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La voz
(el espíritu de la negación)

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Escribo mirándote escribir. Ahí estás, quinceañero sentado en esa amplia silla de madera preciosa. A decir verdad, te queda demasiado grande: si tu espalda se apoya en el respaldo, tus pies no tocan el suelo; si tus pies tocan el suelo, entonces tu espalda no tiene respaldo. ¡Banales paradojas del escriba! Frente a vos se encuentra la mesita también de madera sobre la que descansan dos cuadernos: uno largo y empastado en el que están las actas en limpio de las reuniones, y otro de borrador, más barato, en el que apuntás las ideas principales de gnósticas discusiones, quién las dice, el orden en que son dichas, resumís una exposición de media hora (que puede ser sobre karma, reencarnación, constitución septenaria del hombre o cualesquiera de los múltiples temas teosóficos) en un artículo de diez renglones, ponés a circular una hoja en blanco para que los asistentes anoten sus nombres, Soror Vestigia Nulla Retrorsum, Frater Nom Omnis Moriar..., en fin, vas realizando el trabajo cotidiano de un secretario de actas. Después, ordenarás todo ese material, redactarás un documento nítido que satisfará a los mayores, quienes te felicitarán por haber captado tan bien el sentido de muchas palabras dichas en unas pocas palabras escritas:

Reunión número tal de la Logia Nirvana realizada el día tal del mes tal del año tal en la ciudad de San José, Costa Tal, a la hora tal.

Asistentes: tal, tal, tal...

Artículo 1’: el Hermano Presidente Tal abre la sesión con la Invocación a los Maestros M. y K.H. de la Tal Fraternidad Blanca.

Artículo 2’: el Hermano Secretario de Escritura lee el acta de la sesión anterior, la que es aprobada.

Artículo 3’: ...

Artículo ...

Art...

A...

Sí, mi observado Fausto, artículo tras artículo, discurso tras discurso, vas conformando el acta semanal que se añadirá a la anterior para engrosar ese libro donde anotás los decires de tu logia. Así te veo, así te recuerdo, escribiendo tu Cuaderno de Vida, como en la escuela primaria, sobre la mesa de madera, formando parte aquí y ahora de ese grupo de quince o veinte personas sentadas en círculo esotérico, en el amplio, blanco y viejo salón de una casa morisca, entre los óleos de Madame Blavatsky y el Coronel Olcott, de Annie Besant y C.W. Leadbeater, los cuatro fantásticos teosóficos pintados por Povedano y que auspician con sus siluetas el cónclave mágico, todos bajo la luz de esa araña de mil ojos, ¡Golden Dawn!, alba de oro, entre aromas de incienso hindú, y vos ahí, oyendo, a veces interviniendo en la conversación, casi siempre con preguntas, casi nunca con respuestas, escribiendo, letra tras letra, mientras que yo aquí, letra tras letra, escribo mirándote escribir.

Faustófeles

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