Читать книгу Terapia de la posesión espiritual - José Luis Cabouli - Страница 21
Un abuelo machista
ОглавлениеSalvador (36) me consultó inicialmente por una gran tristeza que comenzó con la muerte de su madre, acaecida diez meses antes de la primera entrevista. “La tristeza me voltea —decía Salvador—. Estoy ido de mi cabeza. No quisiera vivir más”. Sentía que era el hijo, el padre y el esposo de su madre al mismo tiempo. Experimentaba además un gran odio hacia su padre. “Quisiera vengarme de lo que le hizo a mi madre. Quiero hacer justicia” —concluyó Salvador.
Trabajamos mucho con todo este material durante cuatro o cinco meses con la TVP, con una frecuencia al principio semanal y luego quincenal. Una tarde, Salvador entró al consultorio muy contrariado. “Estoy cargado de agresividad —me dijo—, le quiero pegar a mi señora. No tolero ni el chirrido de los frenos del auto. Le pego a la pared, no me puedo controlar. Es como si dentro de mí hubiera algo que va a estallar. Me tengo que tomar dos o tres Valium para que me dope. Es algo más fuerte que yo”.
Ya habíamos trabajado con almas perdidas con Salvador, así que no era extraño que todavía quedara alguna entidad. De modo que le pregunté:
— Esta agresividad que sentís, Salvador, ¿es algo tuyo o es algo prestado?
— No, yo creo que tengo otro espíritu. Para mí es como que ahora que se fueron los otros, éste se está agrandando. Es como que ahora tiene más campo de acción, tiene más control.
— Y si supieras, ¿quién creés que podría ser?
—Es el espíritu de mi abuelo —sin hesitar—, el padre de mi mamá. Era un loco, le pegaba a la esposa. Esto que siento ahora comenzó después de que escuché en la radio que un muchacho le pegó tres tiros a la novia porque ésta lo dejó debido a que él le pegaba.
Con esta aseveración di por sentado que el abuelo de Salvador estaba allí, de modo que sin más trámites comencé a trabajar con él.
Lunes 4 de octubre de 1993
Terapeuta: Bueno, ¿tenés ganas de hablar un poquito?
Abuelo: ¡No! —con voz seca y cortante.
T: Y... ¿cuánto hace que no tenés la oportunidad de hablar así con alguien que te escuche?
A: ¡Treinta y cuatro años! —con voz estentórea.
T: Entonces, podrías aprovechar esta oportunidad.
A: ¡Dejame tranquilo! —enojado—. Acá, con este chico, yo estoy bien. Es mi nieto, dejame tranquilo.
T: Decime una cosa, ¿vos te das cuenta de que estás perturbando la vida de tu nieto?
A: ¡Dejame tranquilo! Yo estoy con él y no lo voy a dejar dormir. Estoy dentro de la cabeza de él, estoy dentro de sus pensamientos, estoy dentro de todo. ¡Dejame tranquilo!
T: Bueno, yo te voy a dejar tranquilo, pero dejame que te haga una pregunta, ¿sos feliz así?
A: ¡No me interesa! —remarcando con énfasis cada sílaba.
T: Pero, che, ¡qué carácter! No parece que fueras abuelo de Salvador...
A: ¡Dejame tranquilo porque te saco a trompada limpia de acá dentro!
T: Bueno, disculpame, a mí me gustaría que pudiésemos charlar un rato. ¿Qué perderías con charlar un poco? Hace treinta y cuatro años que no hablás con nadie...
A: ¿Vos sos médico? —interrumpiéndome.
T: Sííí.
A: A mí me mató un médico, así que ¡callate la boca y mandate mudar de acá! (¡Justo cuando yo creía haber encontrado un punto para hacer buenas migas!)
T: Ahora entiendo, me imagino que debés de tenerles mucha bronca a los médicos. Contame un poco, ¿qué te hizo ese médico?
A: ¡Me mataron! ¡Basta! ¡Me mataron! ¡Me hicieron sufrir como a un perro!
T: ¿Qué fue lo que te hicieron?
A: Me abrieron todos los intestinos, el hígado... yo no sabía lo que tenía.
T: ¿Y qué era lo que tenías?
A: No sabían, no sé de qué me morí. En aquel entonces a cualquiera le decían que se moría del corazón. Al final me morí y no sé de qué me he muerto. ¡Ese médico me mató!
T: ¿Y si yo te ayudara a descubrir qué fue lo que te pasó, qué fue lo que tenías?
