Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 24

Оглавление

CAMBIO

—¿Qué creen? ¡Me caso! —Nos dijo Alex, muy entusiasmado.

Nos habíamos reunido en un bar en el centro de la cuidad, sin imaginarnos los motivos. Alex había insistido en que saliéramos esa noche en particular.

Maribel, junto con Alex, había planeado la difusión de la noticia con mucho cuidado. Habían reservado con mucha anticipación en ese bar, que por esa fecha era de los más concurridos. Su ubicación y vista privilegiada a la plancha del Zócalo de la cuidad lo hacían el lugar de moda y de muy difícil acceso. Pero como Alex sabía y podía moverse y meterse en todos lados, no le había sido difícil organizar la velada. Así que, una vez ingresados y sentados, sin prevenirnos, fuimos comunicados de la noticia más importante que él nos había dado hasta ese momento.

La noticia nos cayó como patada de mula. Yo salté y lo abracé, pero a Manuel no le dio tanto gusto; odiaba a Maribel y no perdía oportunidad de decir que ella no era para Alex. Yo pensaba que simplemente eran celos, pero, como siempre, Manuel sabía que Maribel tenía algo que nada más no le parecía correcto.

—Me caso a fin de año. Estamos muy contentos y, la neta, salió de la nada: estábamos en su casa y de pronto, nada más le pregunté si quería ser mi esposa, a lo que inmediatamente respondió que sí, nos abrazamos y punto.

—¿Y punto? —Le pregunté. No me cuadraba; no podía imaginar una propuesta de matrimonio así de aburrida, en la sala de su casa. Si yo le hubiera propuesto a Silvia estarían todas las estrellas del cielo ya bajadas para ella. Conociendo a Alex, de seguro el día que propusiera matrimonio lo habría hecho de manera espectacular, tal vez habría rentado un globo aerostático y desde las alturas habría dibujado en el cielo el nombre “Maribel”. O cualquier cosa, menos lo que acabábamos de escuchar, una simple y aburrida propuesta de matrimonio que bien podría pasar como una invitación al cine o a comprar un jugo de naranja.

—¡Sí, manito! Obvio al día siguiente me acompañó mi mamá a comprarle un anillo de compromiso… todavía no se lo doy… Pero en unos días que me lo entreguen a ver qué se me ocurre y se lo doy.

—¡Tu mamá! Hace mucho que no la veo. Mándale saludos. ¿Cómo está? —pregunté.

—¿Entonces recibirás el milenio como todo un señor casado? Y si le apuras hasta papá —apuntó Manuel, aún con actitud escéptica.

—Pues muchas felicidades, mi Alex —Reaccioné cuando me di cuenta de que aún no lo felicitaba— ¡Te deseo que tu vida con Maribel sea todo lo que esperas, y más!

—Cabrones, no me dejen solo, ya apúrenle… Manuel, ¿tú qué onda? ¿Nada? Y a ti manito, mejor ni te pregunto.

—No lo hagas —dijo Manuel.

Llegué a mi casa esa noche y no logré dormir ni un minuto. La noticia de la boda de Alex reflejó mi estado actual, pero de manera contraria; es decir, tenía casi 27 años y ni una relación seria en mi vida. Ni amor, ni mucho menos un trabajo estable. Estaba cursando un posgrado de Estudios Latinoamericanos en la unam y aún vivía en casa de mis padres. Me estaba convirtiendo en un tipo aburrido y fracasado, o al menos así me vi esa noche. Debía hacer algo con mi vida, un gran cambio, algo radical. No podría continuar así o de plano me perdería… eso sin contar que había subido de peso y no me gustaba nada cómo me veía.

Antes de meterme a la cama ese día, puse mi alarma a las seis de la mañana. Decidí que el primer paso para cambiar era hacer ejercicio en la mañana y lo más temprano posible. Salí a caminar y traté de correr un poco, pero no aguanté ni dos calles. De cualquier forma, regresé satisfecho a mi casa, me sentía motivado, con mucha energía y con la firme idea de que al día siguiente aguantaría correr un poco más.

