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De la sombra a la luz

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No fui consciente de la segunda definición de integridad hasta que conocí a una mujer increíble llamada Debbie Ford.

Quizá no estés familiarizado con la obra de Debbie, pero lo estarás cuando leas este libro. Transformó mi vida de tantas maneras que yo no sería quien soy hoy en día si no se hubiera cruzado en mi camino.

Antes de su fallecimiento por cáncer en 2013 a los cincuenta y siete años, Debbie fue una gran oradora y presentadora de radio, directora de talleres y fundadora del Instituto Ford, y como autora, apareció en la prestigiosa lista de los más vendidos de The New York Times. Pionera en el mundo del crecimiento personal, era conocida por su especialización en algo llamado «la sombra humana», es decir, esa parte de nosotros que consideramos inaceptable, nos causa vergüenza o sencillamente no queremos ser. Se encontraba a la vanguardia de la tendencia a llevar la luz de la conciencia a esas partes de nosotros que ocultamos en la oscuridad. En otras palabras, ayudaba a la gente a mirarse a sí misma y a su vida con otros ojos, para poder liberarse de la prisión de su pasado y de sus historias de carencia y limitación y crear la vida de sus sueños. Debbie también creó un programa transformador de vida llamado proceso de la sombra. Es un taller de fin de semana donde los participantes aprenden a aceptar todos los aspectos de su ser, a admitir tanto su yo más pequeño y más débil como su luz más fuerte y resplandeciente y a disfrutar del brillo de una autoaceptación y un amor hacia sí mismos como jamás habían sentido.

Antes de conocer a Debbie hice una gran cantidad de trabajo transformacional: leí libros y recité afirmaciones, asistí a talleres y escribí mantras en el espejo de mi cuarto de baño. Formé parte de ceremonias de renacimiento, sudé en saunas rituales, me sometí a una limpieza de aura dirigida por chamanes indios y fui a más videntes y astrólogos de los que quisiera admitir. ¡Buscaba a alguien que me arreglara o me diera respuestas! Aunque encontré toda clase de sabiduría, los cambios en mi vida seguían pareciéndome efímeros. Progresaba un poco y luego volvía a mis viejos hábitos. Cuando asistí por primera vez al taller proceso de la sombra, vi mi vida de una manera radicalmente distinta. En lugar de ser la víctima de mis experiencias pasadas, comencé a entender que todas ellas traían regalos consigo. Había sabiduría en las heridas acumuladas a lo largo del camino y podía usar todo lo que sucedía en mi vida, o dejar que me usara a mí.

No solo mis experiencias pasadas me traían regalos, sino también las partes de mí misma que siempre había considerado malas o imperfectas. Siempre sentí la presión de ser perfecta. Me pasé la vida entera esforzándome por ser inteligente, triunfadora, valiosa, creativa y divertida. Ni se me pasaba por la cabeza permitirme ser débil, dependiente, egoísta, vulnerable o estúpida. Nadie me querría si lo fuera. Había desconectado de todas esas partes de mí misma, que eran completamente humanas y naturales. En lugar de reconocerlas, seguía puliendo y perpetuando mi personalidad de niña buena, fuerte, independiente, controladora, perfeccionista y triunfadora.

Quizá estés pensando por qué querría estar en contacto con mi debilidad, mi dependencia, mi egoísmo y mi estupidez, ¿qué hay de malo en desconectarse de esos rasgos?

El problema es que cuando nos separamos de la totalidad de nuestro ser, nos quedamos paralizados, compensando exageradamente aquello de lo que creemos carecer, y nos convertimos en versiones extremas de ciertas características. Nos arriesgamos a convertirnos en caricaturas en lugar de seres humanos y completos. Puedes ver como esto sucede en toda la sociedad. Imagínate a quienes se vuelven adictos al trabajo. No tienen equilibrio. Les domina su necesidad de tener éxito y se han desconectado por completo de su capacidad para descansar o ser indolentes. En esta vida hay un momento para todo. Hay un momento para la debilidad, un momento para la pereza, un momento para la ira. Te enseñaré a acceder a la totalidad de tu ser y entender los regalos que cada parte puede aportar cuando se le permite emerger en el momento adecuado.

