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Agripa

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Lejos de la visión de Eulogia, Fausto abraza feliz a su perra. Un hermoso animal de pelaje negro que el muchacho encontró en uno de sus paseos, en los tiempos en que comenzaba a frecuentar la logia. De pronto vio salir de entre los cafetos a esa perra que ladró tres veces. “Perro que ladra tres veces no muerde ni una sola vez”, pensó Fausto, “Canis Trismegistus”, Anubis, Canabis, Cabeza de Ibis, y al acercarse más, el animal se calló. El joven acarició su cabeza y el can movió satisfecho su cola, como si esa caricia hubiera sido la respuesta adecuada a algún oscuro enigma. Fausto continuó su camino y el perro esfinge lo siguió. Al volver a casa, el animal aún continuaba junto a él. ¿Sería acaso el Cadejos, perro espectro con sus ojos de fuego? Entonces Fausto pensó que podía adoptarlo. Sus tías aceptaron la propuesta, bajo la condición de que él se encargara de todos los cuidados del animal.

“Es perra”, dijo Marina al revisarla. “Mientras no nos vaya a llenar la casa de crías a cada rato...” Vana advertencia porque Agripa (nombre que Fausto le otorgó al animal en honor del famoso taumaturgo renacentista) era una perra que curiosamente no frecuentaba a los de su especie, al menos durante el tiempo que llevaba de vivir con ellos. Que el sexo de la perra no coincidiera con el sexo del mago renacentista fue algo que no le preocupó mucho a Fausto a la hora de bautizar al animal pues, como se sabe, el alma es andrógina. Fue así como se convirtió en la casta e inseparable compañera de caminatas de Fausto y, cuando el muchacho pasaba horas en su cuarto estudiando, Agripa lo acompañaba echada a su lado, como impregnándose de las abstrusas enseñanzas que Fausto se afanaba en aprender.

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