Читать книгу Terapia de la posesión espiritual - José Luis Cabouli - Страница 15
¿De qué manera podemos ser vulnerables a la acción de un alma perdida?
ОглавлениеHemos visto que dentro del complejo de campos electromagnéticos que conforman el alma existe uno en particular que es el componente más físico del alma conocido como aura y que aquí denominamos campo vibratorio. La importancia de este campo vibratorio es que funciona como un escudo protector, protegiendo nuestra intimidad y nuestra integridad psíquica de energías foráneas. Sri Aurobindo llama a este campo el circumconsciente, porque podemos hacerlo consciente. Claro está que la mayoría de nosotros todavía no ha llegado a ese punto de consciencia. El circumconsciente, como lo veía Aurobindo, es una atmósfera individual y protectora donde podemos sentir y atrapar las vibraciones psíquicas que provienen del exterior antes de que entren en nosotros. La integridad de este campo vibratorio es vital para que funcione como escudo protector. Puede ser muy luminoso y fuerte o corromperse y disgregarse por completo, según nuestro estado interior. Para comprender de qué manera este campo vibratorio y protector puede perder su integridad y tornarse vulnerable es necesario que avancemos ahora con otros dos conceptos fundamentales. El primero de ellos es saber cómo se realiza la encarnación; el segundo es el concepto de la pérdida o fragmentación del alma.
La encarnación del alma en un cuerpo físico supone un descenso o una transferencia de energía desde el plano espiritual al plano de la materia y, así como la desencarnación es un proceso que lleva su tiempo, la encarnación requiere el suyo. Para encarnarse en un cuerpo el alma tiene que anclarse primero en la materia para luego transferir al cuerpo físico un volumen creciente de su energía. Esto no se realiza de una sola vez; el anclaje comienza en el momento de la concepción, pero la encarnación, es decir, el descenso total de la energía del alma, recién se completa alrededor del séptimo año de vida. Más aún, según la cabalá, el descenso del tercer nivel de la energía del alma, la neshamá, recién se completa a la edad de veinte años. Esto significa que, en el mejor de los casos, el campo de protección de un niño no estará completo por lo menos hasta el séptimo año de vida y, por lo tanto, el niño es potencialmente vulnerable a la acción de energías extrañas, incluidos los pensamientos y emociones de los padres y de otras personas. La forma como un niño es protegido es mediante el cuidado y la atención que le brindan los padres. Éstos no tienen que hacer nada en especial, simplemente tienen que prestarle atención; de esta manera le proveen al niño la energía necesaria para que éste pueda formar su campo de protección. Por eso un niño siempre está llamando la atención, porque así es como obtiene energía de sus padres.
Hay circunstancias por las cuales es posible que al llegar al séptimo año de vida no se haya completado el descenso de toda la energía del alma y, por consiguiente, el campo protector no se haya formado satisfactoriamente. Durante la gestación y el nacimiento pueden acontecer hechos que atenten contra el descenso de la energía. Si durante la gestación hubo un intento de aborto, es posible que, debido al pánico, el alma del feto se haya alejado del cuerpo, llevándose con ella gran parte de la energía vital. Tengan en cuenta que el alma recién está descendiendo en la materia, de modo que esto le resulta muy fácil de realizar. También puede suceder que el feto o la conciencia del feto se niegue a nacer. Si el bebé se niega a nacer, como el alma todavía no está encarnada, es posible que se resista a entrar en el cuerpo, permaneciendo fuera de él y puede ser que no regrese nunca. Trabajando con la TVP, varios pacientes han vivenciado la experiencia de su nacimiento desde fuera del cuerpo, justamente porque se salieron de él antes de nacer. De modo que ya desde la gestación o desde el nacimiento es posible que el campo vibratorio se encuentre debilitado y sea vulnerable a la invasión por energías de otra dimensión. Esto nos lleva a considerar el otro concepto importante aquí: la pérdida del alma.
