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Prólogo

En 2013 fui reconocido por la Guinness World Records como la primera persona de la historia en circunnavegar el planeta utilizando medios de tracción humana –una forma muy elegante de decir que recorrí grandes masas de tierra a pie, en bicicleta y con patines en línea y que atravesé ríos, mares y océanos nadando, en kayak y en bote de remos–. Fue un viaje de 74.843 km que tardé trece años en completar. Un viaje que no solo definió mi identidad, sino que también me moldeó mucho más de lo que pudiera haber pensado inicialmente –tal y como descubrí después gracias a la única y particular visión de Katy–.

Hubo algo que aprendí rápidamente en cuanto comencé a alejarme pedaleando del meridiano de Greenwich hace ya tantos años, y es que no existen dos ambientes idénticos en la faz de la Tierra; cada promontorio, cada carretera, cada montaña y cada minuto que pasé cruzando la «misma» franja de desierto constituía para mí una experiencia totalmente nueva, tanto a nivel físico como a nivel mental.

Aunque ciertamente hubo muchas ocasiones en las que los obstáculos físicos parecían insuperables –el ataque de un cocodrilo, dos piernas rotas, malaria, mal de altura, septicemia y muchos otros problemas–, en última instancia fue la resistencia mental lo que hizo posible que cruzase la línea de meta. Para poder liberar mi cuerpo, físicamente, de la sociedad –de las normas, las suposiciones y las expectativas– fue necesario que de forma paralela se produjese también una liberación en mi mente.

Por aquel entonces no tenía experiencia alguna en esto de ser un «aventurero»; dirigía un negocio de limpieza de cristales. Antes de comenzar el viaje no realicé ningún tipo de entrenamiento, no tenía ninguna experiencia en el mar, jamás había sujetado con mis manos una pala de kayak ni me había puesto unos patines en los pies. Simplemente tomé la decisión de dar este salto de fe y dejar que mi organismo se adaptase a dicha decisión mental. Nuestro cuerpo puede realizar hazañas increíbles cuando la mente está dispuesta a cooperar.

Mi expedición fue considerada como un logro físico épico, razón por la cual muchas veces mis lectores no podían verse reflejados en mí tanto como les gustaría; pensaban que debía de poseer una fuerza física y mental excepcional, pero os aseguro que nada podría estar más lejos de la realidad. Yo no soy en absoluto diferente a los demás.

En cierta ocasión, mientras remaba en mi Moksha –mi pequeña embarcación–, tuve una profunda experiencia de algo que tan solo puedo describir como un samadhi.* Fue algo que me impactó mucho, pues hizo que no me quedase ni el más mínimo rastro de duda de que todos somos uno. No estamos separados de los demás seres humanos, de los animales ni de la naturaleza. Nuestra interconexión es absolutamente innegable. Con el paso de los años he ido conociendo a gente proveniente de muy distintos ámbitos y condiciones sociales, cada uno haciendo frente a sus propios retos físicos y mentales, y he constatado que, independientemente de que seamos budistas o bautistas, africanos o americanos, de que trabajemos como sepultureros o como dentistas, a pesar de la fatiga, de los traumas o de la pérdida de esperanza –y, a veces, de la total desesperación–, todos estamos haciendo lo mejor que podemos para adaptarnos a lo que sea que la vida ponga en nuestro camino, y después procuramos despertar y volver a recorrer la misma senda.

Para mí, abandonar las «comodidades» de la sociedad moderna de hoy en día y adaptarme a un modo de vida mucho más rudimentario –que por lo general giraba en torno a la supervivencia– resultó en realidad mucho más sencillo que estos últimos años que he pasado escribiendo mi libro. Ahora es muy frecuente que permanezca «aparcado» delante de la pantalla del ordenador durante muchas horas seguidas. Ahora ya no vivo del mismo modo que lo hicieron nuestros ancestros, directamente bajo el sol y la luna, sintiendo esa conexión primaria con la naturaleza que sin duda mejora nuestra calidad de vida, sino que mi existencia se desarrolla bajo luces artificiales y está envuelta por ese estrés constante al que tristemente ya todos nos hemos acostumbrado y que viene provocado por un aluvión constante de tecnología, de reuniones, de comidas a la carrera, de contaminación y tráfico –todo ello con la incesante cacofonía de ruido mental y ambiental que lo acompaña–.

Krishnamurti solía decir que «no es síntoma de buena salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma». Yo, para empezar, tengo la intención de seguir las enseñanzas de Katy –sin duda otra persona muy sabia– y de invitarte a que te embarques conmigo en este nuevo viaje para empezar a cambiar nuestra mentalidad y poner nuestro ADN en movimiento.

JASON LEWIS, 2014

* Samadhi es una palabra de origen sanscrito, es un término complejo lleno de matices. Su significado más popular es el que hace referencia a un estado de consciencia elevado en que una persona trasciende su ego individual y entra en comunión con su verdadera esencia o con lo Divino.

Mueve tu ADN

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