero despertarla. Me duele el pecho y veo luz en la pieza de Norma. Me asomo y veo que ella está leyendo. Me senté a los pies de la cama y me siento peor y me tomo el pulso. Perdí la consciencia absoluta. Caí muerto. (Me sorprendió que fuera directamente al momento de su muerte, como si supiera lo que tenía que hacer.)

T: ¿Qué ocurre cuando caes muerto?

R: Mi hija me dice: “¡Papá, papá! ¿Qué te pasa papá?”. Y enseguida se da cuenta de que estoy muerto.

T: ¿Qué sientes en ese momento, qué piensas?

R: No lo sé, yo sabía que podía pasar. El médico me había dicho que no fuera a Mar del Plata por causa del clima, pero mi esposa insistió tanto de ir que finalmente mi hija fue al consultorio del cardiólogo para que él le diera las instrucciones de las cosas que tenía que hacer y las que no podía hacer en Mar del Plata. Nada de salir afuera, mucho menos al viento, nada de tomar agua de allá. Así que llevó las damajuanas de agua de acá, de Buenos Aires. Esa noche no había cenado más que una pera.

T: Entonces, vuelve unos instantes antes de tu muerte para que veas bien qué es lo que pasa. Fijate qué ocurre, qué es lo que piensas y qué es lo que sientes en los momentos previos a la muerte. Vuelve a ese momento.

R: Me siento en la cama de mi hija, a los pies, y le comento que me duele el pecho. Ella estaba con un libro en la mano con la luz encendida todavía. El dolor era muy rápido. Comencé a tomarme el pulso y vi la hora. Eran las doce y cuarto y, de pronto, vi una enorme luz blanca que se abalanzó sobre mí o yo me abalancé hacia ella. Sin embargo, yo quería quedarme ahí porque me gustaba mucho.

T: ¿En dónde te querías quedar?

R: En la casita blanca de Mar del Plata. Yo la llamaba así. No quería irme de allí.

T: Y fíjate, ¿cuáles son tus últimos pensamientos en el momento de morir? ¿Qué decisión tomaste en esos momentos?

R: No quería irme de allí. Quería quedarme en el único lugar donde podía estar tranquilo. Ir al club y jugar a las damas con mis amigos del club en Mar del Plata. (Ese es uno de los motivos por los cuales no se fue a la Luz y se quedó en el plano físico.)

T: Y entonces, ¿qué hiciste?

R: Veo mi cuerpo tirado entre las dos camas. No sé por qué, pero la policía está tomando las impresiones digitales. Me duele ver cómo llora mi hija y no puedo olvidar las palabras de ella cuando corrió a mi habitación a llamar a mi esposa: “¡Papá está muerto!”. Ni yo lo podía creer ni entender. No sé cómo decírselo. Parecía mentira, pero me sentía muy bien después de ese dolor.

T: ¿Te sentías mejor después de dejar el cuerpo?

R: Mucho mejor. Entonces pensé: “Me quedo aquí para siempre, tranquilo, donde realmente me gusta estar y no voy a tener que soportar a Teresa (su esposa)”. (Allí está nuevamente la decisión que fija el alma al plano físico.) Lo que sucede, doctor, es que ocho años antes de morir mi cardiólogo me prohibió tener relaciones sexuales por una cuestión obvia, no podía realizar esfuerzos. Y mi esposa es una persona muy fogosa, usted me entiende, ¿no? Creo que me odiaba por eso. Siempre fue terrible, pero los últimos ocho años fueron terribles, un caos. Era febrero y mi hija se iba a casar en abril. Yo le decía a mi hija: “Cásense pronto y dénme nietos”. Nunca tuve nietos —llorando—. (Aquí hay otro motivo para quedarse.)

T: Deja salir todo lo que sientas. ¿Qué pasó entonces?