A: Dejame tranquilo porque a mí, los médicos, me volvieron loco.
T: Mirá, yo soy un médico diferente. Yo trabajo con el alma de las personas. Comprendo tu enojo y tus razones para tenerle bronca a los médicos, pero quizás, juntos podríamos ver qué fue lo que pasó en realidad. Yo te propongo hacer un ejercicio de memoria.
A: ¿Para qué me va a servir eso?
T: Para que abras los ojos a la luz. Cuando murió tu cuerpo, lo que se murió fue tu cuerpo, pero tu alma no murió porque el alma no muere nunca. El alma viene varias veces a la Tierra y encarna en un cuerpo diferente. Cada vez que un cuerpo de esos se moría, tu alma se elevaba al mundo de los espíritus donde descansaba por un tiempo y, después, volvía a nacer para iniciar una nueva experiencia. Esto es lo que hacen todas las almas...
A: La religión no dice lo mismo —interrumpiéndome.
T: Ya sé que la religión no dice lo mismo.
A: ¿Como los médicos? Engrupen.
T: No lo sé, pero yo te puedo asegurar que el mundo de los espíritus existe. La prueba está que tu cuerpo se murió y vos estás acá, pegado a tu nieto, sólo que eso no es lo normal. Lo normal es que vos entres en el mundo de la Luz y, allí, Dios te dará una nueva mamá y volverás a nacer con un cuerpo tuyo con el cual harás la experiencia que vos quieras hacer. Ahora, contaré hasta tres y retrocederás a tus últimos momentos en ese cuerpo que tenías antes de morir. Uno... dos... tres. Contame, ¿qué le está pasando a tu cuerpo?
A: Estoy en una cama... tengo puestas sondas por todos lados... ¿te das cuenta? Tengo mangueras y tubos plásticos por todo el cuerpo. Se me está reventando el hígado.
T: ¿Y qué está pasando que se está reventando el hígado? Fijate, ahora lo podés saber.
A: Tengo un cáncer del cerebro al hígado. Lo tengo dentro de la cabeza. Parece que me agarró como una embolia, como un derrame. ¡Este dolor me hace volver loco! Viene la enfermera para hacerme análisis. ¡Para qué mierda me quieren hacer análisis si yo ya me voy a morir! ¿Me querés decir? ¡Para sacarme plata, nada más! Para practicar con mi cuerpo, para hacerme sufrir. Para otra cosa no va a servir esto. ¡Se me revientan los sesos!
T: Dejá salir todo eso para terminar con esa energía. Seguí. Fijate qué pasa.
A: Estoy como tres días agonizando, eso pasa. Estoy respirando al pedo. ¿Para qué sirve? ¿Me querés decir? Se sufre como un caballo. Viene una enfermera, viene otra... Viene un tipo vestido de blanco, otro vestido de verde... Me llevan de un lado para otro, ¿para qué mierda? ¡Pfff! ¡Pfff! —resoplando.
T: Tenés razón, seguí.
A: ¡Ya me tienen podrido, estos tipos! ¡La puta que los parió! Ahora me van a sacar algo en la cabeza... una radiografía, ¡qué sé yo! ¿Para qué mierda sirve todo esto, me querés decir? Empiezo a vomitar, a toser, se me acaba el aire, me estalla la cabeza... Sí, se me acaba el aire... —en un hilo de voz.
T: Seguí.
A: Se me revienta el hígado... me sale sangre por la boca... Siento un estallido en la cabeza. (Cada vez le cuesta más hablar.) ¡Paf! Se me rompió una vena en la cabeza. No puedo hablar más... Ahora me quieren poner una goma en la nariz, ¿para qué mierda? ¡Si ya estoy muerto! ¿Para qué esta goma? Por esa goma me mandan un líquido, parece una manguera...
T: Eso es, seguí.
A: ¿Para qué mierda quiero esta manguera acá? ¡Pfff! Dicen que voy a vivir con esto... Es una pérdida de tiempo... Parece que me tocaron un nervio en la cabeza. No veo bien del ojo izquierdo. Sí, me tocaron un nervio en la cabeza, se me hizo oscuro... Me hacen como un lavaje con una jeringa en la nariz... Me sacan sangre...
T: Seguí.