Ya sabemos que el alma es energía pura, pero el alma es algo más que un campo de energía electromagnética. El alma es nuestra esencia vital, nuestra fuerza, nuestro poder personal. El alma es el principio de vida; sin alma no hay vida. En la perspectiva chamánica, parte de nuestra esencia vital esencial puede partir y perderse en una realidad no ordinaria. Los chamanes ven la enfermedad como una pérdida del alma o una disminución de la energía espiritual esencial. Un susto puede provocar la pérdida de una parte de la energía vital. El susto es un acontecimiento desagradable que provoca que una parte del alma de una persona se desprenda y se pierda.
Sandra Ingerman define la pérdida del alma como la pérdida de partes cruciales que proporcionan vida y dan vitalidad. Estas partes se pierden debido a traumas y quien ha sufrido el mayor trauma es el niño que vive en nuestro interior. Cuando experimentamos un trauma, sobre todo en la infancia, una parte de nuestra esencia vital puede separarse de nosotros para sobrevivir a la experiencia y para escapar del dolor y del impacto psíquico que implica una vivencia insoportable. La pérdida del alma o de una parte de ella puede ser originada por cualquier experiencia traumática. Desconozco cuál es el mecanismo intrínseco por el cual se produce este fenómeno; lo cierto es que una parte de la energía del alma se fragmenta, abandonando a la persona. Cuando esto sucede, la persona queda incompleta y la parte que se fue se pierde en otra realidad o no desea regresar. Al perder este fragmento de energía, la persona pierde su fuerza, su poder personal y esto significa que también pierde su protección natural. Su escudo vibratorio de protección ya no será tan efectivo como debiera ser. Desde el momento en que una parte del alma se ha ido, la persona se encontrará debilitada, desvitalizada, deprimida y será más vulnerable a las enfermedades y al accionar de energías intrusas, entre ellas almas perdidas y cualquier tipo de entidades espirituales.
Es importante entender aquí que la parte que se ha ido no se encuentra en lo que conocemos como subconsciente o inconsciente. No se trata simplemente de un yo escindido o disociado. El fragmento que se fue sencillamente no está aquí. En la concepción chamánica, las partes vitales del yo que se han disociado pueden quedar atrapadas en una realidad no ordinaria o pueden haber encontrado mundos más placenteros donde deseen estar o puede que se hayan perdido en otra dimensión y no sepan cómo regresar. Parte de la sanación consiste en recuperar esas partes en el mundo no ordinario y regresarlas al cuerpo del paciente. Este es el don básico de un verdadero chamán. En el trabajo con la TVP, hemos comprobado que, mediante la regresión, se pueden recuperar las partes fragmentadas luego de trabajar terapéuticamente la experiencia traumática.
La pérdida del alma es resultado de traumas tales como abuso sexual, maltrato y castigo corporal, pérdida de un ser querido, abandono o separación de los padres, divorcio, cirugía, accidentes, enfermedades importantes, tortura, secuestro, amenaza de muerte, aborto, experiencias de guerra, adicción y fracaso o frustración amorosa. El estado de coma es un ejemplo extremo de pérdida del alma y el abuso sexual, sobre todo si ocurre en la infancia, es uno de los traumas que, con mayor frecuencia, causa la pérdida del alma. Un niño no puede hacer nada para evitarlo, no puede defenderse, no puede pedir ayuda, no puede entender lo que está pasando y, la mayoría de las veces, no tiene a quién decírselo. El único recurso que le queda es salirse del cuerpo y no regresar a él por la sencilla razón de que es peligroso estar en ese cuerpo. Si una persona ha sido violada, aunque sólo haya ocurrido una vez, es casi seguro de que una parte de ella se ha ido y se ha perdido en otra dimensión. Cualquier situación que se asemeje a una violación, aunque no se trate de abuso sexual, implica el riesgo potencial de la pérdida de una parte del alma.
