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Capítulo 6

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LIZA SE dirigía al Dorchester junto a Henry y Fausto en un estado de aturdimiento. Aquello era lo último que había esperado. ¡Lo último! Que Fausto se presentara de golpe en su oficina y salieran luego a tomar un té juntos… no sabía si era el colmo de sus sueños o de sus pesadillas.

Ciertamente Fausto había ocupado demasiado sus pensamientos a lo largo de aquellas dos últimas semanas. Había intentado no pensar en absoluto en él, pero había sido inútil.

Aun así, se las había arreglado para convencerse de que la naturaleza de aquel beso había sido simplemente física, nada más. Algo puramente animal por ambas partes. O al menos había creído estar convencida de ello hasta que vio a Fausto entrar por la puerta.

En aquel momento, mirándolo de reojo mientras se dirigían al Dorchester, no pudo menos que evocar la dureza de su pecho, la calidez y suavidad de sus labios… Todo en él la hacía sentirse vibrante de vida. Dos semanas de autodisciplina acababan de salir volando por la ventana.

Henry estaba charlando con Fausto, lo cual le ponía más fácil quedarse atrás sin decir nada. Se quedaría con ellos una hora, no más, y luego se disculparía. Después de aquello, ya nunca tendría que volver a ver a Fausto Danti. ¿Pero por qué aquella perspectiva la deprimía tanto? Llegaron al hotel y un camarero de etiqueta los guio hasta un saloncito privado contiguo al comedor, con un lujoso servicio de té ya dispuesto. Tomó asiento mientras se esforzaba por dominar sus nervios. Tenía la sensación de que la siguiente hora iba a resultarle insoportable

–Fausto dirige Danti Inversiones desde Milán –le explicó Henry mientras el camarero volvía con una tetera.

Liza miró a Fausto sin saber muy bien cómo comportarse. ¿Pretendería fingir que no se conocían? ¿Por qué ese pensamiento le dolía tanto?

–Liza y yo nos conocimos hace unas semanas –explicó de pronto Fausto con tono suave, como respondiendo a su tácita pregunta–. En una fiesta. Me dio una paliza al ajedrez.

–Yo pensaba en que habíamos quedado en que no –replicó ella en un impulso, arrancándole una leve sonrisa.

–Es lo que fue. Pero todavía me debes la revancha.

Se lo quedó mirando confusa, sin saber si estaba flirteando o no. Su tono era tan desenfadado y su expresión tan agradable… Pero no podía ser. Debía de estar malinterpretando las señales, una vez más.

–Si no te hubieras marchado tan pronto, quizá la habríamos jugado.

–Por desgracia, no tuve otra opción.

¿Qué se suponía que quería decir eso? Desconcertada, alzó su taza mientras Henry los miraba divertido.

–Es maravilloso que os conozcáis, no tenía ni idea. ¿Un sándwich, Liza?

Liza mordisqueó un sándwich de pepino mientras Henry y Fausto se ponían a hablar de sus cosas, agradecida de no tener que contribuir a la conversación. Pero justamente en aquel momento su jefe se volvió hacia ella con una sonrisa.

–¿Has estado alguna vez en Italia, Liza?

–Me temo que no –no había estado en ninguna parte –su infancia había sido la de una feliz familia numerosa, pero el dinero nunca había sobrado, menos aún para viajar–. En realidad nunca he salido del país. Nunca he tenido ni el dinero ni la oportunidad, pero tampoco me ha importado demasiado. Siempre he llevado una vida muy tranquila, la verdad.

–Quizá eso cambie algún día –sugirió Henry y ella esbozó una débil sonrisa.

–Quizá –se permitió mirar la inescrutable expresión de Fausto–, aunque lo dudo.

Afortunadamente, la conversación continuó por otros derroteros. Finalmente, al cabo de una hora, Liza se levantó para disculparse.

–Te agradezco mucho la invitación, Henry, pero Jenna y yo tenemos planes para esta noche y de verdad que tengo que irme. Gracias –miró rápidamente a Fausto–. Un placer volver a verte.

Apenas oyó su murmullo de réplica antes de abandonar apresuradamente el reservado. Un suspiro de alivio escapó de sus labios tan pronto como cerró la puerta a su espalda.

Cuando volvió a su apartamento, encontró a Jenna ya vestida para salir.

–Ponte los zapatos de bailar –le dijo, alegre–. Hemos quedado con Chaz en un bar nuevo del Soho, con música en vivo.

–¿Hemos?

–Sí, porque quiero que nos acompañes. Te he visto un poco deprimida estas dos últimas semanas. Ya es hora de que te diviertas un poco.

–Yo no he estado deprimida –al menos pensaba que lo había disimulado mejor.

Su hermana insistió y, reacia, Liza fue a cambiarse. Dudaba que Fausto estuviera allí: era un consuelo. No le había mencionado nada al respecto durante el té y le había confesado lo poco que había estado viendo a Chaz, así como lo muy ocupado que había estado con su trabajo. En ese frente, al menos, estaba a salvo.

El bar vibraba de gente y de música cuando entró Fausto, cegado por las fuertes luces de neón de un lugar que resultaba demasiado moderno para su propio gusto. No había querido acompañar a Chaz, pero su amigo había insistido tanto después de ver cómo se estaba matando a trabajar que, finalmente, había terminado por ceder.

