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EL MOVIMIENTO ACTIVO Y NUESTRA FALTA DE MOVIMIENTO
ОглавлениеAhora que ya eres todo un profesional de las cargas, hablaremos de cómo las cargas celulares constituyen una parte inherente al movimiento.
Mucha gente concibe su sistema musculoesquelético como una serie de palancas y poleas que hacen que el cuerpo se desplace por este mundo, pero en realidad están teniendo lugar muchas más cosas en el proceso:
1 Los músculos esqueléticos entran en acción cuando nos movemos.
2 La acción de los músculos al entrar en funcionamiento comprime las arteriolas (los vasos sanguíneos que parten directamente de las arterias) del organismo, haciendo de este modo que se abran, lo cual bombea sangre hacia las zonas del cuerpo que están realizando el trabajo.
3 Este desplazamiento de sangre a las zonas que ahora están activas hace que les llegue más oxígeno, aportándoles a las células la «gasolina» que necesitan y, al mismo tiempo, empuja hacia el exterior los desechos celulares que se están generando constantemente.
4 Las cargas creadas por el movimiento pueden desplazar o deformar tu cuerpo. Un ejemplo de desplazamiento sería la activación del grupo de los músculos del bíceps para rotar el antebrazo a la altura del codo cuando sujetamos una calabaza. El desplazamiento se produce cuando una parte (en este caso el hueso del brazo) no cambia de forma, sino que se mueve como un todo. Pero lo que ocurre es que el hueso que sostiene la calabaza en realidad no actúa simplemente como una palanca sólida o rígida, porque los huesos presentan cierta flexibilidad. A menos que seas un robot (vayan por delante mis disculpas a El hombre de los seis millones de dólares y a La mujer biónica), los tejidos de tu organismo –todos ellos– son en realidad blandos, lo que significa que al sostener una calabaza en los brazos también estamos creando pequeñas deformaciones –es decir, cambios en la forma original de sus tejidos–. Estos cambios de forma en los tejidos son en su mayoría microscópicos –la tracción o adherencia que un objeto ejerce sobre las manos al agarrarlo, el arrastre que produce la piel de la mano sobre los tejidos conectivos que hay justo debajo de ella o la minúscula curvatura del hueso del brazo que produce el peso de la calabaza son todos ellos ejemplos de cargas «invisibles» que no llaman tanto la atención como los desplazamientos pero que, no obstante, también provocan cambios en la experiencia a nivel celular–.
Para comprender mejor cómo la mecanotransducción influye en la forma final de nuestro cuerpo tenemos que empezar a pensar en lo más pequeño. La actividad que podemos ver a simple vista (el cambio de posición de los codos, las rodillas, los pies, las caderas, etc.) no es tan solo un indicador de cómo se mueve el cuerpo en su totalidad, sino que también nos aporta información sobre otros movimientos más sutiles que se producen en el sistema, en los tejidos y en las células que hay bajo la piel.
Llegados a este punto ya no debería resultarte complicado comprender cómo la falta de movimiento nos está asfixiando lentamente a nivel celular. Los movimientos que antes solían ser intrínsecos al mero hecho de vivir (léase: que tenían lugar durante todo el día) y las cargas celulares que solían producirse de forma habitual en el día a día ahora han sido transferidos a máquinas, a ordenadores o a otras personas que se mueven por nosotros. Actualmente no existe ningún modo artificial de recuperar físicamente la capacidad de torsión, ninguna forma de comprimir los efectos de cien horas semanales de «aplastamiento» celular en tan solo siete horas de ejercicio, ni tampoco hay disponible ninguna tecnología que sea lo suficientemente inteligente como para reemplazar a la naturaleza. Generalmente, se considera que la enfermedad significa que algo ha ido mal a nivel fisiológico. Yo afirmo que, en la mayoría de los casos, nuestra fisiología se limita a responder exactamente tal y como ha de hacerlo a los tipos de movimientos que realizamos. En lugar de pensar que hay algo que va mal en nosotros mismos (que tenemos alguna deficiencia intrínseca), deberíamos reconocer la falta de salud como una señal de que nuestro medio o nuestras circunstancias (mecánicas) son los que presentan alguna deficiencia.