Como ya mencionamos, también puede haber pérdida del alma durante la gestación o en el momento del nacimiento. Algunas personas suelen expresar esta pérdida del alma sin saberlo. Es frecuente que ante el abandono o la muerte de la persona amada su pareja diga “cuando se fue me robó mi alma” o “se llevó una parte de mí”. Otras personas suelen decir “siento que no estoy del todo aquí” o “no estoy completa” o “me siento como un observador” o “es como si siempre estuviese ausente”. Sin saberlo, están expresando intuitivamente una realidad más verdadera de lo que creemos.
Al mismo tiempo, la pérdida del alma lleva al sentimiento de incompletud y vacío. Los chamanes sostienen que el universo no soporta el vacío y que ese espacio creado en el aura de una persona puede ser ocupado por la enfermedad o por otras energías. Foster Perry dice que los traumas producen algo así como agujeros negros en el campo vibratorio de la persona afectada. No es que sean verdaderos hoyos, sino que así es como los ve el vidente en el aura de la persona. Estos agujeros funcionan como si fueran una bomba de vacío, absorbiendo todo tipo de energías con el único fin de llenar el espacio creado por el trauma. La tendencia inconsciente es la de llenar ese espacio y el vacío puede ser llenado con entretenimientos, drogas, alcohol, sexo compulsivo y, por supuesto, con almas perdidas.
Ahora podemos comprender mejor de qué manera nuestro campo vibratorio puede ser afectado en su integridad tornándonos vulnerables al accionar de cualquier energía proveniente de otras dimensiones. Esto incluye no sólo almas perdidas, sino también pensamientos y energías psíquicas de personas vivas, lo que en el lenguaje popular se conoce como malas ondas o mala vibra.
Toda experiencia traumática no sanada es la causa universal de la pérdida de la integridad de nuestro campo vibratorio protector con la consecuente vulnerabilidad frente a la acción de energías intrusas. Esto puede ocurrir tanto en la infancia, en la adolescencia como en la edad adulta, pero cuando el trauma ocurre antes del séptimo año de vida conlleva, además, la posibilidad cierta de que el alma se salga del cuerpo para evitar el dolor. La salida y pérdida del alma puede ocurrir en cualquier momento de la vida, pero es más frecuente y más fácil que ocurra en la infancia porque la encarnación todavía no se ha completado. Como una parte de la energía se ha ido y no ha regresado, el campo de protección del niño queda debilitado, apto para la invasión por almas perdidas ú otras energías intrusas. Es como dejar la casa abandonada, una invitación para que la ocupe un habitante intruso.
Como ejemplo, imaginemos un caso extremo. La persona se ha negado a nacer; esto significa que parte de su energía no descendió en el cuerpo en el momento del nacimiento. Más tarde, a la edad de cuatro años, fue abusada sexualmente. Como consecuencia de este hecho, otra parte de su alma se salió para no volver y, a los ocho años, muere su abuelo que era su verdadero soporte afectivo en la vida. Al morir su abuelo el niño le pide: “abuelito, llévame contigo”, y allí se va otra parte del alma. Hoy, esa persona tiene cincuenta años, su campo vibratorio es un colador por donde entran todo tipo de energías y, a pesar de los años transcurridos, todavía no está completamente encarnada. No está aquí con toda su presencia y es más que seguro que, además de llevar almas perdidas consigo, también tiene dificultades para llevar adelante sus proyectos por la sencilla razón de que no tiene la energía necesaria para hacerlo.
Al hablar de traumas no debemos ignorar que las experiencias traumáticas no resueltas de vidas anteriores también dejan un área de debilidad en el campo vibratorio. Y, aun cuando el alma no se haya ido, un trauma no resuelto es como si uno tuviese una herida abierta sobre la cual se posan las moscas con las consecuencias que son fáciles de imaginar.
Las intervenciones quirúrgicas, especialmente si se realizan con anestesia general, son también una oportunidad propicia para que almas perdidas se adhieran e invadan el campo vibratorio de una persona.
