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LOS NUTRIENTES DEL MOVIMIENTO
ОглавлениеTanto los alimentos como el movimiento crean una cascada de procesos bioquímicos que alteran nuestro estado fisiológico. La conversión de los aportes –las «entradas»– de movimiento en procesos bioquímicos se denomina mecanotransducción.
Permitidme –no sin antes pedir disculpas a aquellos que tengan una sólida formación en biología– que haga aquí una breve introducción a la organización del cuerpo humano. La manera en la que los académicos lo han organizado sobre el papel para facilitar su estudio es básicamente la siguiente: el cuerpo está compuesto de sistemas orgánicos, los cuales, a su vez, están formados por órganos. Estos están constituidos por tejidos, los cuales, por su parte, están hechos de células.
Pero en realidad nuestro organismo está constituido única y exclusivamente de células, las cuales están conectadas unas a otras mediante una matriz extracelular –una compleja red de polisacáridos y proteínas que aportan estructura y regulan todos los aspectos del comportamiento celular–. Cuando mueves lo que muy probablemente consideras como «tu cuerpo» –brazos, piernas, torso y cabeza–, no solo estás reorganizando aquellas estructuras más grandes y conspicuas como las extremidades o las vértebras, sino que también modificas las diminutas e invisibles estructuras celulares.
Siempre, el 100% del tiempo, estamos soportando cargas. La gravedad es una de las fuerzas a las que respondemos constantemente. Del mismo modo que nuestro cuerpo se vendría abajo y colapsaría si no tuviese huesos, los orgánulos presentes en las células no podrían responder a las fuerzas gravitacionales si el citoesqueleto no los sostuviese con firmeza en su sitio. Pero a pesar de que aquí, en la Tierra, la fuerza gravitacional es constante, las cargas producidas por la gravedad dependen en gran medida de la posición física –de la postura– que adoptemos con relación a dicha fuerza. Por ejemplo, la gravedad siempre está actuando sobre nuestros huesos, pero la carga que crea varía dependiendo de cómo estén alineados dichos huesos con respecto a la fuerza que ejerce sobre ellos. Pasar un mes en posición horizontal –algo muy común cuando hay que guardar reposo en cama– puede hacer disminuir tanto la masa muscular como la masa ósea. Ni la fuerza gravitacional ni los genes han variado, pero una posición diferente puede dar lugar a un cuerpo diferente.
UN POCO DE ANATOMÍA
La forma más fácil de visualizar una carga es imaginar una esponja sumergida dentro de un cubo de agua.
Para eliminar agua de la esponja podemos exprimirla (una carga de compresión) o tirar de sus extremos en direcciones opuestas (una carga de tensión).
También podemos retorcerla (una carga de torsión) o deslizar la parte superior de la esponja en relación con la parte inferior (una carga de cizalla).
Y la gravedad no es la única fuerza que genera una carga en nuestras células. Por decirlo de la forma más sencilla posible, una fuerza es básicamente lo que se produce al empujar un objeto o al tirar de él –al arrastrarlo–. En lo que respecta a nuestro organismo, muchos de los objetos que reciben estas fuerzas de empuje o de arrastre son precisamente las células de nuestros órganos sensoriales, lo que determina cómo nos sentimos en el medio que nos rodea. Al igual que el movimiento en sí, las presiones externas (como la interacción que se da entre el hueso, el músculo y la silla), las fricciones (como la que te produce ese par de zapatos nuevos al rozar contra tu piel) y las fuerzas de tracción (¿te acuerdas de esas poleas antiguas que usaban en los hospitales de las películas de los ochenta para mantener elevada la escayola cuando alguien se rompía una pierna esquiando?) producen también deformaciones celulares en el interior de nuestro organismo. El alargamiento y el acortamiento de los tejidos a gran escala, como los de los músculos, crean también fuerzas de empuje y de arrastre a una escala mucho menor –en las células–.