El hecho de que Liza hubiera mencionado que tenía planes para aquella noche con su hermana, lo que significaba que muy bien pudiera encontrarse ella también allí, no había tenido que ver con su decisión, por supuesto. Se obligó a no buscarla con la mirada mientras se acercaba a la barra y pedía un whisky doble. El té que había tomado con Henry y con Liza había resultado tan insoportable como estimulante.

Se había esforzado todo lo posible por no mirarla y, sin embargo, su mirada se había disparado hacia ella una y otra vez, como una mariposa atraída por una llama. Con su melena recogida en un moño, no había podido evitar admirar la esbeltez y delicadeza de su cuello. Como tampoco imaginarse lo que sería besar aquella nuca…

De alguna manera, había sido incapaz de mantener el hilo de la conversación con Henry. La hora se le había hecho insoportable y, sin embargo, cuando ella se marchó apresurada, había experimentado una profunda sensación de decepción y frustración. Anhelaba arreglar las cosas entre ellos, pero no sabía cómo. Quizá esa noche, si la veía, se le presentara la oportunidad.

–¡Danti! –Chaz le dio una fuerte palmada en el hombro–. ¡Qué bien verte por aquí!

–Pareces muy contento –observó Fausto mientras se apoyaba en la barra y bebía un sorbo de su copa.

–¡Lo estoy! ¿Te acuerdas de Jenna? –le presentó a la hermana de Liza, que le sonrió cortés.

–Claro que sí.

–Jenna me ha dado la brillante idea de celebrar un baile de Navidad en Netherhall al estilo dickensiano, con disfraces y todo. ¿No sería fantástico? Asistirás, ¿verdad? Voy a invitar a todo el mundo, incluida la familia de Jenna.

–¿Toda? –Fausto miró a Jenna, que se ruborizó. La mujer se estaba infiltrando descaradamente en el círculo de Chaz.

–Invitaré también a la tuya –declaró Chaz–. ¿Qué me dices de esa encantadora hermana tuya, Francesca?

–Está en Italia –le informó fríamente.

–Podría tomar un avión…

–Lo dudo.

–Bueno, al menos tú sí asistirás –insistió su amigo.

Fausto asintió con la cabeza, tenso. No sería tan grosero como para negarse aunque se sentía tentado de hacerlo, sobre todo si iba a tener que lidiar con los otros miembros de la familia Benton. Su amigo volvió a darle una palmadita en la espalda antes de alejarse de nuevo con Jenna, dejándolo solo en la barra.

Barrió lentamente a la multitud con la mirada, buscando involuntariamente a Liza. Engañarse carecía de sentido: deseaba verla. El estómago le dio un repentino vuelco cuando la descubrió al fondo del bar, sentada en un taburete. Tenía la cabeza ladeada, con la melena suelta y un brillo de alegría en los ojos mientras charlaba animadamente con alguien. Necesitaba saber con quién, así que estiró el cuello para distinguir a su interlocutor y se quedó helado al reconocer al tipo en cuestión. ¿Jack Wickley? ¿Qué diablos estaba haciendo aquel granuja allí? ¿Y por qué estaba hablando con Liza?

Cerró los dedos con fuerza sobre su vaso y apuró el resto de su whisky. En aquel momento no podía acercarse a Liza. Al menos sin que corriera el riesgo de pegar al tipo… Se volvió hacia el camarero y pidió otro whisky doble.

Transcurrió una interminable hora durante la cual Liza continuó hablando con Wickley hasta que abandonó su rincón y se acercó hasta la barra con su copa de vino vacía. Fausto, que había estado siguiendo todos sus movimientos, advirtió el instante exacto en que lo descubrió: sus ojos se abrieron mucho y pareció vacilar antes de seguir adelante. Vio que se apoyaba en la barra, cerca de él pero evitando mirarlo.

Una mezcla de indignación e incredulidad lo barrió por dentro. ¿En serio iba a ignorarlo?

–Supuse que estarías aquí esta noche –le confesó. Vio que asentía sin más con la cabeza, todavía rehuyendo su mirada–. ¿Te lo estás pasando bien?

–Pues sí –respondió con tono desdeñoso, volviéndose por fin hacia él.

¿Por qué lo estaba mirando de aquella forma, como si lo aborreciera? Aquella tarde se había mostrado un tanto incisiva con él, pero no lo había mirado así.

–Bueno, me alegro de verte. Adiós –recogió su copa y se despidió con tono rotundo.

–Quería hablar contigo.

–¿De qué, exactamente? –le preguntó ella, arqueando las cejas.

–Del beso. No debería haber sucedido.

–Ya.

–Confío en que podremos olvidarlo.

–Yo ya lo he hecho –replicó con ácida sonrisa.

Y, dicho eso, volvió con Jack Wickley, que la esperaba con una engreída sonrisa. Fausto juró por lo bajo. Desde el momento en que puso por primera vez los ojos en Liza no había vuelto a ser él mismo: había actuado a impulsos, había dicho y hecho cosas de las que no dejaba de arrepentirse. Se había comportado de la misma manera que lo había hecho con Amy, o incluso peor, algo absolutamente desastroso. Pero ya estaba bien. Por el bien de su familia y de su propio orgullo, para no hablar de su cordura, había llegado el momento de olvidar definitivamente a Liza Benton.

E-Pack Bianca septiembre 2021

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