Toda intervención quirúrgica de magnitud provoca lo que se conoce como estrés, shock o trauma quirúrgico. El cuerpo físico responde a este trauma con mecanismos fisiológicos de adaptación y compensación. Al poner en marcha esta respuesta el organismo consume gran cantidad de energía vital, lo que implica que la protección natural de la persona se encontrará indefectiblemente debilitada. A esto hay que agregarle que, como consecuencia de la anestesia general, el alma se exterioriza, es decir, se desprende del cuerpo, pero nunca podemos saber de antemano cuál será la magnitud de ese desprendimiento. Puede que sea leve y que el alma sólo se quede flotando un poco por encima del cuerpo mientras observa la operación para luego retornar a éste. Pero puede ocurrir que el desprendimiento sea mayor y que el alma pase a una realidad no ordinaria de la cual no puede regresar o tal vez no quiera regresar. Al abrir los ojos, la persona recupera la consciencia, pero hay una parte de su esencia que no está. Esto agrava todavía más la debilidad del campo vibratorio, lo que favorece la entrada de energías intrusas. Quizás, mientras estaban operando a la persona en cuestión, en el quirófano de al lado se murió otro que aprovecha la oportunidad para meterse en el campo vibratorio de alguien más joven.
Una operación requiere hospitalización y esto añade otro factor de riesgo, ya que un hospital es un gran reservorio de almas perdidas porque, inevitablemente, muchas personas fallecen allí. De modo que aquí tenemos una combinación de factores; por una parte, la debilidad en el campo de protección de una persona provocada por una intervención quirúrgica y, al mismo tiempo, la presencia de gran cantidad de almas perdidas que están en el mismo lugar de la acción. Es fácil imaginar que cualquier hospitalización, aun cuando no se practique una cirugía, significa estar expuesto a la posibilidad de que se adhieran almas perdidas. En particular, las enfermedades prolongadas crean vulnerabilidad en este sentido, ya que también provocan un debilitamiento del campo vibratorio por consumo de energía vital. Una enfermedad típica de esta situación es la hepatitis, dado que afecta al hígado que no sólo es fundamental en los procesos de desintoxicación del organismo, sino que también lo es a nivel energético. Cuando el hígado está enfermo, no sólo no puede realizar normalmente su trabajo en el cuerpo físico sino que tampoco puede hacerlo a nivel energético. Al no procesar las energías tóxicas, se produce una desvitalización que afecta el campo vibratorio protector. Toda condición que implique consumo de energía vital y, por consecuencia, disminución del campo vibratorio de protección, facilitará la entrada de almas perdidas.
Las condiciones propias de un hospital nos llevan a considerar otro factor predisponente que es el ambiente laboral. Trabajar en un hospital conlleva el riesgo implícito de que a uno se le adhieran almas perdidas. Un hospital es un lugar de dolor y sufrimiento y los profesionales de la salud en particular tienen un aura de luz que los distingue del resto de las personas. En ese ambiente de dolor, las almas perdidas se sienten atraídas por la luz que emana del aura de los médicos y enfermeras y se adhieren a su campo vibratorio en busca de protección y seguridad. Como generalmente no tenemos el mínimo conocimiento de esto, resulta que durante veinte o treinta años concurrimos al hospital sin ningún tipo de protección.
Le guste o no le guste, todo profesional que trabaja en un hospital tiene que asumir que de hecho tiene almas perdidas consigo hasta que se demuestre lo contrario. Yo lo aprendí tarde. Fue Edith Fiore quien me alertó de esto. Si has trabajado en un hospital tienes que dar por sentado que tienes almas perdidas contigo —me dijo cuando me encontré con ella—. Cuando tomé consciencia de esta situación ya habían pasado casi veinte años de práctica hospitalaria y no fue hasta que comencé a trabajar en este libro que me di cuenta de que llevaba conmigo varias almas perdidas adquiridas en esa etapa de mi vida profesional. Cualquiera que trabaje en un ambiente de dolor o sufrimiento y donde fallezcan personas con frecuencia está expuesto a este problema. A los hospitales hay que agregar psiquiátricos, cárceles, hospedajes de ancianos y morgue, sin olvidar las visitas frecuentes a los cementerios.
