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III. NUEVAS FORMAS DE GESTIÓN DE LA SANIDAD PÚBLICA ANTE LOS RETOS DE LA DIGITALIZACIÓN EN EL TRABAJO 1. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL Y ELEMENTOS CONFIGURADORES DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

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En 1965 el ganador del Premio Nobel de economía, Herbert Simon, ya advertía que “en veinte años las máquinas serán capaces de realizar cualquier trabajo que un hombre pueda llevar a cabo”. Tan acertada resultó ser su predicción que, a día de hoy, la digitalización en sentido amplio representa la nueva realidad del mundo contemporáneo, pues en la última década viene siendo uno de los temas más recurrentes para el debate internacional y se ha abordado desde varias disciplinas como las ciencias exactas, la sociología, la economía, el derecho y la medicina, entre otras.

Se ha dicho en un sinnúmero de ocasiones que las nuevas tecnologías, e implícitamente la IA, van a constituir la palanca clave en la modernización y progreso de la sociedad en su conjunto. El Diccionario de la Real Academia Española define a la IA como “aquella disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”. En este sentido, explica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (en adelante, OCDE) que los asistentes digitales inteligentes como lo es el “Asistente de Google”, por ejemplo, no son más que una posible aplicación de la inteligencia artificial, pues a este tipo de aplicaciones se les puede asignar tareas tales como concertar citas por teléfono de forma autónoma, hacer recordatorios o contestar a las preguntas de los usuarios en relación a cuestiones de la vida cotidiana, entre muchas otras cosas. El reconocimiento del habla y de las imágenes que ello implica, el procesamiento del lenguaje natural y la traducción automática ocupan un lugar destacado como áreas clave de desarrollo en torno a la IA12.

Otros asistentes digitales incluyen también la generación automática de textos o la preparación de breves artículos periodísticos. Asimismo, a lo largo del tiempo han ido apareciendo aplicaciones más sofisticadas todavía, pues hablando ya a nivel experto, hoy día tenemos los sistemas médicos para analizar y diagnosticar las patologías de los pacientes o los “medtech”; las “awtech” en el ámbito del Derecho, que suponen la revisión automática de contratos legales para para la preparación de los litigios; los sistemas de los comercios algorítmicos o incluso el reciente uso, por la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, del Big data y de los algoritmos para levantar actas de infracción a las empresas13.

Todas estas aplicaciones tienen en común, según el Informe de la Organización Internacional del Trabajo sobre “La economía de la inteligencia artificial: Implicaciones para el futuro del trabajo”14, el hecho de que se refieren a tareas que se considera que requieren capacidades humanas específicas relacionadas con la percepción visual, el habla, el reconocimiento de sentimientos y la toma de decisiones. Es decir, que la IA está sustituyendo a las tareas mentales en lugar de las tareas físicas que fueron, en su momento, el objetivo de los anteriores procesos de mecanización del trabajo que surgieron tras la primera Revolución Industrial. Históricamente, decimos que la productividad y el nivel de vida han aumentado gracias a la continua especialización del trabajo y a la sustitución de las tareas más tediosas y rutinarias por máquinas. Así, la mano de obra altamente cualificada en cada nivel de las cadenas de suministro que trabajan a través de procesos automatizados, permite una producción oportuna de bienes y servicios a niveles constantes y predefinidos por mayor calidad y cantidad.

Continuando en la misma línea de los acontecimientos, gracias al invento de la máquina de vapor y, posteriormente, de la automatización generalizada, la producción de los bienes superó los estándares comunes de productividad. En contraste con los temores que manifiestan las sociedades a día de hoy, la ola de automatización que llegó con la primera y la segunda revolución industrial durante el siglo XIX y principios del XX, respectivamente, condujo a un auge en la demanda de mano de obra poco o nada cualificada, lo que suscitó la preocupación por el carácter degradante del cambio tecnológico.

Con el avance de la automatización del trabajo, se empezó a exigir a los trabajadores a realizar tareas cada vez más repetitivas y a gran velocidad, con lo cual este enfoque taylorista de la organización del trabajo creó en su momento una gran tensión entre el colectivo de los trabajadores que cada vez eran menos receptivos y capaces de identificarse con el resultado final de su trabajo. Por ello, en torno al año 1960 empezaron a surgir movimientos sociales que exigían un trabajo menos denigrante y mejores condiciones laborales para los trabajadores, incluidas las subidas salariales. Así, a medida que las sociedades se fueron educando, e implícitamente los trabajadores, el cambio tecnológico fue reconduciendo su rumbo hacia la tercera revolución industrial, basada esta vez en la introducción de los ordenadores, aunque no es menos cierto que en los años setenta y siguientes, el cambio tecnológico se fue orientando hacia la alta cualificación y se caracterizó por un aumento paulatino en la demanda de trabajadores de media y alta cualificación a expensas de los menos cualificados y con niveles de estudios básicos.

