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La Estrella de David

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Después de la reunión formal, los miembros de la logia cambiaron de salón. Se trasladaron a uno más pequeño que servía de comedor durante festividades como el Día del Loto Blanco, el 8 de mayo, fecha de la desencarnación de Madame Blavatsky, o el día de Annie esant, el 17 de febrero, la misma fecha de la quema de Giordano Bruno (una de las encarnaciones anteriores –según se decía entre clarividentes corrillos teosóficos– de la señora Besant). Pero lo que esa noche se celebraba era el primer aniversario de Fausto en la logia.

Lo acompañaba la tía Herminia quien, entre sorbo de té y mordisquito de galleta integral, no dejaba de decir que su sobrino tenía un cuerpo joven pero un alma antigua. “Sin duda su buen karma lo ha traído a esta logia para que continúe su sendero evolutivo empezado en vidas pasadas. Es realmente un privilegio comenzar desde joven el estudio y la meditación ocultistas”.

—En el esoterismo no hay privilegios, mi querida Herminia –intervino tajante Eulogia–. Si Fausto está aquí se debe, como bien lo dijiste, a su propio karma, al fruto de sus acciones pasadas.

—Sí, claro –contestó sumisa Herminia, y sonrió ocultando su molestia por el tono autoritario de Eulogia. Además, lo dicho por la elegante teósofa le quitaba la posibilidad de ufanarse de haber sido ella –Herminia– la que trajera al joven a la logia.

Desde las primeras noches Fausto había demostrado un gran entusiasmo y una gran desenvoltura en los diálogos de logia que no habían pasado inadvertidos a otros miembros más antiguos. Las visitas del joven a la biblioteca, sus conversaciones con viejos teósofos, su facilidad de palabra que lo hacía un buen candidato a orador, fueron otros aspectos que entraron en su consideración, especialmente en la de Eulogia Montealegre, influyente miembro en el intríngulis teosófico.

En un ambiente en donde la edad promedio era de cincuenta y cinco años, la frescura y el talento del joven Fausto no podían dejarse de notar. Eulogia se dio cuenta del potencial del adolescente y desde entonces se convirtió en una especie de hada madrina que progresivamente fue desplazando la influencia de Herminia o, más bien, restringiéndola a los asuntos familiares, ya no a los de autoridad intelectual y mística.

Después de un rato de departir, se comenzaron a ir los primeros teósofos, no sin antes despedirse cálidamente del benjamín, como gustosos se referían a Fausto. Eulogia llamó aparte al festejado y lo condujo a la biblioteca. Ahí, a solas, sacó de su cartera un estuche que entregó a Fausto. El muchacho lo abrió y descubrió una dorada cadena con una estrella de seis puntas.

—Una estrella judía –exclamó él.

—Una estrella teosófica –puntualizó Eulogia.

Fausto se acordó del sello de la Sociedad Teosófica: una estrella de David encerrada por una serpiente que se muerde la cola y encerrando una cruz egipcia, coronado el astro davidiano por una esvástica y por un monosílabo sánscrito. OOOOOOOMMMMMMMMMMMM...

El joven se sintió muy emmmmmommmmmcionado por el regalo, al que imaginó cargado de sutiles efluvios. Entonces, mientras le decía “gracias”, abrazó a Eulogia, quien lo retuvo unos instantes sobre su pecho palpitante.

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