Hay otras condiciones que sin ser traumáticas facilitan la adherencia de almas perdidas. Tal vez lo más frecuente sea el vínculo afectivo entre el alma perdida y la persona viva. Es natural y lógico que así sea. El vínculo afectivo crea lazos energéticos entre las personas involucradas. En la tradición huna de la Polinesia, a estos lazos energéticos se los denomina cordones aka. A través de estos cordones, que se establecen en forma inconsciente, nos atamos en las relaciones tomando energía de otras personas y permitiendo que otros tomen energía de nosotros mismos. Como se trata de cordones de energía, no se disgregan con la muerte a menos que cortemos con ellos conscientemente por nuestra propia voluntad. Si nos aferramos a algún ser querido que ha partido, si extrañamos su presencia con intensidad, podemos atraerlo a nuestro campo vibratorio mediante estos cordones sin darnos cuenta. También puede ocurrir a la inversa; que el ser que partió permanezca aferrado a la persona viva. Una madre o un padre sobreprotector lo seguirá siendo aun después de haber dejado la materia. Se pegará con facilidad al campo vibratorio de su hijo por cuanto ya en vida ha invadido el aura de éste y así seguirá manejando su vida desde la otra dimensión.
Los hábitos de una persona son el siguiente aspecto a considerar. En particular la adicción al tabaco, alcohol y drogas estupefacientes facilitan la invasión y el accionar de energías intrusas. Este tipo de sustancias se volatiliza fácilmente y, además de impregnar nuestro campo vibratorio, terminan dañándolo y debilitándolo. Con sólo adherirse al aura magnética de una persona, las almas perdidas y otras entidades pueden percibir y experimentar los efluvios que emanan de la persona que está fumando o consumiendo alguna droga. Digamos que cada vez que un fumador enciende un cigarro no está solo, hay alguien más allí que aprovecha la ocasión. La verdad es que el fumador es fumado por las entidades que se han adherido a su aura por afinidad vibratoria. Este es uno de los motivos por los cuales es tan difícil dejar de fumar o de beber, ya que la entidad que se ha adherido incita a la persona a seguir haciéndolo porque al no tener el cuerpo físico sufre por la falta del tabaco o del alcohol. No se trata sólo de ejercer la voluntad, se está luchando contra otra voluntad.
Las relaciones sexuales sin amor son otra puerta de entrada para seres desencarnados. Así como una entidad puede fumar a través del campo vibratorio de una persona, de la misma manera puede experimentar el placer sexual. Toda relación sexual sin amor transcurre en un nivel de vibración muy bajo que permite que se adhieran todas las energías que vibran en consonancia. En los planos más bajos de vibración existen miles de seres que acuden en tropel allí donde tienen la oportunidad de experimentar sensaciones. Como este tipo de uniones sexuales se realiza a través de los chakras inferiores que son los de frecuencia vibratoria más baja, esto facilita que se adhieran este tipo de entidades. Esta es una de las metáforas de la concepción del centauro Quirón. Su madre, la ninfa Filira, se había convertido en yegua para escapar de Cronos. Pero éste se transformó en caballo y copuló con Filira en ese estado. El niño nació mitad hombre, mitad caballo, porque cuando fue concebido, Filira y Cronos estaban en sus impulsos animales en lugar de estar en su ser superior. En la unión sexual sin amor, estamos en nuestros instintos animales, en nuestra frecuencia vibratoria más baja y, por lo tanto, sin protección. Por el contrario, la energía vibratoria del amor funciona como un campo de protección ya que entonces las entidades de los planos bajos no pueden alcanzar esa frecuencia vibratoria. Si además la relación se lleva a cabo en un hotel por horas, esto agrava la situación, por cuanto así como los hospitales están llenos de seres sufrientes, así en los hoteles por hora pululan las almas perdidas que van a disfrutar de sus placeres.