A: Sí, me sacan sangre, ¿no ves? ¡Qué dolor! ¿Para qué sirve todo esto? ¡Qué hijo de puta el tipo este! ¡Tengo una sonda acá en el estómago! ¡Para qué mierda! ¡Yo estoy muerto ya! ¡Ahora traen un aparato más! Me lo ponen en la nariz, como una respiración... ¡Pfff! ¡No se puede vivir así!
T: Seguí avanzando y andá al momento en que se produce la muerte de tu cuerpo.
A: ¡Esto es muy lento! Más vale que me peguen un tiro y listo. ¡Que me peguen un tiro, si no, me lo pego yo! Dame un revólver que me lo pego yo el tiro. Ya no quiero vivir más, total, vivir así... ¿Para qué sirve?
T: Andá al momento en que dejás ese cuerpo.
A: Lo dejo muy despacio. Sí, se está por morir ya.
T: ¿Y dónde estás vos cuando se está por morir el cuerpo?
A: Mi alma es muy baja, está baja mi alma. Como yo no creo mucho en los curas, no creo mucho en la iglesia, mi alma está muy baja. (Vean qué definición.) Estoy acá, en una habitación.
T: ¿Qué pensás cuando ves tu cuerpo ahí?
A: ¿Para qué mierda lo hicieron sufrir tanto? ¡Hijo de mil puta! ¡Si lo agarro a ese tipo, lo mato! Están experimentando conmigo, probando qué cañito va mejor.
T: Tenés razón. Y fijate, tu cuerpo, ¿ya está muerto?
A: Ya está muerto.
T: ¿Y dónde estás cuando tu cuerpo está muerto?
A: Estoy en un rincón de la habitación. Me quedo quieto acá y ya no sufro porque ya me fui.
T: Eso es y entonces, ¿qué hacés?
A: Me quedo hasta que venga mi hija y me le pego a ella.
T: ¿Y qué cosa te lleva a hacer eso?
A: Y, que me quiero quedar acá, soy joven todavía. No me quiero ir.
T: ¿Y en qué momento te pegás a tu nieto?
A: Cuando mi hija lo tiene a upa y le está dando el pecho. Ahí me pasé a él. (¿Qué tal?)
T: ¿Y qué cosa te lleva a pasarte a él?
A: Y, que él era chiquito y entonces iba a durar mucho tiempo. Yo iba a vivir mucho estando con él, porque si me subía arriba de un viejo me iba a morir de nuevo. (Tiene su lógica, ¿no?) En cambio, él era nuevito y además es varón. Yo puedo indicarle lo que yo quiero que haga. Desde acá lo dirijo bastante.
T: ¿Cómo lo dirigís?
A: Le hablo a la mente de él, a su conciencia. Le digo todo lo que tiene que hacer, que no se tiene que dejar llevar por delante por nadie, que tenga sus propias leyes. (Así se interfiere a una persona. Como esto comenzó de muy niño, Salvador creció sin saber que tenía una conciencia paralela.)
T: Ahora quiero que vuelvas, sólo por un instante, al momento en que dejás tu cuerpo. Andá una vez más a ese momento. Prestá atención porque, en ese momento, había alguien allí que te estaba esperando y que te vino a buscar.
A: ¡Ah, sí! Pero yo, ¡ni loco me quiero morir!
T: Sí, ya sé, pero fijate bien, cuando estás ahí en el rincón de la habitación, debe de haber una luz suave que te viene a buscar. Contame, ¿quién te está esperando allí para ayudarte?
A: Sí, mi mamá, pero yo no quiero saber nada.
T: ¿Y qué pasa que no querés saber nada con tu mamá?
A: Ya te dije, me quiero seguir quedando acá.
T: Bueno, pero ya te quedaste treinta y cuatro años más...
A: ¡No! Yo me quiero quedar acá.
T: ¿Y qué te dice tu mamá?
A: Que me tengo que ir, pero que si me quiero quedar que haga lo que yo quiera.
T: Sí, pero mirá todas las dificultades que le provoca a tu nieto el hecho de que vos estés dentro de sus pensamientos: los problemas que tiene con sus hijos, esta agresividad que no puede controlar y que le dan ganas de pegarle a su mujer. ¿Cómo te sentirías si alguien hiciera con vos lo mismo que vos estás haciendo con tu nieto? Durante treinta y cuatro años has estado perturbando la vida de Salvador. ¿No te parece que ya es hora de que Salvador viva por sí mismo y tenga una vida plena y feliz? ¿No te parece que ya es hora de que vos entres en la Luz y que comiences una nueva vida?
