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Verdes laberintos de café

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La familia materna de Fausto siempre había vivido en Tibás. Cuando su madre –la que llegaría a serlo– se casó, el nuevo matrimonio se instaló ahí mismo. Ella no quiso alejarse de sus parajes conocidos, de su familia. El esposo no tuvo ningún inconveniente. Tibás era un sector agradable de la ciudad, algo frío (no tanto como Moravia), algo ventoso (no tanto como Pavas), con muchos cafetales y quebradas.

Fausto, aunque nacido en un hospital del centro de San José, creció en el sector tibaseño, más suburbial. Se acostumbró a los cafetos floreados de los primeros meses de lluvia, cuando el verde oscuro daba paso a una florescencia de azahares que perfumaba el ambiente. Luego las flores caerían para dejar en su lugar pequeños frutos verdes enracimados que, tras unos meses, ya rojos de encendido vegetal, serían el objetivo de decenas de cogedores de café. Hombres y mujeres venidos de quién sabe dónde irían llenando sus canastos entre risas y sudores por el codiciado grano rojo.

Los cafetales constituían verdaderos laberintos por los que el niño Fausto corría con sus compañeros de juego. Ahí ellos podrían jugar de indios y vaqueros, de policías y ladrones, de superhéroes y archivillanos. Fausto estaría muy orgulloso con su capucha y su capa negras de Batman. Desde la rama de un árbol se arrojaría sobre un desprevenido amiguito –¿Acertijo o Guasón?– y ambos rodarían por los trillos de los cafetales.

Cafetos sembrados en eras que se extendían sin fin a los ojos del infante Fausto. Cada cierta distancia, altos árboles para dar sombra: poró, higuerón, ciprés en las cercas, jocote... Puntos de referencia en el laberinto, arbustos que sirven entre otras cosas para esconder al villano del superhéroe, al hombre sin rostro que es perseguido por el hombre con máscara.

Dédalo de café. Subir a lo más alto del higuerón, más allá del follaje y luego, con alas de Ícaro, elevarse por encima del cafetal, del valle, y viajar con los Campeones de la Justicia por otros planetas, sistemas solares más allá del nuestro; sí, viajar a otras galaxias, a otras constelaciones, siguiendo las huellas del Doctor Destino. Es entonces cuando cae Ícaro en el laberinto del padre al incendiarse las alas de su memoria.

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