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1. El azaroso viaje Tierra Adentro
ОглавлениеDe regreso a Azul, Salvaire realizó a mediados de octubre de 1875 un viaje apostólico por pedido del Arzobispo de Buenos Aires a las tolderías del cacique general Manuel Namuncurá en Salinas Grandes ‒más exactamente en el Valle de Chilhué, situado entre las actuales localidades pampeanas de Macachín y Padre Buodo‒ con el propósito de rescatar cautivos, convencer al cacique de la necesidad de fortalecer la paz con el gobierno nacional y ver las posibilidades de iniciar una misión estable. De este modo, Salvaire llevaría a efecto la obra de misericordia que por esos años ejercían, en el noroeste de la Pampa, el dominico Vicente Burela, y los franciscanos Marcos Donati y Moisés Álvarez con los cautivos residentes en Leubucó (Victorica) y Poitahué (Carro Quemado), territorios de los caciques Mariano Rosas y Manuel Baigorrita, respectivamente.
Inició el viaje en Olavarría el 20 de octubre de l875, acompañado de baqueanos y algunos indígenas amigos, entre ellos el reconocido diplomático salinero Trhaypí. El trayecto de ida y vuelta a las tolderías comprendía unos 750 kilómetros, transitando a caballo el famoso “camino de los chilenos”, que en su parte final se internaba en los pasos o boquetes de la Cordillera de los Andes. Además de la consabida tropilla de remuda, llevaba un carro de varas para transportar los comestibles, las carpas y los objetos necesarios para pagar el rescate de los cautivos.
Permaneció trece días en los toldos de Namuncurá; y al amanecer del 11 de noviembre emprendió el regreso. En esta ocasión lo hizo acompañado de un grupo de cautivos (entre nueve y once), cuya liberación había obtenido tras arduas y tensas negociaciones, y no sin haberse endeudado en una importante suma de dinero y regalos; una comitiva de diplomáticos, para quienes debía gestionar entrevistas con el Arzobispo Aneiros, el Ministro de la Guerra y el mismo Presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda; y un sobrino adolescente de Namuncurá, Amaro, que este enviaba a monseñor Aneiros para que se encargara de su educación en un colegio de la capital. Y sin mayores novedades, pisó felizmente de nuevo Azul el 22 de noviembre, antes del anochecer.
Días después, tras reparador descanso, emprendió acompañado de los cautivos y diplomáticos indígenas viaje a Buenos Aires, en diligencia hasta Las Flores, y desde allí, en tren con destino a la Estación Constitución. No bien llegó, la prensa porteña se hizo eco de la excursión, destacando el significado humanitario de la misma, a la par que el coraje del joven misionero y los peligros a los que quedó expuesto. “El Católico Argentino”, bajo el título “La Misión del Padre Salvaire a los Toldos de Namuncurá”, le dedicó una extensa nota, fruto de una entrevista personal, que el cronista comienza así:
“Este venerable misionero con quien hemos tenido el gusto de hablar, se encuentra en esta ciudad hace algunos días, de regreso de su expedición al campamento de los indios, habiendo obtenido la libertad de nueve cautivos que le acompañan. Grandes fueron los peligros que tuvo que sufrir, pues su vida se ha visto seriamente amenazada al llegar el 1 de noviembre a los toldos de Namuncurá, después de 11 días de penosísimo viaje a caballo”. [Y luego de referir los acontecimientos que presagiaron la posibilidad del asesinato, el periodista agrega, para concluir la nota:] “centenares de afligidos cristianos gimen todavía en la más odiosa cautividad, y es sobremanera doloroso que para libertar a cada uno de ellos haya precisión de ofrecer 20 a 30.000 $. En su viaje a ésta acompañaron al venerable misionero dos capitanejos, y un intérprete, que vienen comisionados por el Cacique [Namuncurá] para devolver al Señor Arzobispo la visita que en su nombre le hizo el Rdo. Padre Salvaire y manifestar al Gobierno los buenos deseos que les animan de vivir en paz con los cristianos”27.