Al día siguiente cuando regresé de mi caminata, decidí escribirle una carta a Silvia. Y para variar, cuando la mandé, deseé no haberla escrito, porque le narraba lo incómodo que me sentía y lo poco que había logrado en comparación de mis amigos: Alex se iba a casar y Manuel ya era todo un empresario. De mis kilitos de más no le mencioné nada, la idea es que ya no existieran cuando ella estuviera de regreso, además no sabía nada de ella y a Manuel mejor ni tocarle el tema. Esa misma tarde al regresar de la universidad, sin ganas de ir a casa, me desvié hacia Polanco y me metí a El Péndulo. Quería un café y perderme en una historia; soñar con ver el libro que yo escribiría ahí exhibido… ya hasta había seleccionado el lugar donde estaría.

Me senté en una banca en el centro de la librería, mi preferida, en donde estaban los libros de historia. Entre las revoluciones mexicana y rusa, pasaba mis ratos libres. Metido en el Porfiriato, alguien alcanzó mi hombro. Me di la vuelta y, para mi sorpresa, era Álvaro, que también estaba echando ojo a los libros. Me dio mucho gusto verlo y lo abracé. Tiré mi café al piso.

—¡Álvaro! Qué gusto ¿vienes solo?

—Ando aquí entre cita y cita. Tengo una cena con unos banqueros en el Hotel Presidente y como me queda una hora, pensé en venir a matar el tiempo y comprar algún libro, ¡y qué bueno que te encontré! Recomienda algo, ¿no?

—¿Como qué estás buscando?

—Quiero algo ligerito, que me haga pasar el rato… y por favor que no tenga nada que ver con economía.

—Seguramente ya leíste El amor en los tiempos del cólera de García Márquez —Le dije con seguridad, ya que me acordaba de que Cien años de soledad era uno de sus libros preferidos.

—No —Me respondió. Alcé la mano, alcancé el libro y lo puse en sus manos.

—Ese que traes en la mano, ¿de qué trata?

—¿Este? —Había perdido la noción de tenerlo en la mano— Ah, sí. Es una biografía de Porfirio Díaz.

—Ese paso, sin ver. Pero este seguro lo leo.

—Te lo regalaría, mi Álvaro, pero ando muy corto de lana.

—No te apures. Déjame invitarte un café. Quiero que me pongas al tanto de cómo has estado.

¿Por dónde empezaría? ¿Qué le contaría a alguien que tenía tanta fe en mí? Sentí confianza y le dije todo lo que pasaba, cuánto me avergonzaba estar en esa situación y lo mal que me sentía.

—Pero a pesar de todo esto, gracias a que se casa Alex decidí cambiar mi vida y hacer algo diferente todos los días. Comencé a hacer ejercicio... —Continué así, platicándole todo, hasta que le había escrito una carta a Silvia tan deprimente, que me daba pena, y lo peor es que se trataba de mi realidad. Álvaro sólo me miraba y se veía que reflexionaba. Cuando terminé, me preguntó si me molestaba que hablara con honestidad y por supuesto le dije que no.

—Te voy a ser muy sincero, ¿puedo?

—¡Por favor!

—¿Qué pasa contigo? El chavo que conocí tenía una chispa especial, que nadie más tenía. Recuerdo que siempre nos contabas unas historias muy chingonas y llenas de vida; y cuando hablabas, todos te ponían atención. Eres un verdadero líder, con carisma, que no se ve tan seguido... y sabes que tengo algo de experiencia en eso. Todos los días conozco a jóvenes que quieren emprender en las finanzas y muy pocos me dejan huella como tú. Si me hubieras pedido, con gusto te hubiera dado un empleo. Eres de mis personas favoritas pero tu vocación no es estar en un cubículo dentro de una oficina. Tampoco eres de los que le reportan nada a nadie, siempre te he considerado un “alma libre”. Recuerdo bien cuando me platicaste que ibas a estudiar Letras Hispánicas, y me pareció la mejor decisión, ¡le diste al clavo! Y tenías a Silvia, tu musa, para inspirarte… lástima que la señorita decidiera irse a Oxford, pero las cosas pasan por algo, si el destino es que estén juntos, pues así será… y si no, mejor ni forzarlo. ¡Qué más nos gustaría a todos que acaben juntos! Hacen una hermosa pareja y se han querido desde niños.

Silvia

Подняться наверх