R: Trasladaron mi cuerpo a Buenos Aires y me velaron en lo que era mi consultorio. Hacía mucho calor. En determinado momento estaba mi futuro yerno observando mi cuerpo mientras me velaban y se acerca uno de los caballeros de la funeraria y sugiere cerrar el cajón. Mi cuerpo estaba hinchándose e incluso, cuando llegaron a Buenos Aires y abrieron el féretro, había salido mucha sangre por la boca. Limpiaron el cuerpo y me pusieron en exposición.

T: ¿Qué pasa cuando tu hija se casa y va a tener un hijo?

R: Siento pena de no poder estar con ella y llevarla al altar. Siento pena de no poder besar a un nieto mío. Me siento muy solo.

T: ¿Y cuándo es que decides incorporarte a Ramiro? ¿Qué es lo que te lleva a él?

R: Dos motivos: uno es egoísta, el otro, no es tan egoísta. A través de él puedo disfrutar de estar en Mar del Plata en esa casa y mirar por la ventana en la esquina que da al mar.

T: ¿Y el otro motivo?

R: El otro motivo es que desde hacía siete u ocho años que veía lo que mi esposa le estaba haciendo a mi hija y realmente no podía o no quería creer que ella pudiera hacer esas cosas contra mi hija. Desde aquí me doy cuenta de que mi esposa quería matar a mi hija. Está mi nieto que lleva mi nombre y pensé que al crecer él sería fuerte y, a través de él, crearía una muralla entre mi esposa y mi hija para que mi hija no recibiera más daño. (Parece que padre e hijo, bisabuelo y abuelo de Ramiro, tenían el mismo concepto sobre la abuela de éste.)

T: Ahora dime una cosa, ¿crees que has hecho bien? ¿Crees que has actuado de la manera correcta para hacer esto? Lo digo sin ánimo de censurarte.

R: Sí, doctor, entiendo. Con respecto al primer motivo quizás sea egoísta, pero a mi nieto siempre le gustó mucho Mar del Plata y esto no lo perjudica en absoluto. En cuanto al otro motivo, tengo que reconocer que lo usé como carne de cañón porque sólo a través del cuerpo de mi nieto podía yo oponerme al daño que mi esposa le estaba causando a mi hija. Tomé esa decisión porque mi nieto Ramiro es un joven fuerte y podía hacer todo lo necesario en esta situación. Hubiese sido peor si Teresa hubiese acabado con Norma.

T: Bien; ahora, yo te voy a explicar lo que ocurrió en esa muerte imprevista.

R: Era prevista.

T: Muy bien, era prevista.

R: No debía ir; sin embargo fui por la insistencia de Teresa.

T: Cuando ocurrió esa muerte te viste confundido, turbado, preocupado por tu familia.

R: No; solamente me vi preocupado y entristecido por mi hija. Sentí un poco de bronca por ver la insensibilidad de mi esposa y la de sus dos hermanas que la estaban acompañando ese verano y, en tercer lugar, sentí una sensación de liberación y tranquilidad muy grande porque sabía que podía quedarme ahí para siempre.

T: Ya lo creo, pero eso te impidió ir a otros lugares donde uno puede ir cuando deja el cuerpo. ¿No sabes que Dios tiene lugares donde sus hijos son atendidos por seres de luz que se ocupan de sus sufrimientos y de las heridas del alma?

R: Mire, doctor, yo soy creyente en Dios, pero a los curas y a las monjas no les tengo mucha simpatía. No soy un hombre que esté muy allegado a la Iglesia o a temas de teología. No sé qué hay más allá, a eso me refiero.

T: Yo te voy a explicar algo diferente. El espíritu vuelve muchas veces a la Tierra a tomar distintos cuerpos para seguir aprendiendo y para seguir evolucionando.

R: Cuando volvemos a la Tierra, ¿para qué volvemos, dijo?

T: Vuelves a ocupar otro cuerpo, un cuerpo nuevo.

R: ¿Quién me pone en este cuerpo, quién me manda?

T: Te aconsejan los guías espirituales. ¿Quieres conocerlos?

