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Pasar por encima de tu verdad

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¿Te has percatado de lo que sucede en el mundo actual? Creo que lo llamaría una crisis de confianza. No nos fiamos unos de otros. No nos fiamos de nuestros vecinos, de nuestros jefes ni de nuestros políticos. No confiamos en la familia, en nuestros cónyuges ni en nuestros amigos.

¿Por qué? ¿Porque estamos todos corrompidos y solo pensamos en nosotros mismos?

No.

El motivo de que no confiemos en los demás es que, en el fondo, no confiamos en nosotros mismos.

Eso es, en el fondo no nos fiamos de nosotros.

Reflexiona un poco sobre esto. No confiamos en nuestros sentimientos, por eso tratamos de reprimirlos. Elegimos la seguridad por encima de lo que nos apasiona. No confiamos en aquellas de nuestras cualidades que nos parecen inaceptables, así que las tapamos. Hacemos caso omiso a nuestra voz interior y buscamos las respuestas fuera de nosotros. Nuestra falta de confianza, nuestra tendencia a buscar en el exterior lo que debe venir de dentro, nos lleva a pasar por encima de nuestra verdad. Usaré a menudo esa expresión en este libro con el significado de no confiar en nosotros mismos. Porque muy a menudo, cuando tomamos las decisiones equivocadas, lo hacemos con conocimiento de causa. Vemos la verdad justo frente a nosotros: «Él no te conviene», «Este trabajo te amargará la vida», «No hace falta que sigas trabajando; ya has trabajado bastante, ahora vete a casa con tus hijos»... Pero hacemos caso omiso de esa verdad. No confiamos en el GPS que tenemos en nuestro interior y que nunca va a permitir que nos perdamos.

Piensa en las formas en que has traicionado las promesas que te hiciste, con lo que has provocado un estado de desconfianza permanente. Te prometiste a ti mismo alzar la voz en el trabajo, y luego, una vez más, permaneciste callado en la reunión. Te convenciste de que esta vez ibas en serio con la dieta, y para lo único que sirvió fue para ver cómo volvían a aumentar los dígitos de la báscula. Te comprometiste a cambiar, y terminaste reincidiendo en ese mismo comportamiento que tratabas desesperadamente de evitar.

Aunque en ocasiones podemos deshacer o corregir lo que hemos hecho en el exterior, la huella que esto deja en nuestra psique no se puede borrar. Es como un clavo en un trozo de madera. Puedes sacarlo, pero el agujero se quedará para siempre. Todos tenemos agujeros en nuestra alma que representan las múltiples formas en las que nos hemos traicionado, mentido o despreciado a nosotros mismos: todas las formas en las que hemos pasado por encima de nuestra verdad. Estos agujeros sirven de pruebas a nuestras psiques, ya de por sí desconfiadas: ¡no eres de fiar! Y cuando no confiamos en nosotros, no podemos escucharnos. No podemos hacer caso de esa misma orientación que nuestra alma está tratando de proporcionarnos. Nos ­desconectamos de nuestra propia esencia y terminamos viviendo una vida que nos parece errónea, falsa y ajena a nosotros mismos.

Este libro es una invitación a estar en el mundo de una manera totalmente distinta.

Todo momento es una invitación; de hecho, en todo momento hay un sinfín de invitaciones danzando delante de nuestros ojos, que podemos aceptar inmediatamente, y nos prometen una infinidad de nuevas oportunidades.

Este libro es una invitación a la honestidad, a ser auténtico contigo mismo, a escuchar la voz de tu interior, a aprender a confiar en ti y valorarte, en tu totalidad, no solo algunas partes de ti mismo. Lo bueno, lo malo y lo peor. He aprendido por mi propia experiencia las concesiones que debemos hacer si no nos enfrentamos a la verdad, si ignoramos lo que en el fondo sabemos. Todos lo sabemos. Siempre lo hemos sabido.

Cuando dejamos de negarlo, cuando dejamos de movernos impulsados por el miedo, podemos empezar al fin a vivir con integridad.

