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ALEX

Alejandro, a diferencia de Manuel, sufría mucho en la escuela; simplemente no se le daba, y con la presión de su mamá para que sacara buenas calificaciones, el pobre la pasaba mal. Por lo mismo terminaba tomando malas decisiones que lo metían en más problemas.

Una vez se le olvidó estudiar para un examen y sabía cómo le iba a ir si reprobaba, así que optó por tratar de conseguir una copia y, obvio, fue así como se ganó una expulsión. Nos dolió mucho que lo expulsaran, pero ni con todos los superpoderes de Manuel, que era el presidente del consejo estudiantil y el amor platónico de la directora, se pudo salvar.

Alejandro era el hijo único de un matrimonio que se había interrumpido con la muerte del papá; la vida se le había acabado tras un accidente en una desafortunada noche en la que un borracho a toda velocidad se había estampado contra él. Su muerte había sido instantánea, cuando Alex aún no había nacido. Según María, la mamá de Alejandro, era todo un caballero y tenía un futuro brillante. Quince años después, ella lo seguía queriendo y no lo olvidaba. Nos podía entretener toda la tarde mostrándonos fotos de Ezequiel, que así se llamaba, y siempre decía que Alejandro tenía su mirada. Por ende, ella veía a diario a su marido en los ojos de su hijo.

No me imagino lo que fue la infancia de Alex sin su padre, pero María hizo un buen trabajo: se encargó de que a Alejandro no le faltara nada para su buen desarrollo, ni sentimental ni económico, y se convirtió en un hombre íntegro en todos los aspectos gracias a su mamá.

Y aunque en la escuela fuera un burrazo, esa expulsión afortunada le cambió la vida. El cambio de escuela lo enfocó y lo plantó en el piso.

Porque a Alex le encantaba soñar; decía siempre que quería ser astronauta cuando creciera, y no era como todos los demás, que soñábamos con ir a la luna cuando teníamos cinco años; él lo seguía deseando hasta los 18. Luego se dio cuenta de que, para empezar, el álgebra no se le daba y de que si salía de la órbita terrestre, jamás lograría descifrar su regreso; entonces desistió de la idea.

Alejandro tenía la receta perfecta para hacerte reír. El azul brillante de sus ojos entonaba con su peinado siempre relamido y lleno de goma. Su carisma se veía a kilómetros. Era un valemadrista, como decían, no le importaba nada. Para cualquier problema que enfrentaba, él tenía el comentario perfecto. Sabía tomar lo mejor de cada persona y procesarlo en su carácter, ¿será que el crecer sin papá hace eso? En su casa era en la que más tiempo pasábamos; su mamá nos trataba muy bien y, entre el café y las botanas, era un lugar muy agradable.

Silvia

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