El actual cambio tecnológico, que surgió con la aparición de la inteligencia artificial, también llegó para quedarse, pero en un momento en el que los beneficios aportados por la anterior ola de digitalización no han sido plenamente asimilados, pues todavía quedan aspectos que ni la sociedad ni el legislador han sabido o no han querido manejar y regular. Por ejemplo, a raíz de la anterior ola de digitalización, ya teníamos como tarea pendiente en nuestra sociedad la regulación de un derecho a la desconexión digital para que los trabajadores pudiesen conciliar su vida laboral, social y familiar o, incluso a día de hoy, cuando existen normas sobre el trabajo a distancia y el teletrabajo, todavía no se ha centrado el Estado en la importancia de legislar los aspectos relacionados con la prevención de riesgos laborales en relación a estas nuevas formas de organización del trabajo. En consecuencia, aumenta la preocupación acerca de la salud e integridad física y moral de los trabajadores, sobre todo con la llegada de nuevas tecnologías y, en concreto de la IA, pues no cabe duda de que su uso presente y futuro entraña riesgos emergentes desconocidos para todos.

Otra de las cuestiones merecedoras de un debate es el desempleo, ya que, como se ha comprobado de las anteriores olas de cambio, en períodos de estancamiento productivo, el aumento de la productividad laboral inducido por la aparición de nuevas tecnologías conduce necesariamente a una disminución en la demanda de mano de obra y a la consiguiente destrucción de puestos de trabajo; entre otros argumentos, porque estos cambios en la forma de organizar el trabajo casi que tienen como vía de salida natural la precarización de las condiciones de trabajo y los recortes salariales, aún más cuando se trata de un país que padece un problema de desempleo estructural.

Es sabido que cualquier trabajo es un proceso constituido por un conjunto de tareas y si algunas de las tareas se automatizan, los perfiles profesionales, generalmente, requieren nuevos cambios, ya que el proceso puede añadir nuevas tareas o modificar las existentes. En cualquier caso, es probable que, incluso habiendo automatizado los procesos de trabajo, las tareas realizadas por los trabajadores no desaparezcan por completo, puesto que las tecnologías son, al fin y al cabo, máquinas y las máquinas las diseñan, fabrican y controlan los humanos. Pero ¿qué pasa cuando los cambios no constan solamente de las denominadas TIC (tecnologías de la información y de las comunicaciones) que en cierto modo ya venimos manejando, sino que implican algo más? Pues bien, a lo largo del tiempo el desarrollo de la inteligencia artificial ha sido marcado por tres tendencias interrelacionadas entre sí: en primer lugar, por la existencia de inmensas bases de datos disponibles en las grandes corporaciones; por el auge del potencial informático y, por último, por el aumento en la inversión del capital de riesgo para financiar proyectos tecnológicos innovadores (los I+D+i). Estos elementos han contribuido notablemente al desarrollo de nuevas aplicaciones en ámbitos en los que se creía que el ser humano tenía un valor añadido: por ejemplo, la toma de decisiones en tareas no mecánicas o la capacidad de hacer previsiones a corto, medio o largo plazo.

A pesar de que son varias las tareas que se han convertido en el punto diana de las aplicaciones a base de IA, nos interesa, en particular, resaltar las tareas de codificación (o, por su denominación en inglés, Classification tasks). Estas han sido entre las primeras aplicaciones basadas en inteligencia artificial que promovieron técnicas de reconocimiento de imágenes y textos, especialmente el reconocimiento facial, para reaparecer más tarde con fuertes retoques de diseño y funcionamiento en forma de aplicaciones médicas (como por ejemplo establecer un diagnóstico para los pacientes a través de imágenes de rayos X) o de servicios jurídicos (por ejemplo: la clasificación de documentos legales), amenazando también al sector servicios que se pensaba, era menos peligroso en cuanto a la tasa de sustitución de los trabajadores por máquinas.

Por otra parte, tampoco podemos negar los beneficios que la aparición de la IA conlleva, puesto que promete mejorar considerablemente la productividad de los trabajadores. Así, sería más fácil detectar el fraude, por poner el ejemplo de los algoritmos de la ITSS, ya que la IA maneja una importante cantidad de información y tiene esa capacidad de analizar grandes cantidades de datos no estructurados e identificar los documentos relevantes de manera más rápida y eficiente que la revisión manual efectuada por los inspectores de trabajo.