«Pero espera un momento –te oigo decir–. Yo sí que hago ejercicio. ¿Qué pasa conmigo?». El paradigma que domina actualmente en el ámbito del ejercicio incluye la creencia de que cualquier ejercicio de cualquier tipo mejora la distribución de oxígeno en todos los tejidos, pero esto no es así en realidad. Cualquier tipo de movimiento mejora la circulación –es decir, el aporte de oxígeno y la retirada de productos de desecho– únicamente en los músculos que se están utilizando para realizar ese movimiento específico. Incluso en el caso de que seas un gran deportista –quizá montas en bici o sales a correr religiosamente– tan solo los músculos que usas para ese ejercicio específico reciben algún beneficio. Con el tiempo, el uso excesivo del cuerpo sobre la base de un patrón particular da lugar a tejidos fuertes situados junto a tejidos más débiles, lo que crea las condiciones favorables para que se vaya desarrollando una lesión lentamente.
Lo que pone en marcha e impulsa los procesos fisiológicos es el «consumo» frecuente de movimientos variados. El movimiento no es algo que sea tan opcional como hemos querido creer. Al igual que la falta de alimento (o, Dios no lo quiera, de oxígeno) da como resultado la aparición de una multitud de señales biológicas y fisiológicas, actualmente la gente vive en sus «cuerpo-casa» rodeada por doquier de gritos de alarma en forma de dolores y de enfermedades, pero no es consciente de cuál es el verdadero origen del problema. Hemos estado haciendo el movimiento equivalente a comer o a respirar por debajo de lo necesario, lo cual produce un gran impacto en nuestro organismo a todos los niveles, incluido el celular.
Por supuesto, la dieta, el estrés y los factores ambientales pueden alterar la expresión (el resultado final a nivel físico) de nuestro ADN, pero mi opinión profesional como experta en biomecánica es que, más que ningún otro factor, lo que más falta les hace a los seres humanos es el movimiento, a pesar de lo cual el grueso de la comunidad científica ha fallado a la hora de darle la importancia que se merece. En lo que respecta a las enfermedades, las condiciones mecánicas internas del cuerpo han sido las menos estudiadas y discutidas de todas –un descuido que resulta de lo más asombroso si tenemos en cuenta que todas las células corporales están equipadas con órganos especializados en detectar precisamente las condiciones mecánicas del medio–. Los kinesiólogos y las entidades dedicadas a la kinesiología –un campo académico que se supone que, por definición, estudia el movimiento humano– han sustituido el movimiento por el ejercicio físico y el deporte (hablaré más sobre este tema en el capítulo 3). Dentro del campo científico de la anatomía hemos creado una jerarquía de estructuras que implica que los sistemas nervioso y cardiovascular no solo quedan separados del sistema musculoesquelético, sino que además hace que asumamos que aquellos tienen un impacto mucho mayor sobre nuestra salud que este último.
Todas y cada una de las funciones que realiza nuestro organismo requiere de algún tipo de movimiento –el cual tiene su origen en el sistema musculoesquelético– para poder llevarse a cabo con soltura y facilidad. La digestión, la inmunidad, la reproducción: para todas estas funciones es necesario que nos movamos. Puedes alimentarte siguiendo la dieta perfecta, dormir ocho horas al día o usar solamente bicarbonato de sodio y vinagre para limpiar la casa, pero sin las cargas que aporta el movimiento natural, todos estos dignos esfuerzos se verán frustrados a nivel celular, y ese estado óptimo de salud y de bienestar al que quieres llegar continuará eludiéndote.
Como explicaré más adelante, el movimiento natural no tiene que ver únicamente con los músculos y con el ejercicio. Y –para complicarlo más aún– a veces ni siquiera tiene que ver con moverse, pues existen muchas cargas pasivas esenciales que simplemente provienen de la interacción con las fuerzas naturales terrestres. Pero permíteme que use una especie diferente para explicar lo que son las cargas esenciales (y las pasivas), ya que en ocasiones estamos tan cerca de nuestra propia experiencia cultural que no somos capaces de ver más allá de ella.