A: Acá estoy fenómeno, pegado arriba de mi nieto. Estoy viviendo acá. ¡Estoy fenomenal! (Observen que dice pegado, adherido, y no dentro del cuerpo de su nieto.)
T: Sí, pero fijate todos los conflictos que esto ocasiona en la vida de Salvador...
A: ¡Ni se da cuenta! (Tal cual.)
T: Bueno, yo ya te expliqué todo lo que está pasando y cómo es la evolución del espíritu.
A: ¿Quién me garantiza todo eso?
T: Dios te lo garantiza. En el instante en que vos entres en la Luz, se terminarán para siempre todos tus sufrimientos porque eso pertenece al cuerpo. No quiero presionarte, simplemente te propongo hacer una prueba para que te asomes al reino de la luz y puedas decidir por vos mismo.
A: ¿Ahora la Luz?
T: Sí. A vos te corresponde estar en la Luz. A Dios no le interesa lo que hayas creído o pensado mientras estabas en la Tierra. Lo que Dios espera de sus hijos es que vuelvan a Él. Fijáte bien.
A: ¿Adónde tengo que mirar?
T: Mirá hacia el espacio que llegará una pequeña lucecita que poco a poco se irá haciendo cada vez más brillante. Esa luz te señalará un camino y, por ese camino, van a descender los ángeles guardianes que te protegerán.
A: ¿Estás seguro de que no me van a hacer sufrir como estos hijos de puta de acá, no? (Este es el temor presente en la mayoría de las almas perdidas.)
T: Jamás, al contrario, te cuidarán, te atenderán y sanarán todo ese sufrimiento que has padecido. Allí hay seres de luz que se ocupan de los seres sufrientes como vos y, en cuanto entres en la Luz, verás cómo estos seres te cuidarán con un amor que nunca antes has tenido. Tené confianza, hacé la prueba.
A: ¡Ajá! ¿Y si después yo quiero volver de nuevo al cuerpo de mi nieto? ¿Cómo hago? ¿Puedo volver de vuelta para atrás o no? (Alma perdida, sí; tonto, no.)
T: Eso depende de vos. Yo voy a pedir por vos. “Humildemente, Señor, te pido en este día que envíes a tus ángeles protectores para que vengan a buscar al abuelo de Salvador. Hazle llegar tu infinita luz para que pueda ver tu camino. Que tu amor se derrame sobre...”
A: Mirá que yo primero me mato antes de meterme ahí, ¿eh?
T: Tranquilo, no te podés matar si ya estás muerto.
A: Sí, pero si me hacen sufrir de vuelta prefiero volver y matarme, ¿eh?
T: Nooo, nada que ver.
A: ¿Cómo que no? Le digo a mi nieto que se mate y listo. (¿Qué les parece?)
T: Pero no, ¿cómo vas a hacer eso?
A: Sí, sí. Le digo a mi nieto que se mate y listo. Si se muere él, me muero yo. ¿Te das cuenta, viejo?
T: Ése es un gran error porque si tu nieto se muere vos vas a seguir igual.
A: ¿Por qué?
T: Porque vas a seguir en la misma situación, con el agravante de haber destruido una familia y tendrás que responder por eso.
A: Yo lo conduzco a él para que se mate y listo. (¿Cuántos suicidios sucederán de esta manera?)
T: ¿Pero a vos te parece bien eso? Fijate bien lo que estás diciendo. ¿Cómo podés decir esto? El tiene su mujer, sus hijos...
A: ¡Qué carajo me importa de la mujer y de los hijos!
T: No, no podés estar pensando eso. ¿Y el dolor que vas a causar en esa familia?
A: ¿Quién lo siente?
T: Claro, vos no lo sentís, pero esa madre y esos hijos que quedan abandonados y solos... No es justo.
A: Las mujeres siempre tienen que estar a disposición del hombre. A la mujer que se retoba le enchufás un palo en la cabeza. Así era en mi época, eran los machos los que mandaban. ¿Entendés? En la casa, el que mandaba era el macho. ¡Qué tanta vuelta ni tanta vuelta! ¿Me entendés o no me entendés? (Ahí está la causa de la agresividad que experimentaba Salvador con su esposa.)
T: Te entiendo perfectamente. (Ahora hay que dejarlo hablar, no importa lo que diga.)
A: Hombres eran los de antes, no los de ahora. Antes se peleaba con las manos, con la espada, con lo que venga.