R: Sí, ¿por qué no?

T: Para conocerlos tienes que estar dispuesto a dejar este lugar y ascender hacia la Luz.

R: Mi pregunta se refería a por qué me mandan y quién me manda nuevamente a la Tierra.

T: Te mandan a aprender nuevas experiencias. Como médico, ¿qué especialidad tenías?

R: Odontólogo.

T: Tú sabes que existen tantas cosas para estudiar que una vida no alcanza. Seguramente tuviste otras vidas antes de ser odontólogo y probablemente ya estarías vinculado con la ciencia médica. Dios nos da la oportunidad de tener varias vidas para que en cada una de ellas uno vaya aprendiendo un poco más y…

R: ¿Es eterno?

T: Es eterno hasta el día en que vuelves a unirte a Dios.

R: Y entonces, ¿qué haces? (¡Qué pregunta!)

T: Imagino que el día en que llegas a unirte con Dios participas del orden creador. Ese es el motivo de tener que venir a la Tierra en vidas sucesivas para ir perfeccionándose, para poder llegar a ese momento sublime en el que te unes definitivamente a la Luz.

R: Pero si no estoy vivo y tampoco estoy en la Luz, ¿dónde estoy?

T: Estás en los planos inferiores. ¿Te gusta dónde estás?

R: Creo que si mi nieto viviera en Mar del Plata sería perfecto.

T: ¿Y si pudieras tener un cuerpo nuevo?

R: ¿Un cuerpo nuevo?

T: Claro, ¿no sabías que podías tener un cuerpo nuevo?

R: ¿Cuándo y cómo? —con tono de interés.

T: Cuando llegues a la Luz, podrás hablar con los guías y ellos te darán la oportunidad y el cuerpo que necesitas para las nuevas experiencias que quieras vivir. Podrás ir a Mar del Plata con tu propio cuerpo, sin necesidad de vivirlo a través del cuerpo de otro. ¿No sería mejor que tuvieras tu propio cuerpo para ir a Mar del Plata?

R: Sí, por supuesto, pero, ¿cuándo?

T: Cuando tú quieras, pero previamente tienes que dejar ese lugar donde estás, tienes que entrar en la luz y, entonces, los guías espirituales te van a preparar para tu nueva vida.

R: Es fantástico. Sería fabuloso tener un cuerpo, pero, ¿cómo sé yo que me van a mandar a Mar del Plata? ¿Podré ir a Mar del Plata?

T: Bueno, tú eliges. Si tú eliges encarnarte en la Argentina, en cualquier momento puedes ir a Mar del Plata.

R: Y eso, ¿lo decido yo? ¿Encarnarme en Argentina, en Brasil? Te digo Brasil porque estuve allí. (Ya entramos en confianza.)

T: Lo decides tú con el consejo de tus guías.

R: En base a ese consejo, yo, ¿puedo elegir?

T: Puedes elegir.

R: Si por ejemplo, voy a dar un ejemplo, si a mí me dicen que vaya a un país que está del otro lado de Mar del Plata, ¿puedo, pese al consejo de esos guías, decidir tomar un cuerpo para poder ir a Mar del Plata? (Parece que Mar del Plata es su obsesión.)

T: Los guías te aconsejarán sobre lo que ellos evalúan que es mejor para vos, pero la decisión final es tuya. Los guías te aconsejan, tú tomas la decisión.

R: ¿Y dice que yo puedo tomar el cuerpo que quiera?

T: El cuerpo que sea más adecuado para vos.

R: Bueno, obviamente voy a tratar de tener el cuerpo de un hombre atlético.

T: Entonces, si estás dispuesto, yo te propongo ayudarte a que llegues a la Luz. ¿Quieres hacer esta prueba? ¿Quieres ir a la Luz?

R: Sí.