Integridad no significa perfección. No es una estrategia sino una manera de vivir. Es una manera de vivir en consonancia con quienes somos y con lo que queremos. La integridad es el valor más poderoso. Cuando somos íntegros, podemos empezar por fin a vivir de la manera que mejor se adecua a nosotros.

Este libro te ayudará a conectar con ese conocimiento y te proporcionará el apoyo, las herramientas y la motivación para dejarte guiar por él.

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En palabras de Richard Bach: «Lo que más necesitamos aprender es lo que mejor enseñamos».1 Mi camino hacia la ­integridad comenzó a los veintitantos años, cuando actué en contra de mi integridad. Era ese día con el que sueñan muchas mujeres: el día de mi boda. En Miami brillaba el sol, y el calor ya se hacía sentir cuando me senté junto a la piscina en el patio trasero, verde y exuberante, de quien pronto sería mi marido. Mientras charlaba con una de mis amigas más íntimas, que había venido en avión para la boda, mi preocupación era cómo saldría en las fotos, de manera que me eché una toalla sobre la cara e incluso me tapé los ojos para no quemarme.

Se suponía que iba a ser un día maravilloso. El día de un nuevo comienzo. Mi hermoso vestido blanco estaba listo. Se habían encargado las flores, la tarta estaba adornada también con flores hechas a mano, los camareros iban corriendo de un lado a otro sin parar, y la maquilladora y la peluquera me habían reservado un espacio en su agenda. Todo estaba minuciosamente preparado para celebrar una boda por todo lo alto.

Parecía como un cuento de hadas a punto de hacerse realidad, ¿verdad?

Pues no. Fue el día en que cometí uno de los mayores «errores» de mi vida.

Y no es que ese «error» lo descubriera más adelante. No, lo supe ese mismo día. Esa mañana ya era consciente de estar cometiendo un «error». Pongo esta palabra entre comillas porque realmente no creo que existan los errores; lo que vivimos son situaciones que forman parte de nuestro plan divino y nos proporcionan la base para crecer y evolucionar. Este «error» fue lo mejor que me ha sucedido nunca ya que gracias a él he llegado a donde estoy ahora y además me aportó lo que más quiero en la vida (a mis tres hijas), pero en la mañana de la boda, ya sabía que no amaba de verdad al hombre con el que iba a casarme, o al menos no lo amaba del modo en que necesitaba amarlo para dedicarle mi vida. Sabía que no me trataba como yo quería que me trataran. Una y otra vez había habido señales de advertencia a lo largo de nuestro noviazgo.

Pero el miedo me impedía admitir la verdad.

En lugar de hacerlo, me tapé la cabeza con aquella toalla.

Para tratar de desviar la atención de esa voz de mi interior, me centré en las fotos de la boda en lugar de en plantearme si aquel matrimonio era realmente viable.

Pasé por encima de mi verdad e ignoré lo que sabía en lo más hondo de mi ser. Decidí dejarme llevar por el plan y por mis proyectos en lugar de ser sincera conmigo misma.

¿Alguna vez lo has hecho? ¿Te has dejado arrastrar por la ilusión de cómo podrían ser las cosas en lugar de enfrentarte a como son en realidad? ¿Has sofocado esa sensación de duda que te corroe para que todo siga según lo previsto? ¿Le has dado más peso a la opinión de los demás que a lo que tú necesitabas? ¿Te has dejado llevar por la cabeza en lugar de por el corazón?

Yo siempre fui un poco perfeccionista; mi vida se desarrollaba de acuerdo con una larga lista de metas que tenía que alcanzar. Antes de comprometerme, me gradué en una universidad de la Liga Ivy (¡tachado!), asistí a la Facultad de Derecho (¡tachado!) y ya había desarrollado una buena carrera como abogada (¡tachado!). Los siguientes pasos en mi lista de la vida eran el matrimonio, los niños y esa fantasía de la casita con su porche y sus vallas blancas.

A los pocos meses de declarar al universo que estaba preparada para casarme, conocí a mi futuro marido. Y él también estaba «preparado». Era quince años mayor que yo y había estado casado dos veces, pero no tenía hijos. Estaba listo para encontrar la mujer adecuada y formar una familia.