T: Eso es.
A: ¡Cagón de mierda! ¡Son unos cagones de mierda, los hombres! Se dejan dominar por las mujeres. No tienen huevos, tanta vuelta que dan.
T: Tenés razón. Bueno, yo te voy a ayudar y vos decidirás. Quiero que veas con tus propios ojos y verás que en el mundo de la Luz se terminan todos los sufrimientos. Permití que te conduzcan y asomate a la puerta, al reino de Dios. Comprobalo por vos mismo.
A: ¿Hay algún escalón acá o no hay nada? (¿Vieron? Hay que esperar el cambio de humor.)
T: No, acá no hay escalones, es un camino de luz.
A: ¿Vos estás seguro de que no hay ninguna escalera, no?
T: ¿Querés una escalera?
A: Sí, porque estoy muy bajo.
T: Dios te hará ver una escalera de luz y podrás ascender lentamente. Ellos saben que vos estás muy bajo y te enviarán a los ángeles protectores para que te ayuden.
A: ¿De dónde me agarro?
T: Fijate que hay un pasamanos de luz. Agarráte de ahí.
A: Sí, siento frío, che.
T: Bueno, yo te voy a cubrir ahora con una manta y tranquilo, que yo estoy acá, a tu lado. Todo va a salir bien y vos y yo vamos a ser grandes amigos. (Esto es lo que no hay que decir, porque el alma perdida se puede pegar al terapeuta.)
A: En cuanto me hagan sufrir me vuelvo de vuelta. ¡Qué frío que hace!
T: Quedate tranquilo que no habrá nada de eso. Andá despacito. Fijate si no viene alguien para ayudarte. Yo le pedí a Dios que te mande un angelito protector.
A: Había un cordero.
T: Bueno, agarrate del cordero, él te va a guiar.
A: Sí. Escucho un zumbido...
T: Eso es, seguí lentamente. Pronto vas a ver la puerta.
A: Sí, estoy acá en un peldaño, una escalera, no sé qué pito es esto.
T: Seguí, lentamente vas a llegar.
A: Ahora veo una luz roja... unos árboles... un caño... un tubo... como un túnel ahí.
T: Eso es, seguí.
A: Sí, humm... Hay un ojo verde que me está mirando...
T: Eso es, pedile a Dios desde tu corazón que te ayude. Él conoce a todos sus hijos y te va a recibir con mucha alegría.
A: Humm... Ya llegamos... Antes de irme... cuidá mucho a ese chico porque yo lo estuve cuidando por mucho tiempo.
T: Quedate tranquilo que yo lo voy a cuidar. Lo estoy ayudando.
A: Escuchame, cuidalo mucho. Yo lo estuve defendiendo, mirá que tiene dos o tres enfermedades dando vueltas. Sacale un par de traumas que tiene encima. Vas a tener que hablar con el maestro de él. Él tiene un maestro que te va a hablar a vos. Tené cuidado porque este chico se quiere matar. Tené cuidado.
T: ¿Hay alguien más allí que esté interfiriendo con la vida de él?
A: No sé, pero tené cuidado porque él tiene una idea de que se quiere matar. Él no quiere vivir más. Está medio infeliz, este pibe. A este chico se le pierde la cabeza. Yo, si te tengo que decir, para mí, este chico no está encarnado. ¿Me entendés?
T: Te entiendo. Es muy valioso esto que me estás diciendo.
A: A este chico le falta encarnar nuevamente. Cuando él se operó, él falleció y volvió de vuelta a la Tierra, pero no se encarnó bien. Está mal encarnado. Vas a tener que meterlo de vuelta cuando él estaba recién operado. Y le vas a tener que buscar una relación cuando él nació. Parece que fue porque tuvo un golpe de chico. Me parece. (Ahora parece que él es el terapeuta.)
T: Yo te agradezco porque todo esto me será de utilidad para trabajar con él. Ya habíamos trabajado el problema de la operación, pero con este dato que vos me das volveremos a trabajar ese momento para agotar todos esos traumas que han quedado pendientes.
A: Hacelo llorar porque a él le hace falta llorar. Cuando él llore se va a mejorar bastante. Pero tené cuidado porque se quiere matar. Te digo la verdad, no sé si quedarme o irme, porque yo sé que si me quedo, yo lo freno. (¡Qué cambio! ¿No?)
T: Vos seguí tu camino, no desperdicies esta oportunidad y quedate tranquilo que él está trabajando conmigo desde hace un tiempo.
