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El MOVIMIENTO NUTRITIVO y
las enfermedades asociadas al cautiverio
ОглавлениеVemos para movernos y nos movemos para ver.
WILLIAM GIBSON
En cierta ocasión, en mi época universitaria, me pasé un día entero sin comer. No es que hubiese planeado ayunar ni nada por el estilo; simplemente tenía que entregar un trabajo de cien páginas el lunes siguiente y empecé a mecanografiarlo el viernes anterior. Estuve trabajando sin interrupción durante veinte horas, y no fue hasta que caí exhausta en la cama al día siguiente cuando me di cuenta de que no había comido ni bebido absolutamente nada en todo ese tiempo. Ese día, apenas noté la falta de alimento, pero a la mañana siguiente mi organismo ya me estaba enviando señales urgentes que decían a gritos: «NECESITAS COMER».
Estoy segura de que la mayoría de vosotros habréis tenido también alguna experiencia parecida en la que os habéis saltado las comidas programadas habituales debido a que teníais que hacer algún viaje, por los niños, por la escuela o por cualquier otra cosa de la que, simplemente, teníais que ocuparos. Puede que en tu caso incluso hayas ayunado voluntariamente durante un cierto tiempo. Con independencia de cuál sea la causa, la respuesta física que normalmente se produce tras un periodo de abstinencia en el que no se ingiere ningún alimento es el hambre. Lo cual tiene todo el sentido del mundo, ¿verdad? Comer es una exigencia fisiológica. Los alimentos –y más específicamente los nutrientes que en ellos se encuentran– no son opcionales.
Sin embargo, alimentarse de forma óptima puede suponer todo un reto. Digamos, por ejemplo, que yo misma elaboro la dieta más nutritiva que pueda haber en el mundo y que me aseguro de que incluya una cantidad adecuada de calorías (energía), de macronutrientes (grasas, proteínas e hidratos de carbono) y de micronutrientes (vitaminas, minerales, ácidos orgánicos y minerales traza), así como una cantidad suficiente de fibra. Además, ha de estar basada en productos frescos y estar desprovista de sustancias químicas nocivas.
Por fortuna, la mayoría de los que leáis este libro no estaréis pasando hambre ni tendréis problemas para comprar comida, así es que todos podríamos empezar a adoptar esta dieta saludable basando nuestra alimentación en este patrón. Sí, es posible que el bolsillo no nos dé para comprar todos los ingredientes recomendados, pero priorizando un poco, por lo común no tenemos problemas a la hora de conseguir los alimentos que queremos simplemente renunciando a los productos que no necesitamos.
No obstante, me apostaría algo a que la mayoría de la gente que lea este libro ya habrá intentado seguir alguna dieta nutricional mucho más detallada de la que he presentado aquí. Fijémonos, por ejemplo, en la expresión una cantidad adecuada de grasas. ¿A qué tipo de grasas se refiere? ¿Saturadas? ¿Monoinsaturadas? ¿Grasas trans? Y ¿qué hay de los omega 3? ¿Por qué no están en la lista los ácidos omega 3?
Seguro que ya te has dado cuenta de que cuando se trata de la dieta, los detalles y el contexto son importantes, y de que mi patrón básico, aunque es un buen punto de partida, no está completo. Tomemos ahora, por ejemplo, la expresión cantidad adecuada de calorías. Si nuestro organismo necesita 2.500 calorías al día para disponer de la energía necesaria, ¿habría algún problema si la obtenemos ingiriendo el equivalente en chocolatinas a esas 2.500 calorías? ¿Sería esto una «dieta adecuada»? Por supuesto que no, ¿verdad? ¿Y si tomásemos todos los días 2.500 calorías de naranjas frescas, traídas directamente de los campos de cultivo y no modificadas genéticamente? ¿Estaríamos sanos con una dieta así? ¿Y si tomásemos esas 2.500 calorías a partir de hígado de vaca todos los días? ¿Ya estaríamos sanos? Como vemos, una indicación válida en cuanto a la nutrición como «total de calorías» puede aplicarse erróneamente si no se añaden criterios más específicos y detallados.