Читать книгу E-Pack Bianca septiembre 2021 - Kate Hewitt - Страница 12
Capítulo 8
ОглавлениеLIZA VIO que su madre miraba a Fausto con descarada curiosidad e intentó no salir corriendo. No supo decir si Fausto se sentía divertido o disgustado por el descarado escrutinio de su madre.
Varias copas de vino caliente y generosas raciones de aperitivos no habían ayudado precisamente a solucionar la cuestión de su vestido. Parecía como si su madre solo tuviera que respirar una vez para hacerlo reventar.
–He conocido a mucha gente interesante aquí –confesó mientras se abanicaba el colorado rostro–. ¡Tantos famosos de las revistas del corazón! ¿Lee usted las revistas del corazón?
–No.
–Pues debería. Si lo hiciera, ¡reconocería a tanta gente! Lindsay me dijo que han venido algunos youtubers, pero no sé si creérmelo. Hay hasta gente con títulos… ¡títulos de la nobleza! ¡Es absolutamente increíble!
Liza deseaba poder encontrar alguna manera de alejar a su madre de Fausto, o al menos conseguir que dejara de hablar tan alto.
–Debo decir también –continuó Yvonne, despreocupada–, que creo que las cosas están evolucionando de manera muy prometedora para Jenna y para Chaz. ¡Muy prometedora!
–Mamá… –lo último que quería Liza era que su madre se pusiera a hablar de campanas de boda. Temía imaginar lo que Fausto pensaría al respecto. No sirvió de nada la punzante mirada que le lanzó.
–Llevan ya meses muy encandilados, ¿verdad? Y, que no lo sepa nadie –una petición ridícula dado lo alto que estaba hablando–, pero el otro día sorprendí a Jenna ojeando catálogos de novias…
–¡Mamá! –Liza sacudió la cabeza. Estaba segura de que Jenna no había hecho tal cosa, pero aunque así hubiera sido, tampoco habría querido proclamarlo a los cuatro vientos.
–¿Dónde está papá? –quiso saber Liza. Seguro que su padre pondría coto a las parrafadas de su mujer. Sabía que las intenciones de su madre eran buenas, pero la conversación estaba resultando humillante.
–Está bailando con Marie –respondió Yvonne–. Ha conseguido sacarla, pero tiene una cara que parece como si se hubiera comido un limón. ¿Por qué no puede divertirse como Lindsay?
Eso hizo que los tres se volvieran para mirar a Lindsay, que bailaba con los brazos en alto como si estuviera en una rave, derramando champán sobre cualquiera que se acercara demasiado.
–Parece que su hija se lo está pasando muy bien –comentó Fausto.
–Eso es algo que siempre ha sabido hacer.
–No lo dudo.
De repente Liza no pudo soportarlo más. Odiaba que su familia estuviera haciendo el ridículo de aquella forma, pero todavía más que le importara tanto. Odiaba que Fausto las estuviera mirando de aquella forma. Y se odiaba a sí misma por el hecho de que la afectara tanto algo que nunca antes le había importado.
–Voy a salir a respirar un poco de aire –dijo y empezó a abrirse paso entre la multitud.
El vestíbulo estaba tan lleno de gente como el salón de baile y se metió en la única habitación que le resultaba ciertamente familiar: el despacho. Estaba sumido en la penumbra, con el tablero de ajedrez al lado de la chimenea apagada. Pensó que allí podría serenarse, pero no fue así, porque en cuanto miró aquel tablero… solo pudo pensar en Fausto. En Fausto besándola con tórrida pasión…
Se apartó del tablero para acercarse al ventanal, que en realidad era una puerta que llevaba a la terraza que rodeaba la parte posterior de la casa. Accionó el picaporte y salió para disfrutar de la noche fría y despejada. Alzó la cabeza para contemplar la luna, en un cielo lleno de estrellas. Desde allí podía escuchar el leve rumor de la música, de las risas y las conversaciones, afortunadamente lejanas. Ansiaba estar sola. Lágrimas de humillación le quemaban los ojos.
