Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 21
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La tenía en mis manos y no sabía si abrirla, o no. La mandó a casa de Manuel junto con otras cartas para su familia. Él me llamó y me dijo que tenía en las manos un sobre con mi nombre… no esperé ni a que terminara de hablar cuando ya estaba tocando el timbre de su casa.
—¿Dónde está? ¡Dámelo! —Le grité.
—Hola, manito, primero salúdame, ¿no? —Me dio la mano y no me la soltaba. Yo estaba tan ansioso como nunca y mi corazón estaba a punto de explotar cuando lo puso en mi mano. Era un sobre pesado, al parecer tenía varias hojas. “¿Será que narró todas sus historias, desde que se fue, en una sola carta?”, reflexioné. “¿Y por qué no lo mandó directo a mi casa?”. Tenía sentimientos encontrados; por un lado, estaba enojado, toda esta intriga, y sin saber nada de ella en tanto tiempo… Pero por el otro, tenía un sobre en mis manos y me moría de curiosidad por abrirlo.
—¿Qué? ¿No lo vas a abrir? —Me preguntó Manuel— Órale, mano, quiero saber qué te dice mi hermanita, ¡ábrelo!
—No, la voy a leer solo, cuando llegue a mi casa. Después te cuento qué dice.
Ya casi se completaba un año desde su partida. Se había ido en el verano de 1994 y esta era su primera carta. ¡Tantas cosas habían pasado!, pensé; nada más la famosa crisis del 94 había dejado a muchas de nuestras familias muy mal económicamente. Yo era estudiante, así que cuando subía el dólar me daba igual, pero en casa la perspectiva era diferente. Mi papá tuvo que reducir su personal a una secretaria. Era arquitecto y se dedicaba a la construcción, y siempre me decía que me entretuviera un rato, si así lo quería, escribiendo, pero que de seguro terminaría trabajando para él, continuando con el legado que él aún estaba construyendo.
“¿Letras Hispánicas? ¿Qué es eso? Si lo que necesito aquí son arquitectos y abogados… Cuando te aburras, ya sabes, nunca es tarde para enderezar el camino”, me repetía en cada sobremesa. Comíamos juntos todos los sábados y siempre se echaba el mismo sermón, hasta mayo de 1995, cuando su constructora se redujo a nada. Los bancos se quedaron con casi todo y mi papá cambió su discurso “mijo, ¡ojalá escribas un libro de los buenos, para que nos saques de pobres!”.
Era lunes cuando pasé por el sobre a casa de Manuel. Me regresé corriendo a mi casa, llovía fuerte esa tarde, así que llegué hecho una sopa. Pero no me importaba; me urgía estar solo para leer qué me había escrito Silvia. Abrí el sobre sin mucho cuidado y saqué una hoja doblada, de cuaderno amarillo, escrito a tinta azul. De inmediato reconocí su letra y me palpitó el corazón. Iniciaba con un “Para ti”.
No había tenido la fuerza para escribirte antes. Perdóname por tenerte tan olvidado. Realmente aquí casi no hay tiempo para nada personal y hasta los fines de semana nos traen cortos con los trabajos. Desde que aterricé en Londres no veo el momento de tomar un avión para ir a verte, pero sabes que tenía que hacer esto y que ya habrá tiempo para nosotros. Mi roommate, Chris, me dice que aún somos muy jóvenes y que tenemos tiempo para todo. No sabes la impresión de llegar aquí; estuve tres días en Londres y decidí venirme en tren desde ahí. ¡Tienes que conocer! Estoy segura de que en cualquiera de los parques y monumentos encontrarías inspiración para tu novela. La gente es súper cool y todo mundo camina por las calles; te mueves en trasporte público para todos lados. Mi hotel estaba muy cerca de Piccadilly Circus, una plaza llena de gente y tiendas, no creas que no te compré nada, ¿eh? El Palacio de Buckingham es espectacular y la verdad no quería irme de Londres, pero tenía que presentarme en la universidad así que tuve que irme.
Comencé mi carrera de Historia del arte. ¡Un sueño! Como sabes, siempre me ha gustado, y creo que me voy a especializar en arte del Imperio Romano. Tengo ya muchos amigos, una compañera de la que te hablé, Alexa, es española. No sabes lo bueno que ha sido que me tocara cerca alguien que habla mi mismo idioma. Somos muy buenas amigas y vamos juntas a todos los eventos, nos hemos hecho casi hermanas… como si me faltara tener más. Aquí se estudia en las mañanas, y en las tardes, cuando no tenemos clases, nos vamos a la biblioteca a investigar –y creo que paso más horas allá que durmiendo, porque me queda muy cerca–. Esto está lleno de museos, pero me falta ir a muchos todavía. Me compré una bicicleta y ando de un lado para otro en ella y así puedo conocer todo el campus y hacer un poco de ejercicio al mismo tiempo.