Como era una perfeccionista y una triunfadora, me movía impulsada únicamente por mi cabeza y separada de mi corazón. Para mí las cosas debían tener sentido. Tenían que quedar bien en teoría o vistas desde fuera. Por eso podía ignorar todas las señales que percibía sobre mi marido. Nuestro matrimonio tenía sentido. En teoría debería haber funcionado. No importaba cómo se sentía mi corazón ante sus evidentes muestras de desconsideración y ante nuestras incompatibilidades y conflictos. Mi cabeza ganaba siempre.

Cuando conocí el proceso de la sombra, comprendí lo mucho que había sacrificado por vivir desde la cabeza en lugar de desde el corazón. Me abrió los ojos a lo destructivo que es vivir completamente separado de partes esenciales de nosotros mismos y de nuestros sentimientos.

Este proceso plantó la semilla de cómo sería vivir con integridad.

Verás, la sombra representa las partes de nosotros que queremos rechazar. Temiendo que otros descubran que en nuestro núcleo poseemos cualidades «negativas», arrancamos esas partes y creamos fachadas y personalidades para demostrar que no somos aquello que no nos gusta. Esto nos impide vivir con integridad porque nos aleja de esa segunda definición que mencioné: ser un ser íntegro y sin divisiones. Aquí tienes algunos ejemplos de cómo esto puede manifestarse:

 Quien se siente sin valor trata siempre de complacer a los demás. Hace todo lo posible para demostrar al mundo y a sí mismo lo mucho que vale. Está completamente desconectado de sus propias necesidades, ya que debajo de su fachada no se siente lo suficientemente valioso para hacer algo para sí mismo.

 Quien siente que no merece ser amado o que hay algo malo en él porque sus padres lo abandonaron se vuelve encantador para asegurarse de ser aceptado y valorado por todos. Cuando trata de llenarse del amor y la aprobación de los demás, es como un barril sin fondo. Su creencia de no ser digno de amor le impide darse a sí mismo el amor que necesita.

 El hijo de emigrantes que pasaron de tener una buena condición social en su país de origen a ser pobres en el país de acogida está decidido no solo a encajar sino a mostrarle al mundo lo maravillosa que es su vida con signos externos de riqueza como casas grandes y coches deportivos elegantes. Todo su sentido de identidad se basa en lo que es externo, ya que no quiere volver a sentir nunca más la vergüenza de la necesidad.

 El niño al que se educa más como un «aprendiz» que como un niño. Tiene su lista de actividades, está sobrecargado de tareas y sufre la presión de sobresalir en todo. Lo que lo mueve es la necesidad de ser fuerte, independiente y especial. Exteriormente parece que lo tiene todo bajo control, pero por dentro sufre de ansiedad y ataques de pánico.

Cuando nos sentimos incompletos y divididos, buscamos la aprobación fuera de nosotros mismos, pero cuando buscamos en el exterior lo que necesitamos, terminamos viviendo no en la integridad sino más bien fuera de ella. Hasta que afrontemos lo que consideramos inafrontable, esas partes de nosotros mismos que nos parecen deficientes serán las que nos dirigen. ¡La sombra tiene el control, aunque permanezca oculta!

No solo repudiamos aquellas cualidades que consideramos inadecuadas o inaceptables. También rechazamos nuestra luz: todas esas magníficas cualidades que admiramos en otros, pero que no se nos ocurre que puedan encontrarse dentro de nosotros. Muchos estamos tan acostumbrados al incesante aluvión de crítica y desaprobación en nuestros cerebros, esa banda sonora continua de pensamientos negativos que oímos desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos, que jamás se nos pasaría por la cabeza pensar que todo lo que buscamos con tanto ahínco se encuentra en nuestro interior. Parece imposible.

A muchos nos cuesta más admitir el brillo, la belleza, la singularidad, la sensualidad, la grandeza total que poseemos que admitir nuestra oscuridad. Durante años nos hemos hablado de forma negativa, y nos hemos creído lo que decíamos. Es más difícil aceptar y abrazar lo positivo. Podemos ver un ejemplo de esto en la película Pretty Woman cuando el personaje de Richard Gere le dice al que interpreta Julia Roberts que ella podría ser más que una prostituta, con estas palabras: «Creo que eres una mujer muy brillante, muy especial». Y ella le responde: «Lo malo es más fácil de creer. ¿Te has dado cuenta?».

El poder de la integridad

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