T: Entonces vamos a pedirle a Dios que te otorgue la gracia de ver la Luz en este día. “Humildemente, Señor, te imploramos, en tu infinito amor, que nos otorgues la gracia que te pedimos. Te rogamos que permitas que el alma de Ramiro, tu hijo, pueda encontrar el camino de regreso a la Luz. Abre las puertas de tu Reino, Señor, para que Ramiro pueda regresar al seno de tu gloria”.

R: Siento una claridad a mis pies.

T: Muy bien, sigue avanzando, no tengas temor que yo estoy a tu lado.

R: No se vaya, Señor. ¡Por favor, que la Luz no se vaya! ¡Se corre! —con desesperación.

T: Tranquilo, te está marcando el camino. ¿Qué estás viendo?

R: Un fondo negro con una puerta rectangular de color blanco. De la puerta sale un haz de luz que ilumina partículas como si éstas estuvieran en suspenso.

T: Acercate a la puerta que te están ofreciendo.

R: Está lejos… ¡ahí está otra vez! Por favor, Señor, ¡ayúdame! ¡Ahí está! Siento un calor que me envuelve. Me duele la cabeza, estoy muy cerca de la puerta. ¡Hay gente!

T: Mirá a través de la puerta.

R: Es como un ángel, ¿puede ser?

T: Claro que sí. Es el ángel que te está enviando Dios.

R: Ya estoy muy cerca. Es como si ese ángel estuviera esperando para escoltarme. Tiene una espada que brilla mucho, como si fuera de fuego. Sí, es una espada de luz muy intensa. Todo es de color blanco y, ahora, se torna de color celeste.

T: No tengas temor. Dejá atrás la oscuridad y entrá al mundo nuevo que se abre ante ti.

R: ¡Aaah! —largo suspiro—. ¡Entré! Ese ángel tiene un aspecto muy imponente. Antes de entrar, parecía que podía destruir cualquier cosa. Ahora es como si colocara una mano sobre mi hombro y me acompañara como a un amigo. No sé adónde vamos.

T: Tranquilo, dejate llevar. ¿Comprendés ahora que todo eso era cierto?

R: Sí, hay mucha paz, mucha tranquilidad. Ahora me doy cuenta de una cosa.

T: ¿De qué te das cuenta?

R: Me doy cuenta de que Teresa me molestó mucho aun después de muerto porque siempre me invocaba en sesiones espiritistas. Ahora me siento lejos de ella, ya no puede hacerme nada. (¡Qué detalle!, ¿no es cierto?)

T: Perdonala porque no sabía lo que hacía, así como Jesús perdonó a quienes lo crucificaron. Es lo último que te queda por hacer, perdonarla completamente.

R: Sí, la perdono. Yo ya estoy bien, ¡qué me importa!

T: Entonces, agradecele a Dios que te ha permitido entrar en la Luz. De ahora en más tendrás un nuevo camino para seguir. ¿Comprendés ahora la verdad?

R: Comprendo que hay una luz como dijo usted. Ahora falta un cuerpo para ir a Mar del Plata. (Elemental, Watson.)

T: Lo vas a tener, pero antes de tomar el cuerpo para ir a Mar del Plata lo correcto es que planifiques tu vida y todo lo que vas a hacer en tu vida. No vas a venir sólo para ir a Mar del Plata, ¿no es cierto?

R: No, por supuesto. Ahora estoy muy tranquilo.

T: Y yo estoy muy contento porque has encontrado la Luz. Te propongo que te quedes ahí, en la Luz, y que dejes a Ramiro. Si querés podés escuchar la armonización que le haré a Ramiro.

R: No me interesa porque Ramiro es mi nieto y lo quiero, pero acá estoy muy bien.

T: Entonces, yo te saludo y me despido de vos. Que Dios te bendiga. Quedate entonces en la Luz, acompañado de tu ángel protector y permití ahora que Ramiro vuelva para hacer su armonización.