¡¡¡TE EXTRAÑO MUCHO!!!
¿Tú cómo estás? ¿En qué andas? No me has cambiado, ¿verdad? Ya le escribí a Manuel que si te ve con otra, me diga.
Escríbeme… Te quiero… Silvia.
Leí la carta, fácilmente, unas diez veces. Me encerré en mi recámara con la música a todo volumen y cada vez que la leía regresaba a la canción de “Only wanna be with you”, de Hootie and The Blowfish. Cuando se hizo de noche ya estaba cansado de estar encerrado, pero nadie estaba dispuesto a salir un lunes más que Manuel. Minutos más tarde oía ya la clásica tonadita de su claxon llamándome para bajar; había que apurarse porque Manuel no paraba de tocar hasta que me veía salir. Pero esta noche estaba ya tan desesperado y solo, que no terminó el primer pitido cuando ya me encontraba casi casi subiéndome. Abrí la puerta del copiloto de su coche y, para mi grata sorpresa, Alex estaba allí. Tenía semanas de no verlo, de no saber qué pasaba con su vida a excepción de “Maribel aquí” y “Maribel allá”.
—¿Adónde vamos? —pregunté al subir al coche.
—A echar algo de comer, ¿no? ¡Me muero de hambre! —dijo Alex.
—Ustedes disfruten del camino, que los voy a llevar a un buen lugar. Además, yo invito hoy —Ofreció Manuel, quien era el único con sobrantes de dinero en la cartera.
Arrancó rumbo a Polanco y llegamos a Masaryk, donde Manuel tuvo que dejar el coche con el valet, en contra de su voluntad, pues odiaba que alguien más lo manejara, porque además era nuevo; recién sacadito de la agencia. Pero aún llovía fuerte y no le quedó otra alternativa.
Nos sentamos en el restaurante y yo pedí mi clásica torta de tres quesos y un café.
—¿Y tú qué te traes? ¿Por qué esa cara? —Me preguntó Manuel.
—Ya sabes… tu hermana… la extraño mucho, y me pegó leer la carta que me escribió. Se ve que está muy bien por allá y, por lo que describe, es una universidad muy grande. Se ha de estar gastando un lanal, tu papá, pero la verdad es que le dio una buena oportunidad a Silvia para irse a estudiar tan lejos… y sola. A tus otras hermanas ni de broma las hubiera dejado —Seguí desahogándome—…y tengo ganas de ir a visitarla a Oxford. Mi mamá me prometió que me va a ayudar para ir a verla.
—¿Qué son unos años? —Me interrumpió Alex.
—Sí, no es mucho tiempo; sólo espero que las cosas sigan así y que ni ella ni yo estemos viviendo cosas diferentes… En fin, ya estoy cansado de estar tristeando todas las tardes, tengo que cambiar mi actitud. ¿Y tú qué onda, Alex, cómo vas?
—¿Yo? Pues muy bien. Ya sabes, de aquí para allá con Maribel, que por cierto les manda salud…
—¿Saludos? —interrumpió Manuel—, mejor que ya devuelva a nuestro amigo, ¿no? Te tiene secuestrado. Ya ni vienes a mi casa; mi mamá dice que ya ni se acuerda de cómo es tu cara.
Así vivimos esa cena. Los tres juntos otra vez, y la disfrutamos, pues pasaría mucho tiempo para que volviéramos a estar hablando de nuestras vidas, y lo sabíamos.
Después, cada uno tomó su rutina y hasta cultivamos círculos sociales diferentes. Aunque los tres éramos muy amigos, ninguno tenía la misma vocación; sin embargo, teníamos una especie de conexión sensorial que habíamos desarrollado desde niños y que mantuvimos hasta el último día de cada uno, ignorando si la muerte la sesgaría.
De Silvia, cada vez sabía menos. Entendía que ella estaba en otro mundo y lo que menos quería era ser molestada por mí. Decidí dejarla ser y estar allá; disfrutar esos años de estudios, porque a su regreso sería sólo mía. Escribiría únicamente en contestaciones si ella me lo pedía. Después de su primera carta recibí algunas más. Luego no llegó ninguna. Me autoconvencí de que no le sobraba tiempo para escribirme por todas las asignaturas que debía estar tomando, y más en una de las mejores universidades del mundo. Silvia era una mujer muy ambiciosa y seguro competía tanto allá como lo hacía en la prepa. De vez en vez Manuel me hacía algún comentario al que yo no respondía: si iba a darle su espacio, sería incondicionalmente e incluso con su familia. Ya tendría tiempo para reponer estos años sin ella. Claro que me corroían los celos sólo de pensar que estuviera saliendo con alguien. Nunca quise preguntar. Darle su espacio me pareció la mejor opción para mantener viva la relación. Así, sin saber nada, estaba seguro de que seguíamos juntos.
Sólo había que esperar su regreso y continuar con lo que habíamos dejado en espera.