La vulnerabilidad emocional es otra de las razones por la cual podemos ser invadidos por energías ajenas a nuestro campo vibratorio. Todo estado de dolor emocional implica una baja en nuestras defensas vibratorias; es como si nuestro campo vibratorio se abriera por la herida causada por el dolor. Por ejemplo, el trauma provocado por un divorcio o el abandono o la traición o la pérdida del ser amado, pueden dejar a una persona en un estado de dolor y depresión en el cual la energía vital se encuentra notablemente disminuida.
En esta relación de factores predisponentes tenemos que considerar también aquellos de origen kármico, más precisamente vínculos o relaciones que tienen su origen en vidas anteriores. Si dos o más personas han estado relacionadas en otra vida ya tienen familiaridad a nivel de sus campos vibratorios. Tal vez una de ellas juró vengarse de la otra. Resulta que hoy dicha alma no está encarnada, pero puede ejecutar su venganza invadiendo el aura de su enemigo, provocando un efecto que se conoce como obsesión. Quizás sea el amor los que los mantiene unidos. Imaginemos que dos personas se juraron amor eterno en otra vida, pero sólo una de ellas se encuentra encarnada actualmente. La otra, la que permanece en el plano espiritual, puede seguir aferrada al campo vibratorio de su amante encarnado sin que éste tenga noticias de ello, interfiriendo así con su vida amorosa.
Hay otro factor kármico para ser vulnerable al accionar de energías intrusas que es más grave que el anterior. Se trata de los pactos con la oscuridad. Esto es bastante frecuente que aparezca en el trabajo con la TVP. Algunas personas han hecho pactos de esta naturaleza en vidas anteriores y hoy las fuerzas con las cuales se hizo el pacto reclaman el cumplimiento de éste. Es probable que actualmente la persona se encuentre en el camino de la Luz, pero habrá entidades que la hostiguen por haberlas traicionado. Tengan presente que, en la dimensión del alma, no existe el tiempo. Cualquier pacto que se haya hecho hace mil o dos mil años atrás es como si se acabara de efectuar. A nivel de la energía, el pacto todavía sigue vigente y eso supone una puerta abierta para la invasión por parte de energías oscuras.
Finalmente, jugar con el tablero ouija o el juego de la copa es una forma de atraer entidades desconocidas a nuestro campo de energía. La consulta o la invocación de espíritus desencarnados puede parecer un juego inocente y atractivo, pero no lo es. Generalmente, las entidades que acceden a estos llamados no son seres de luz precisamente. Los maestros de luz tienen obras más importantes y trascendentes que hacer que satisfacer la curiosidad y la avidez de emociones de algunas personas. Es posible que se manifiesten almas familiares, en cuyo caso debemos suponer que no han ascendido a la Luz, pero lo más frecuente es que acudan seres burlones que sólo buscan divertirse a costa de los incautos. En todo caso, algunas historias de influencia espiritual comienzan así. Al invocar a los seres desencarnados, implícitamente abrimos las puertas para que entren en nuestro campo íntimo. El mismo riesgo corren aquellas personas que invocan maestros o entidades espirituales para canalizarlos sin un entrenamiento o conocimiento de la realidad espiritual. Esta es la vía más sencilla para ser invadidos por energías intrusas porque, ¿quién certifica que el ser canalizado es verdaderamente quien afirma ser? Tendremos ocasión de extendernos en este tema en el capítulo de mistificadores.
Recordemos ahora los factores que nos hacen vulnerables a la invasión por almas perdidas o entidades extrañas:
Experiencias traumáticas en general
Pérdida del alma
Vínculo afectivo
Intervenciones quirúrgicas
Hospitalización prolongada
Enfermedades desvitalizantes
Ambiente laboral
Hábitos y adicciones
Relaciones sexuales sin amor
Vulnerabilidad emocional
Factores kármicos
Pactos con la oscuridad
Jugar con el tablero Ouija
Canalización de entidades ignorando los riesgos implícitos