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Primeros héroes

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Fausto había tenido desde niño el gusto por la lectura. Empezó leyendo (y viendo) los comics de Superman, Batman, los 4 fantásticos, el Sorprendente Hombre Araña, el Capitán América, Thor; en fin, cualquier revista que tuviera superhéroes humanos. Tenían que ser hombres y mujeres con poderes excepcionales, distintos de la vulgar humanidad. Para nada le gustaban las tiras cómicas de animales humanizados, tipo Pato Donald o Bugs Bunny, ni tampoco las de simples mortales, como Archie. El Llanero Solitario y toda la legión de vaqueros justicieros estaban a medio camino entre el portentoso Superman y el trivial Archie.

Le encantaban las cofradías de superhéroes, en especial Los Campeones de la Justicia. Entre los varios integrantes, de los que más le llamaban la atención estaban el Doctor Destino, con su rostro cubierto por un casco amarillo (el mismo color de su capa, sus botas y sus guantes), así como Linterna Verde, quien con su anillo mágico tenía el poder de crear lo que se le antojara (siempre de color verde: gigantescos martillos y zapatos verdes que usaba para atacar a los supervillanos, monumentales escudos más brillantes que el de Aquiles... también verdes, que le servían para defenderse de sus enemi­gos intergalácticos).

Sólo dos mujeres pertenecían a ese grupo privilegiado: Marvila y Canario Negro. La primera no era de su agrado (la encontraba demasiado machorra); en cambio Canario, ¡ah, Canario!, cuántos suspiros produjiste en el pequeño Fausto. A veces se unía a la legión una tercera fémina, la Mujer Halcón, pero carecía de personalidad propia: apenas era la versión femenina de su esposo, el Hombre Halcón, quien siempre terminaba llevándose las palmas en las acciones contra los supervillanos. Porque no pueden haber superhéroes sin supervilla­nos. Lo exige la tensión dramática.

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