¿Por qué estaba llorando? ¿Por el parloteo de su madre, por la manera de bailar de Lindsay? ¿O por la mirada que les había lanzado Fausto, juzgándolas en silencio? O quizá estuviera llorando por ella misma, porque se sentía avergonzada a la vez que desleal. Adoraba a su familia. Es verdad que podían llegar a ser algo exageradas, chabacanas. Eso era algo que siempre había sabido, pero se divertían. ¿Tan malo era eso?. Y toda la culpa era de Fausto…
–Liza.
Su voz, un sordo retumbo en la oscuridad, la sobresaltó. Llegó a preguntarse si se la habría imaginado. Pero no, porque cuando se volvió lo vio dirigirse hacia ella desde la puerta del despacho: una oscura figura de frac, con la luz de la luna bañando sus hermosos rasgos.
–¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.
–Te seguí.
–Vine para estar sola –se dio rápidamente la vuelta para quedarse mirando el jardín en sombras.
–Estás temblando.
Era verdad, porque hacía frío y llevaba los brazos desnudos, pero no se molestó en contestar. Se sentía demasiado confusa y aturdida para formular una respuesta coherente.
Entonces escuchó sus pasos y sintió el calor de su chaqueta en la espalda. Fausto apoyó las manos sobre sus hombros, tal y como había hecho antes, y una corriente de anhelo la atravesó de parte a parte.
–No necesitabas hacerlo –le dijo en voz baja y él dejó caer las manos al tiempo que retrocedía un paso.
–Te estabas congelando.
–¿A qué has venido realmente, Fausto?
Era una pregunta que no podía responder. ¿Por qué la había seguido hasta allí? Ni él mismo lo sabía.
–Quería hablar contigo –dijo al fin.
–¿Sobre qué? ¿Sobre mi ridícula madre? ¿Sobre mi extravagante hermana? ¿O sobre tus sospechas acerca de que Jenna es una especie de cazafortunas? Quizá me consideras a mí otra –se encogió de hombros, impaciente–. Oh, no importa. No quiero hablar contigo.
–Yo no he dicho una sola palabra en contra de tu familia.
–¡No necesitabas hacerlo! Te vi arrugando tu aristocrática nariz. Nos consideras a todas seres tan inferiores a ti…
Fausto cerró los puños en un esfuerzo por reprimir su frustración. Tal vez no supiera bien por qué había ido a buscarla, pero desde luego no había sido para hablar de la familia Benton.
–Admito que encuentro el comportamiento de algunos de los miembros de tu familia un tanto… –se interrumpió, intentando ser honesto pero no ofensivo–, cuestionable. Pero eso no tiene nada que ver con mis sentimientos hacia ti.
–¿Ah, sí? ¿Y qué sentimientos son esos?
La pregunta pareció quedar suspendida en el aire, sin respuesta… porque no podía responderla. No tenía sentimiento alguno hacia ella, al menos ninguno que quisiera admitir en voz alta. Ciertamente, mientras estuvieron bailando, no había podido menos que reconocer que sentía algo, contra su voluntad. Pero una relación entre ellos seguía siendo imposible y, aunque una parte de su ser anhelaba tener una aventura con ella, nunca se rebajaría a pedirle tal cosa.
–¿Y bien? –insistió ella antes de lanzar una triste carcajada–. ¿Por qué no me sorprende que no vayas a responderme, o que ni siquiera puedas? ¡Porque no puedes soportar admitir que yo pueda gustarte algo, o que me encuentres mínimamente atractiva!
–Yo…
–Desde el momento en que me conociste, luchaste contra cualquier sentimiento que pudieras tener hacia mí, aunque solamente se tratara de una atracción física. Bueno, pues ya puedes descansar tranquilo, Fausto Danti. ¡Porque yo no albergo absolutamente ningún sentimiento hacia ti!
Se despojó de la chaqueta para arrojársela. Él la recogió, pero en seguida se sorprendió a sí mismo tomándola de los brazos y acercándola hacia sí.
–No… –protestó desesperada, con lágrimas en los ojos.
–¿Seguro que no me deseas? –le preguntó él en voz baja y, con un gemido de rendición, ella se puso de puntillas y lo besó en los labios. El shock de aquel beso fue como si hubiera caído rodando por una colina abajo.
Soltando la chaqueta, la envolvió en sus brazos y la apretó contra su pecho. Podía sentir sus senos presionados contra su torso, su cuerpo tembloroso y esbelto pegado al suyo. Su boca se abrió y la besó con pasión. Una vez más el mundo pareció evaporarse a su alrededor. Las estrellas parecieron brillar con inusitada intensidad con aquel beso que le hizo perder el sentido, abrasando su cuerpo.
