Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 23

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CÓMO IRME SIN MIRAR ATRÁS

Era tarde. Estaba brumoso y hacía mucho frío. Se disponían a ir al pub. Silvia y su amiga tuvieron que empujar a toda la gente para poder llegar hasta la barra; para ser jueves, el lugar se encontraba lleno. No acostumbraban salir en la noche, eventualmente iban a alguna fiesta o cena, y aunque Silvia no quería salir hoy, su amiga le había rogado.

No esperó ni un minuto y se tomó medio vaso de un sólo trago.

—¡Joder! Tenía sed —Le dijo.

Silvia no contestó, ni siquiera la impresionó su enorme trago. Presionadas por un proyecto que tenían que entregar, pretendían relajarse un rato para así poder seguir con más ganas al día siguiente. Minutos después ordenaron la segunda ronda de cervezas. Silvia no estaba tan convencida de hacerlo, se consideraba muy mala bebedora. Se encontraron con otros amigos que estaban con un grupo grande de estudiantes que Silvia nunca había visto; entre ellos un inglés que, sin esperar, y con cerveza en mano, se acercó a Silvia.

Parada en la barra comenzó a platicar con el tal Peter, estudiante de medicina y bastante apuesto. Silvia se acabó su cerveza y compró otra mientras seguían indagando el uno en el otro. Cuando ni siquiera la había invitado a sentarse, y sin esperar un minuto ni sacar mucha conversación, le propuso: “How about a movie next saturday?”. Silvia accedió sin pensarlo mucho, siguiendo con la plática como si la invitación de Peter hubiera sido el paso de un insecto; sin embargo, le gustó esa invitación casual y sin protocolo. Pensó que así se invitaba la gente en esos lugares. No lo vio como algo formal: dos amigos, estudiantes, irían a ver alguna película.

Llegó a la taquilla, donde se encontraron. Todo era muy diferente a como Silvia estaba acostumbrada en su país, en donde, por lo general, si iba a verse con un hombre, este hubiera pasado por ella a su casa, hasta le hubiera abierto la puerta del coche y, ¿por qué no?, le habría regalado una rosa. Su papá habría visto muy mal que una señorita llegara sola al cine, o a cualquier otro lugar. Pero en ese momento, Silvia vivía fuera de su casa y su papá estaba a miles de kilómetros de distancia. Tendría que acostumbrarse y aprender a vivir así.

Peter compró los boletos; ella estaba preparada para pagar el suyo, si fuera el caso. Pero no lo fue y Peter ya tenía ambos. La recibió con una gran sonrisa y entraron. Vieron There’s Something About Mary. Ella rio a carcajadas con las puntadas de la película y él, como buen inglés, se contuvo lo más que pudo.

Al salir fueron por un café que duró muchas horas; él le platicó toda su vida. Hijo único de madre soltera, nunca había conocido a su padre. Realmente una historia de supervivencia: su madre era drogadicta y había quedado embarazada, nunca había sabido de quién, pero con el embarazo se había rehabilitado y, según contaba, al cargar a su hijo por primera vez había jurado que no le faltaría nunca nada. Y así había sido. Ahora su hijo se encontraba muy cerca de graduarse de Medicina en una de las universidades más prestigiosas. Gene, su madre, había trabajado duro para ese momento, y no podía estar más orgullosa de su hijo.

—Espero que la conozcas algún día —mencionó Peter, qué con tal de conseguir una segunda date con ella, habría hecho lo que fuera.

—Sí, claro —“¡Esto va demasiado rápido!”, pensó Silvia.

—¡Tranquila! No hay prisa… conozco esa cara…

—No… no… para nada, cuando quieras…

—Yo ya te platiqué toda mi vida; tú platícame más de ti…

Muchas veces intentó escribirle de su relación con Peter. Al principio eran hojas de papel con letras que terminaban en el bote de basura, dejando la que debería ser enviada para ser escrita al día siguiente. Pero, al no llegar las palabras correctas, la intención de hacerlo pasó a la semana entrante. Al paso de las semanas, de tanto pensar en la carta explicativa, empezó a asumir que era ya un hecho que la había escrito. Y cuando se daba cuenta de su negación y de que aún no enviaba ninguna carta, pensaba, o más bien se justificaba, diciéndose a sí misma que él tampoco le escribía. Lo imaginó también saliendo con alguien más o probablemente en otra relación.

Así, Peter y Silvia salieron varias veces y se encontraban entre clases. Cada día se sentía un poco más cómoda con él, que además de ser todo un caballero, se interesaba en todo lo que ella decía y hacía. Hablaban mucho y con él se sentía segura. Aunque cada salida se descubría esperando una flor o un detalle que sólo hubo en fechas relevantes o en su cumpleaños. Los añoraba.

La madre de Peter, Gene, se volvió como un mito para Silvia; su historia y carrera no dejaban de interesarle, aunque sentía que era pronto para conocerla, porque haría su relación con Peter más cercana. De cualquier forma, su curiosidad ganó y aceptó salir con ella.

Gene trató a Silvia como a una hija y fue muy cálida con ella. Antes de conocerla, Silvia la había imaginado como una señora mayor, mas resultó todo lo contrario; muy joven y demasiado guapa, vestida a la moda y al corriente de los temas actuales. Trabajaba en el Parlamento Inglés como asistente de un político, o algo así. Gene no sabía mucho de política, y menos inglesa; lo que ella decía era que en su trabajo tenía acceso a temas de relevancia de la vida cotidiana inglesa, y su opinión era escuchada. Al cabo de unos meses Silvia y Peter se veían a diario y una vez por semana cenaban con Gene.

