Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 11
ОглавлениеMANUEL
Manuel era mi mejor amigo. Un gran tipo de tez morena, pelo negro y ojos verdes. Un verdadero galán con encanto de príncipe europeo. Siempre pensé que él estaba en el lugar equivocado, como si en lugar de haber nacido en la cuna de una familia de clase media, hubiera sido arrebatado de alguna monarquía. Así era él: donde se paraba se hacía amar. Hablaba y la gente lo escuchaba. Dejaba huella con las mujeres; sólo le bastaba extender la mano y sacaba a bailar a la que quisiera, lo que era bueno para Alejandro, mi otro mejor amigo, y para mí, porque siempre estaban allí las amigas; ahí es donde entrábamos al quite.
Manuel era el más alto de los tres, lo que lo dejaba en una mejor posición para engañar al cadenero de la discoteca de moda con su verbo y seguridad, haciendo que nos dejara entrar. Muchas veces Manuel nos dejaba y atravesaba la puerta sin mirar atrás; al día siguiente nos lo contaba todo sobre ese mundo nocturno que para nosotros era místico; donde sucedían eventos de categoría suprema, de esos que cambian la vida de las personas; donde conocías a la mujer de tu vida o solamente tenías una aventura.
Alex y yo nos conformábamos con las tardeadas; las discotecas que sí abrían en la tarde y en donde dejaban entrar chaparros de quince años, no desarrollados, sin labia y sin una identificación falsa. De hecho, nunca falsificamos una, recuerdo las palabras de mi padre citando la ley: “la falsificación de documentos ofíciales se castiga con cinco años de cárcel”. “¡En la madre!”, pensaba yo, “perderme de mis quince a mis veinte en el bote, ni pensarlo”. Sabíamos que esos iban a ser nuestros mejores años, así que, entre tardeadas con refresco, siendo pubertos en vía de desarrollo, hicimos lo mejor que pudimos y nos dedicamos a conquistar a todas las que se dejaran. El que lograba sacar a bailar una chica era el gallo de esa noche, y ni hablar del que le plantara un beso; ese se convertía en el rey del fin de semana.
Manuel tenía grandes ambiciones. Su casa y cuna le quedaban chicas y quería conquistar el mundo. Era muy bueno para los números y era el que nos ayudaba en los exámenes de matemáticas. Manuel lo tenía todo desde niño. Su vida era una receta donde los ingredientes se habían combinado en su medida exacta; ni más ni menos. Fue un ser humano completo en todos los sentidos; el orgullo de sus padres y de sus cinco hermanas, el rey de su casa y de la mía.
Mis papás también lo amaban y se sentían tranquilos cuando yo estaba con él. Manuel siempre aparentaba ser un adulto lleno de madurez. Su integridad rebasó todas las fronteras posibles; fue muy amado y querido por todos. En especial por mí, porque además de mi amigo era mi guía; sabía qué pasaba por mi mente y anticipaba cualquier locura que yo estaba a punto de cometer. Si alguien me conocía en este mundo, ese era él. No habíamos nacido de la misma madre ni nos unían lazos de sangre, pero nos dolía lo mismo.
Su casa solía ser un verdadero circo; con cinco hermanas entre la adultez y la adolescencia, era un deleite ver el desfile de pretendientes. Parte de nuestra diversión era molestarlos, burlarnos de ellos haciéndolos sentir incómodos. Los primerizos eran el blanco perfecto; aprovechábamos su vergüenza para hacerlos sentir miserables. Manuel provocaba que derramaran el agua de jamaica en la mesa o que se mancharan de comida en las piernas… cosas así, y sólo por divertirnos, sin imaginar que algún día podríamos estar en una situación similar. Aun así, no nos importaba y lo hacíamos cuantas veces podíamos. Pasé casi toda mi adolescencia en esa casa, ya fuera a la hora de la comida o de la cena; me tomaban en cuenta como parte de ella.
Sobre todos los atributos que Manuel me presentaba, había uno mucho más importante: su hermana Silvia.