Pero entonces Liza se apartó con un jadeo.
–¡No! No… no me beses así cuando… ¡No vuelvas a besarme!
–Liza…
Pero era demasiado tarde. Ya se estaba alejando, dando traspiés, entrando de nuevo en la casa. Fausto se quedó donde estaba, paralizado, mientras se esforzaba por tranquilizar su acelerado corazón. ¿Qué había sucedido? Bueno, había besado a Liza Benton… ¡pero luego ella lo había rechazado! Sacudió la cabeza, incrédulo. Por supuesto que sabía que no debería haberla besado. Y no importaba que ella lo hubiera besado primero.
Maldijo para sus adentros. No podía quitarse a aquella mujer de la cabeza. Pero tenía que hacerlo: eso era obvio. ¡Y ella, obviamente, quería que lo hiciera! Sacudiendo de nuevo la cabeza, entró lentamente en la casa.
En el salón de baile, la fiesta seguía en su apogeo. Esbozó una mueca cuando descubrió a Lindsay Benton, que no había dejado de beber, contorsionándose junto al cuarteto de cuerda. Por lo que a él se refería, la diversión había terminado. Buscó a Chaz con la mirada y lo descubrió junto a la mesa del bufé. Hacia allí se dirigió, decidido a presentarle sus disculpas.
–¡Danti! ¿Dónde te habías metido?
–Por ahí… Pero me marcho ahora mismo.
–¿Qué? Oh, no, viejo amigo, no puedes hacer eso. Ni siquiera son las once.
–Estoy cansado.
–Antes dime una cosa –le pidió Chaz, pasándole un brazo por los hombros–. ¿Qué piensas de Jenna? Ya sabes lo mucho que valoro tu opinión.
Fausto dudó, consciente de que no estaba para nada de humor para una conversación como aquella. Y, sin embargo, no pudo menos que pensar en Jenna ojeando catálogos de novias y mostrándose al mismo tiempo tan recatada y contenida con Chaz. Y en el reprochable comportamiento de Lindsay, el beso de abandono de Liza… para no hablar de su experiencia con Amy: la manera en que había aceptado aquel cheque, la triste sonrisa que le lanzó mientras se marchaba…
Todas aquellas imágenes se anudaron y entremezclaron en su mente, acompañadas de una aguda opresión en el pecho.
–Albergo ciertos recelos –le espetó.
–¿Estás hablando en serio? –Chaz lo miró desanimado.
–Sí. Recelos muy serios. Sobre su familia. Seguro que a ti también te pasa.
–A mí no me importa su familia…
–Y también sobre ella –estaba siendo sincero. Le habían engañado una vez. No dejaría que lo mismo le sucediera a su amigo–. ¿Estás seguro de que ella siente lo mismo por ti? Porque a juzgar por lo que he visto, ella no parece muy… entusiasmada.
–¿De veras piensas eso? –Chaz lo miraba como si acabara de recibir una paliza y Fausto no pudo evitar sentir una punzada de remordimiento. Pero era cierto, razonó. No había visto en Jenna Benton nada que lo moviera a pensar que estaba locamente enamorada de Chaz, o al menos tanto como él lo estaba de ella. Eran demasiadas las señales que indicaban precisamente lo contrario–. Creo que necesitas pensártelo todo muy bien antes. Ella podría significar para ti simplemente la emoción de la persecución, o del momento… Para no hablar de todos los beneficios que tú podrías proporcionarle –quiso pronunciar las palabras con cuidado, pese a que una parte de su ser habría preferido callarse sin más–. Porque, al final, ¿estás completamente seguro de que ella te quiere realmente a ti, Chaz Bingham, y no todo lo que tú podrías ofrecerle?
Las palabras parecieron reverberar entre ellos mientras Chaz lo miraba con expresión desgraciada.
–Yo… hasta ahora nunca lo había visto de esta manera.
–Entonces quizá deberías hacerlo –repuso Fausto antes de darle una palmadita en el hombro y alejarse, mientras se preguntaba si no acababa de hacerle a su amigo el mayor favor del mundo… o la mayor traición de todas.