Normalmente no tenemos ningún problema para comprender que el cuerpo responde a los estímulos mecánicos: el oculista examina si tenemos la presión alta dentro del globo ocular para prevenir el posible daño que esto puede causarle al nervio óptico, estamos familiarizados con las úlceras causadas por presión que aparecen en aquellos individuos que tienen que estar sentados o tumbados continuamente sin poder cambiar mucho de postura o hablamos con soltura de aquel par de zapatos que nos causó ampollas al principio, o de cómo aquella vez que nos pusieron una escayola se nos debilitaron los músculos, lo que causó una diferencia muy notable entre ambas extremidades. Estos ejemplos nos resultan muy familiares y conocidos (o eso espero), pero normalmente no nos paramos a pensar en cómo se producen estos fenómenos. ¿Qué es exactamente lo que hace que el nervio óptico muera cuando se encuentra en un ambiente de presión elevada que da lugar al glaucoma? Actualmente, por fin se está investigando la mecanotransducción como la causa subyacente de muchas enfermedades. Las enfermedades de mecanotransducción son aquellas afecciones que se producen cuando un área celular (y, por lo tanto, tisular y, subiendo un nivel más, orgánica) se ve afectada negativamente por las condiciones mecánicas ambientales que creamos tanto directa como indirectamente.
SOBRE EL LENGUAJE Y LA TELEOLOGÍA
Teleología significa atribuir una finalidad o un propósito a un mecanismo fisiológico. Dado que el esqueleto, por ejemplo, se adapta en gran medida a nuestras decisiones respecto a lo que hacemos y cómo nos movemos, suponer que existe un patrón consciente o un diseño deliberado supone ignorar los procesos somáticos. Al escribir sobre el cuerpo nos resulta más sencillo decir que «la cadera está diseñada para soportar el peso del torso» que «una de las consecuencias de la orientación de la cadera y de la pelvis es que la cadera se ha vuelto lo suficientemente robusta como para soportar el peso del torso». Si en algún momento empleo la expresión diseñada es únicamente con la intención de no complicar en exceso el estilo de escritura y para que el texto sea fácil de entender. Tanto en el caso de que una alteración en particular sea de origen evolutivo como si es de origen somático (autoinducida), la noción de finalidad o propósito es un concepto que resulta muy discutible.
El movimiento, la posición y el estado de reposo de nuestro sistema musculoesquelético influyen enormemente en las condiciones mecánicas internas del organismo. A pesar de que concebimos el movimiento como algo que hacemos para entrenar el cuerpo y estar más en forma, la mayoría de la gente no se para a pensar cómo es que se produce esa «mejor forma». Bien, ahora ya lo sabes. Es precisamente mediante el proceso de la mecanotransducción como nuestra parte física se adecua (adapta su forma) a lo que experimentamos en el mundo físico.
O, dicho con más precisión, la expresión física que es nuestro cuerpo no es sino la suma total de las cargas que sufren nuestras células. Imagínate, por un momento, que estás en un bosque inmenso. El viento sopla por entre las copas de los árboles y tú miras hacia arriba para ver cómo estos se doblan hacia aquí y hacia allá. Algunos permanecen prácticamente inmóviles, mientras que otros se agitan mucho y se bambolean enérgicamente de un lado a otro. Cuánto y cómo se mueve un árbol en particular depende de la dirección e intensidad del viento y de cuánto tiempo esté soplando.
Es importante recordar que la carga no es el viento en sí, sino los efectos creados por él. La carga es el modo en que los árboles sienten físicamente el viento. Cada árbol siente el viento de una forma única y diferente en función de su altura, de su grosor, de su posición relativa respecto a los demás árboles (tal vez los efectos del viento se vean reducidos al estar rodeado de árboles más altos) y de muchos otros factores. Además, el árbol no siente los efectos del viento por igual en todas sus partes. Posiblemente las zonas que tengan muchas ramas notarán más sus efectos y el tronco se doblará más en esas partes, mientras que en otras zonas que no tengan ramas puede que el viento no tenga más efecto que una ligera presión en la corteza.
Estás acostumbrado a pensar en ti mismo como en un único gran cuerpo y no como la suma total de muchas partes diminutas. Cuando pensamos en cargas –especialmente cuando encontramos este término en un libro de ejercicios–, tendemos a equipararlas a las fuerzas que llevan asociadas –decimos cosas como: «Estuve cargando mucho peso», en lugar de pensar en cómo ese gran peso crea deformaciones (y cargas) únicas y específicas en un trillón de partes de nuestro organismo–. Un peso de diez kilos no es la carga; la carga es la experiencia que se produce al cargarlo.