Читать книгу Silvia - José Memún - Страница 19
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Lo único malo de viajar es tener que regresar. Y aún más a los 18 años. Qué depresión. Lo primero que hice al llegar –más bien, la primera cosa importante que hice después de pasar lista con mis papás y aventar, literalmente, mis cosas– fue ir directo a casa de Silvia. Tomás me recibió y, en tono de burla, me preguntó que si ya tan rápido extrañaba a Manuel. “No han pasado ni una hora separados”, dijo. Pero Silvia bajó corriendo y lo interrumpió al abrazarme. Me saludó como si me hubiera ido por dos años y me dio una tarjeta que había escrito. “Para ti”, así empezaba el escrito, en donde me decía lo mucho que me había extrañado. Silvia tenía 16 años, pero escribía como si tuviera 20. Era sorprendente la forma en la que me narraba sus días sin que yo la visitara. No podía estar más enamorado de ella. Agarrados de la mano, con los dedos entrelazados, Silvia escuchó atenta mis anécdotas del viaje. Para escuchar mi narrativa se sumaron Julia y Tomás, mis suegros. “Se ve que este viaje les sirvió mucho para madurar”, dijo Julia con orgullo en sus ojos, “pero se terminó el verano y ahora hay que estudiar, ¿eh?”. Asentí. Ella sabía lo que decía y la consideraba como una segunda madre.
“¿Qué me trajiste?”, me preguntó Silvia, y saqué de mi mochila todas las postales, una por cada ciudad que habíamos visitado; todas tenían dedicatoria. Las leyó y las guardó. Cuando nos quedamos solos le di los pétalos, había rojos y blancos, algunos ya medio marchitos. Suspiró y los metió en su cofre de regalos. Años después los volví a ver, en casa de su papá. Pensé que los había perdido, tirado o algo, pero, para mi sorpresa, allí estaban todos y cada uno de los recuerdos de nuestra relación, amarrados con un listón amarillo en una cajita metálica casi del mismo tamaño que las postales, como mandada a hacer para conservarlas en el tiempo, para hacerlas eternas.
Regresé a la rutina y a la universidad. Me enfrasqué en la lectura y asistía a las clases con mucha devoción. La universidad y la literatura eran lo más importante para mí en esos días y, como quedaba lejos y tenía clases en las mañanas y en las tardes, no me daba tiempo de regresar a casa de Silvia, así que los fines de semana era lo que quedaba para vernos. Desde el viernes por la tarde hasta el domingo nos separábamos sólo para dormir.
Finalmente llegó el día en el que Silvia se graduó de la preparatoria con honores y se ganó una beca para estudiar en la universidad de Oxford, lo cual fue una gran noticia… para ella. No tanto para mí, porque significaba que se iría a Inglaterra por, mínimo, cuatro años y yo no sabía qué haría sin ella. Sabía que ese día llegaría, pero no quería que se fuera. Todos mis esfuerzos habían sido en vano.
—La novia del estudiante nunca será la esposa del profesionista —comentó mi mamá una noche, sin que nadie le preguntara.
—¿Qué? ¿No ves que estoy sufriendo, y todavía me dices eso? ¡Ay, mamá! De verdad qué ganas de joder, las tuyas.
—Mira, hijo, es que estás muy chamaco, y tienes tu vida por delante. Sal y diviértete. Eres joven y muy guapo; y si Silvia es para ti, nadie te la quitará, ni la distancia, ni sus estudios, ni nada.
—No, mamá, no es así. Se va, por más que traté de que no se fuera.
—Ya verás que pasa rápido. En una de esas, pues vas a verla.