***

Como habrán podido percibir, aun sin escuchar su voz, una personalidad completamente diferente a Federico se manifestó en esta segunda oportunidad a través de Ramiro. A diferencia de la actitud agresiva e intimidatoria de Federico, el discurso y la forma de expresarse del abuelo de Ramiro eran completamente diferentes. Sereno y respetuoso todo el tiempo, se mostró muy interesado cuando comencé a hablarle de la Luz y de la posibilidad de volver a tener un cuerpo. Perfectamente podría haber sido el diálogo de dos colegas sentados a una mesa de café. Lo que quiero decir es que yo estaba convencido de que estaba hablando con otra persona y que en ningún momento se me ocurrió pensar que Ramiro pudiera estar delirando; en realidad, lo que estaba sucediendo me parecía lo más natural del mundo. Aun así, al finalizar la sesión de Ramiro yo me encontraba sorprendido y maravillado a la vez. Si bien yo había asistido a muchas experiencias de este tipo en el ámbito de una escuela kardeciana, no era lo mismo que esto estuviese sucediendo en mi consultorio con las personas que me consultaban por sus problemas emocionales. Durante muchos años yo había creído que este era un problema que sólo afectaba a los médiums. Fue sólo después de conocer a la Dra. Edith Fiore a fines de 1988 y que ésta explicara que algunos síntomas que presentaban sus pacientes se debían a la posesión por entidades desencarnadas, que hice consciente esta realidad. Nunca antes se me había ocurrido pensar que el alma de un difunto, y menos la de un familiar, podía afectar a cualquier persona provocando síntomas, perturbaciones emocionales y alteraciones de la conducta en la persona afectada y menos aún que esto pudiera tratarse en la consulta terapéutica.

Y sin embargo, allí estaba Ramiro, sentado frente a mí sonriendo, visiblemente aliviado. Ahora era él mismo, era Ramiro, de eso no cabía ninguna duda, pero hasta hacía apenas unos minutos era otra persona y la semana anterior había sido otra. ¿Cómo era posible que ocurriera esto? ¿Cómo era posible que su bisabuelo y su abuelo estuviesen allí, como si estuvieran vivos, hablando conmigo como si no hubiese pasado el tiempo? Porque a mí no me quedaba duda de que había hablado con dos seres que, si bien eran invisibles, conservaban una perfecta consciencia de sí mismos diferenciados y discriminados de Ramiro. ¿Cómo era posible que los dos conviviesen en Ramiro o donde fuese sin siquiera tener noticias uno del otro? ¿Cómo era vivir con esta carga? Cuando Ramiro se enojaba o cuando se peleaba con su abuela o cuando se entretenía matando gatos, ¿quién era el que lo hacía? ¿Era él, Ramiro, o eran los otros? ¿Y cómo era posible que Federico, el bisabuelo de Ramiro, se encontrara con su hijo en la Luz cuando éste todavía estaba aquí, junto a su nieto? ¿Sería como el fenómeno de la bilocación? Estas y decenas de preguntas me venían en tropel a mi mente casi al mismo tiempo. En los años por venir iría descubriendo más cosas todavía que, entonces, ni siquiera se me ocurría imaginar.

Ramiro se sentía mucho mejor después de este trabajo, pero todavía quedaba una entidad y, además, tenía que seguir trabajando con su agresividad. Sin embargo, canceló la siguiente sesión —algo típico cuando se trabaja con entidades— y no volví a saber de él hasta ocho años después. En ese lapso se había casado y divorciado. La obsesión por la mecánica preventiva había desaparecido y se había recibido de mecánico dental. De alguna manera la mecánica seguía presente. No recordaba nada de las experiencias con su bisabuelo y su abuelo, pero tenía siempre muy presente al papá de su mamá. Emocionalmente no se encontraba bien. Yo recordé que faltaba trabajar con una entidad, tal vez la más importante, y que tampoco habíamos podido abordar el tema de su agresividad, pero Ramiro declinó la posibilidad de volver a trabajar con todo eso.

Terapia de la posesión espiritual

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