En definitiva, cuando las relaciones laborales cambian (ya sean de naturaleza pública o privada), cambian también las reglas del juego y surge la necesidad de hablar de un nuevo marco regulador y del concepto de garantía. Por eso, la Comisión Europea se ha pronunciado recientemente al respecto, poniendo de manifiesto que, de cara al desarrollo cada vez mayor de la IA en el mercado de trabajo, los estados habrán de adoptar una estrategia basada en la regulación y en la inversión en inteligencia artificial y deberán abordar los riesgos vinculados a determinados usos de esta nueva tecnología. De entrada, en el Libro Blanco sobre la inteligencia artificial, la Comisión Europea15 ya adelanta la problemática emergente y advierte sobre una serie de peligros existente en el uso de la IA, entre los que encontramos las decisiones algorítmicas discriminatorias contra ciertos colectivos o la adopción de decisiones erróneas por parte de las aplicaciones debido a un mal diseño de los algoritmos; además de lanzar algunas ideas sobre la necesidad de establecer garantías para los que pudiesen verse afectados por un sistema de inteligencia artificial, sobre todo en el ámbito de los derecho fundamentales.

A modo de reflexión, quizá los poderes públicos deberían considerar primero las fuerzas que impulsan la implementación de sistemas de gestión asistida por IA con el fin de proporcionar una base para el establecimiento de directrices estratégicas e instrucciones de funcionamiento para la adopción de la IA dentro de la gestión pública. En la actualidad, las organizaciones que proporcionan bienes y servicios públicos a los ciudadanos se enfrentan a menudo a numerosos problemas que van desde el gran número de casos y largos plazos de tramitación de procedimientos, la escasez de personal a su servicio (como ha ocurrido el pasado 2020 con el colapso del Servicio Público de Empleo Estatal en España debido a la gran cantidad de solicitudes de expedientes de regulación temporal de empleo y la avalancha de ayudas públicas durante los primeros meses desde la declaración del estado de alarma; esto ocurrió, primero por la falta de preparación del personal al servicio de la Administración Pública en temas tecnológicos ya que las gestiones presenciales eran prácticamente imposibles de realizar y los trabajadores tuvieron que acogerse al teletrabajo y segundo, por el bajo porcentaje de funcionarios en comparación con el número de ciudadanos asignados), hasta impedimentos administrativos que encadenan al personal a un alto volumen de papeleo rutinario y repetitivo. Bajo este argumento, la implantación de sistemas basados en IA en el día a día de la gestión pública se ve como un enfoque merecedor de atención, pues podría resolver todos estos problemas en un futuro. Debido a este ambicioso objetivo, se plantea ahora la cuestión de qué posibilidades puede ofrecer la tecnología de IA para resolver los problemas urgentes del sector público. El mayor logro de la IA es su gran potencia de cálculo y almacenamiento, en constante crecimiento, y el consiguiente procesamiento preciso y rápido de grandes cantidades de datos e información. Así pues, las autoridades y organizaciones públicas deberían usar la IA, si no lo están haciendo ya, para mejorar la magnitud, velocidad y precisión del procesamiento de la información mediante el uso de algoritmos de aprendizaje automático o de software de gestión de conocimiento para proporcionar una asignación eficiente y sostenible de los recursos públicos y para que la información sea más fácil de obtener. y sostenible pudiendo quitarse carga de trabajo innecesario y dedicarse a administrar los asuntos de los ciudadanos con mayor rapidez y calidad, así como para facilitar el acceso de los usuarios a los servicios públicos. Además, la IA podría utilizarse para acelerar la presentación, el tratamiento, la resolución y el cierre de las solicitudes, acortando así la tramitación de los casos en el ámbito público. Otro de los ámbitos de alcance de la IA aplicada a la gestión pública sería su uso para hacer frente a la resolución de problemas específicos de los usuarios, pues la IA podría eximir a los empleados del extenso papeleo, liberando así tiempo y parte de sus capacidades para dedicarse a los asuntos complicados que requieren conocimientos más especializados o decisiones rápidas.

La adaptación de la tecnología a base de IA en la gestión de los recursos humanos y servicios públicos ofrece la posibilidad de rentabilizar el tiempo y ritmo de trabajo en las administraciones públicas, haciéndolas más eficaces y adaptables a una sociedad dinámica con necesidades y demandas diversas y cambiantes. A pesar de estas oportunidades para afrontar los retos actuales de la administración pública y como toda ventaja tiene su inconveniente, el empleo de la IA en la gestión pública se prevé tendrá un grave impacto en la convivencia e interacción social, poniendo en peligro la autonomía y la autorrealización del ser humano e incluso podría llegar a incurrir en todo tipo de imprudencias a la hora de realizar su trabajo.

Salud y asistencia sanitaria en España en tiempos de pandemia covid-19

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