Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 10
ОглавлениеNIÑOS
Tenía la vida por delante y muchos amigos, entre ellos Manuel y Alejandro. La vida nos había unido y nos había hecho inseparables. Recorríamos las calles, salíamos en nuestras bicicletas, platicábamos, nos reíamos todo el tiempo y jamás nos aburríamos.
Vivíamos en la misma colonia y nos reuníamos después de clases, siempre a la misma hora. Recuerdo que bajábamos por la avenida principal hasta llegar a la miscelánea, comprábamos todo lo que veíamos, por lo general pura basura. Hicimos millonaria a la señora que vendía los helicópteros que, al tirar de una cuerda, dizque volaban. Luego pasábamos horas sentados en la banqueta, platicando, soñando. Era una época en la que no avisábamos a dónde íbamos, sino que tan sólo gritábamos un “adiós”. Jugábamos en la calle sin que nadie nos cuidara. Éramos libres. Nos pasábamos las tardes viendo videos musicales en la televisión, añorando la ropa y los zapatos que los artistas usaban. No llegaban ni la moda ni las películas tan rápido; tardaban meses, y tener un dulce americano significaba tanto, que era más para guardarlo que para comérselo.
¡Qué año! Terminaba la década en la que habíamos crecido. Empezábamos a darnos cuenta de lo que pasaba en el mundo y entendimos palabras nuevas como “crisis”, “devaluación” y “quiebra”. Vimos dormir tranquilos a nuestros padres para amanecer y darse cuenta de que lo habían perdido todo. Bolsas de valores sucumbían y la moneda perdía su valor. Mi casa fue una de las afectadas, allí también cambió mi vida. Vi el semblante de mi papá esa mañana, cuando el noticiero vespertino mostraba un sinfín de números que desfilaban velozmente por la parte de abajo en la pantalla de la televisión.
Nos urgía ser mayores de edad o al menos parecerlo. No como ahora, que los mayores pretenden ser niños. Cuando era pequeño me prohibían tomar café porque me decían que me saldrían bigotes, y eso precisamente hizo que nos hiciéramos adictos al café, que en esa época era diferente; sólo había café americano, café con azúcar y café con crema. Y bueno, el bigote finalmente salió.
Nosotros sólo queríamos salir de noche, aunque la hora de llegada a casa fuera a las once, de modo que el cine de ocho a diez era la opción más intrépida. Obvio, no había tantos cines, así que íbamos al Plaza; una sala enorme que proyectaba sólo una película durante semanas. Junto al Plaza había una zona de videojuegos, que era el lugar en donde todo pasaba. Allí armábamos planes para ir a trasnochar a las discotecas, aunque nunca nos dieran permiso.
De cualquier forma, ninguno tenía coche. Imaginábamos cuál sería el primero que compraríamos y también a quién subiríamos en él para dar un paseo; quién sería nuestra novia. Soñábamos con escoger a la afortunada entre el repertorio de amigas de la escuela. Desde la más hasta la menos popular, todas tenían la posibilidad de ser la primera afortunada. Con las ventanas abajo y la música a todo volumen, presumiríamos ambas cosas pasando por la calle de moda, tal vez nos bajaríamos y seríamos admirados.
A falta de transporte, rentábamos películas. Caminábamos por los pasillos del centro de rentas y nos tardábamos más en decidir que lo que duraba la cinta. Lo más intrépido que hacíamos era ver la portada de alguna Playboy en el puesto de revistas: nunca me atreví a hojearlas y, además, las envolvían con un plástico tan grueso que, en caso de contingencia nuclear, estoy seguro de que serían lo único que se mantendría intacto. De todas maneras, engañar al puestero para abrirlas a escondidas era mucho riesgo.
Vivíamos en un mundo menos comunicado, pero hablábamos más. Entre señales, recados y correo; el teléfono era de uso exclusivo de madres y hermanas. Había sólo una línea por casa, lo que hacía imposible para nosotros usarla.