—Silvia, escucha, ya en unos meses termino mis estudios, y me ofrecen hacer una especialidad en un hospital de Berlín —comentó Peter cuando estaban terminando de comer el lunch en la cafetería. Quería especializarse en cardiología y, al parecer, en Berlín encontraría el programa que le permitiría su objetivo y que le daría acceso a los mejores hospitales a nivel mundial.

—La especialidad dura dos años, ¿te gustaría venir conmigo?

Preguntó así, de la nada, igual que como la había invitado a salir la primera vez, y a Silvia el café se le atragantó. Llevaban unos meses saliendo, apenas, y ni siquiera habían pasado una noche juntos. Además, estaba segura de que sus padres, a los que aún no les había contado nada de Peter; seguramente tomarían el primer avión y la harían regresar, agarrada de la oreja, a México. Y claro que Manuel no estaría de acuerdo.

Y a Jorge le rompería el corazón. No tenía el valor de decírselo y aunque todavía se escribían de vez en vez, nunca le había mencionado a Peter. En el fondo pensaba que lo mejor era no cambiar las cosas como estaban en México. “Si lo de aquí es pasajero, y si Peter y yo somos de mundos tan distintos, no tiene caso”.

—No sé, Peter, en mi casa no saben nada de esto y me esperan de regreso el siguiente verano para las vacaciones… están convencidos de que, acabando el periodo, yo regreso a México. No está en sus planes que me quede aquí.

—¿Y en tus planes qué es lo que está? —preguntó Peter, un tanto atónito de que la vida de ella se rigiera por los planes de sus papás.

—¿En mis planes? No lo sé. Por ahora, terminar mis estudios y regresar a México. Al menos ese era el plan desde un principio, y tú lo sabes. Allá tengo toda una vida, aunque ahora ya no la tengo tan clara como antes de venir.

—¿Qué ha cambiado?

—Tú lo sabes, ¿para qué me preguntas? Además, tantos amigos que he hecho aquí, ¿cómo irme sin mirar atrás?

—¿Qué? Si eso es lo que realmente te preocupa, puedes mandarles un correo electrónico cuando quieras. Con gusto te compro una computadora para que les escribas, ellos de seguro ya usan la web.

—No sé. Yo prefiero escribir mis cartas y enviarlas por correo. ¿Será que estoy chapada a la antigua? O llámame old fashion.

—Te voy a conseguir una computadora con Internet y te voy a ayudar para que te pongas en contacto con tu familia… y a lo mejor me los presentas, me gustaría conocerlos. Bueno, apúrate que no llegaremos al cine— Terminó como si no hubiera dicho nada.

Gene los acompañó esa noche. Vieron The Matrix, a petición de Peter, y, a decir verdad, a Silvia no le gustó; mientras que Peter y su madre no dejaron de sacar miles de conclusiones sobre el tema de la película.

—¿Y si de verdad somos parte de un sistema de cómputo? —dijo Gene.

—No, mamá. Yo creo que se refiere más bien a una situación o condición dentro de la cual algo se desarrolla, como un vientre que contiene a un bebé. Imagínense que lo que vemos es como una proyección mental de nuestro yo digital…

Gene miraba con orgullo a su hijo y Silvia seguía sin interesarse. No quiso interrumpir, así que Peter siguió con su relato. Hablaron sobre el Oráculo en la película y cómo este concepto se repetía en la historia griega, en donde era el intermediario entre Dios y el hombre, temas que a Peter en verdad le apasionaban.

—Y bueno, ¿quién tiene hambre? —preguntó Silvia, y luego propuso que fueran a cenar. Gene percibió que algo no estaba bien entre ellos dos.

Silvia se encontraba muy nerviosa. La propuesta de Peter le había hecho recordar su casa y de alguna manera extrañarla, sentimiento que no había tenido muchas veces desde su llegada. Algo se había despertado en ella, una sensación en su estómago que no lograba quitar, un sentimiento de ansiedad cada vez que pensaba en su familia.

Se compró dos rosas esa tarde. Una la colocó en un pequeño envase junto a su cama y a la otra le arrancó todos los pétalos. Extrañó su vida en México y a su antiguo amor, al que desde hacía meses tenía olvidado e inconcluso. No había sido clara, y había asumido que otros ya le habrían informado que andaba con alguien más. Esas rosas le regresaron muchos sentimientos, ninguno parecido a los que sentía en Oxford. Totalmente distintos. Pensó que era una niña en México, y que eso que había sentido alguna vez era irreal o tal vez producto de la inmadurez.

Aun así, la incomodidad no la dejaba en paz. Pensó en hablarle. Quería saber si aún la amaba, si la seguía esperando sin importar lo que ella hubiera hecho esos meses. Intentó escribirle, sin éxito; sólo logró llenar su bote de basura de hojas blancas hechas bolas. Supo en ese momento que la decisión sería de ella. No contaría con nadie que la ayudara a tomarla. Miró su rosa una vez más, la tomo con ambas manos y la destrozó, y con ella el pasado, para comenzar una nueva y cómoda vida. Con su partida a Berlín sabía muy bien que se convertía en adulta. La decisión estaba tomada y aunque estaba segura de que era la mejor opción, algo dentro de ella le raspaba.

La vida que dejaba era como una ampolla en la planta del pie, que, sin frenarla, le permitía caminar. Algún día sanaría; igual, todo ese pasado era un juego de niños, ¿no?

Silvia

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