A: Sí, yo te escuché a vos varias veces. ¿Y cómo voy a estar seguro de que lo vas a cuidar?
T: Porque este es mi trabajo. Ya te dije que yo soy un médico del alma.
A: ¡No fallés! ¿Eh? Porque mirá que conmigo fallaron.
T: Quedate tranquilo que desde la Luz tendrás mayor fuerza que antes para ayudar a tu nieto.
A: Bueno, ¿tu nombre cómo es?
T: José Luis.
A: Bueno, José.
T: Bueno, querido.
A: Chau, negro.
T: Chau y te agradezco toda la información y el trabajo que has hecho aquí.
A: Protegelo, no fallés. Y ahora, ¿cómo hago para seguir?
T: Simplemente entrá en la Luz, pensá que estás en la Luz y así será.
A: Sí, chau.
T: Que Dios te bendiga, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
***
Así como el desprendimiento del alma de Samuel fue casi instantáneo, para el abuelo de Salvador el proceso de la agonía resultó toda una tortura. Sería bueno tomar nota del relato de su padecimiento para tomar conciencia de cuántos procedimientos inútiles se suelen hacer en el afán de retrasar un final que es inevitable y que ahora sabemos que no es un final sino la continuidad de la conciencia en otra dimensión.
Es obvio que el abuelo de Salvador se comportó más como un obsesor que como una simple alma perdida influenciando decididamente en el comportamiento de su nieto. El mismo abuelo nos explica cómo lo hace, hablándole directamente a la conciencia de Salvador en un modo que podríamos llamar subliminal. Como Salvador todavía era un bebé cuando su abuelo se unió a él, es fácil comprender que efectuó su desarrollo intelectual sin saber que tenía esta doble conciencia. Asumió como propios los procesos mentales de su abuelo. Con la ideología machista de su abuelo inmersa en su subconsciente no es de extrañar que Salvador tuviera conflictos y actitudes agresivas con su esposa.
Un detalle inquietante es el poder de convicción que una entidad, cualquiera que sea, puede ejercer para inducir a una persona a suicidarse. Desde la sombra, la voluntad de una entidad funciona como si fuera una programación inconsciente. En varias ocasiones yo me he encontrado con esta situación. Es imposible saberlo, pero, ¿cuántos suicidios podrían ocurrir de esta manera? ¿Y si en todos los suicidios hubiera alguien más incitando a cometer semejante atentado?
Otro dato a tener en cuenta es el momento en que el abuelo se pasa a Salvador cuando la mamá de éste le está dando el pecho. Se me ocurre que debe de ser muy difícil evitar esto, sino imposible, porque, ¿quién podría imaginar que un alma perdida aprovecharía una circunstancia así?
Quince días después de esta sesión, Salvador me dice: “José Luis, yo no estoy dentro de mi cuerpo. Para mí que yo no estoy encarnado”.
Recordé entonces que el abuelo había dicho que Salvador había fallecido en la operación. Esto ocurrió cuando Salvador tenía siete años y fue operado de una peritonitis apendicular, pero nadie de su familia le había dicho algo semejante. Trabajamos en regresión el episodio de la operación y, allí, Salvador relató lo siguiente:
—José Luis, yo me morí en la operación. Yo estoy fuera de mi cuerpo, estoy volando y estoy jugando con los angelitos. También me crecieron alitas. Yo no quiero volver al cuerpo. Tengo una mamá enferma que no me puede atender mucho, por eso yo me quedo con los angelitos, con ellos puedo jugar más. Los médicos me hacen volver a la fuerza; ellos tiran para acá y yo tiro para allá.
Al regresar, se da cuenta de que un viejo se había metido en su cuerpo, aprovechando que él estaba afuera. Finalmente, Salvador volvió a su cuerpo y me sorprendió una vez más diciéndome:
—Necesito que me vuelvan a bautizar. Tengo que tomar de vuelta la comunión. Me tienen que confirmar.
Esto que descubrimos fue muy importante, porque probablemente ésta haya sido la causa de la vulnerabilidad de Salvador ante las almas perdidas. Recuerden que la encarnación recién se completa al séptimo año de vida. Como además Salvador se salió de su cuerpo durante la operación y una parte de él no regresó, es seguro que esto dejó una debilidad o un agujero negro en el campo vibratorio de Salvador, lo que facilitó la entrada posterior de otras energías extrañas, además de su abuelo.