Nos presentaron unos amigos comunes. Desde el momento en que lo conocí, me recordó a mi padre, que falleció cuando yo tenía veinticuatro años, solo tres años antes de que este hombre entrara en mi vida. Era inteligente, ingenioso y carismático. Era activo y emprendedor. Un hombre atento, divertido y responsable, al que siempre se le ocurrían grandes ideas o acciones. A nuestra primera cita le siguió una segunda, y a los pocos días empezamos a vernos todas las noches. Nos conocimos a finales de abril, a mediados de mayo me habló de casarnos y en septiembre me regaló un anillo de diamantes de cinco quilates. Fijamos la fecha de nuestra boda para el mayo siguiente.

Una petición de matrimonio, un anillo y el sueño por excelencia de una joven, una boda (¡tres objetivos de mi lista tachados de golpe!). Tenía la impresión de que había logrado todo lo que me proponía. Esa ilusión no duró mucho. Con el tiempo, desperté del sueño.

Cuando nos conocimos, yo tenía veintisiete años y él, cuarenta y dos. Aunque yo había empezado a desarrollar una carrera, él estaba mucho más establecido en nuestra comunidad, ya que llevaba dos décadas trabajando y viviendo en ella. Me dejé absorber por su mundo. Antes de que pudiera darme cuenta, estaba viviendo en su casa, relacionándome con sus amigos y siguiendo los planes y los horarios que él establecía para los dos. Me salí de mi vida y entré en la suya. Si él quería viajar, viajábamos. Si quería salir a tomar una copa antes de la cena, lo esperaba hasta que volviera a casa. Si quería jugar al tenis, jugábamos al tenis. Si quería invitar a una decena de amigos, yo dejaba lo que estaba haciendo para atenderlos.

Como me gusta pasar tiempo a solas, recuerdo que me sentía como si viviera en Disneylandia; a cada minuto había un desfile o un evento que había que planear. Si decía algo sobre ese ajetreo, me reprendía por ser antisocial o me decía que lo hacía por mí, para que pudiera conocer mejor a las esposas de sus amigos. Tras cada enfrentamiento, me echaba atrás y aceptaba su plan. A veces me divertía; sin embargo, en lo más hondo de mí sabía que algo iba mal.

Aunque yo podía concentrarme en la boda y guardar silencio sobre lo que no funcionaba en nuestra relación, mi madre no. Desde que conoció al hombre con el que pensaba casarme, sintió aversión y desconfianza hacia él. Le costaba aceptar nuestra diferencia de edad y que él, como ella decía, hubiera «fracasado dos veces» en el matrimonio. Yo iba a ser su tercera esposa. Por más que mi madre tratara de hacerme desistir, no le hacía caso. Se oponía tanto al matrimonio que ni siquiera asistió a mi despedida de soltera, se negó a ayudar a pagar la boda e incluso dejó de hablarme durante un tiempo. Como siempre fui una hija obediente, desafiar a mi madre y mantener la relación con mi prometido fue una de las decisiones más difíciles y de las luchas más duras de mi vida a nivel emocional. En la mañana de mi boda, ni siquiera estaba segura de si mi madre iba a asistir.

Tenía razón al preocuparse. Durante nuestro compromiso, mi prometido y yo habíamos establecido una pauta tóxica. Cortamos varias veces, pero tras cada ruptura, me moría de miedo pensando que terminaría quedándome sola y dejando a un lado ese plan que había creado para mi vida, por lo que siempre terminaba volviendo con él. Me deshacía en disculpas, sin importar cuáles fueran las circunstancias ni quien creía que realmente llevara la razón. Le decía lo que pensaba que él quería oír y le mandaba mensajes larguísimos en los que le prometía que iba a cambiar y que «aquello» no volvería a suceder nunca. Me rebajaba a mendigar, y sin embargo, por extraño que parezca, cada vez que él accedía a «darme otra oportunidad», ¡me sentía como si fuera yo quien había ganado!

A los pocos meses de prometernos, comenzamos a ver a un terapeuta. Y aunque soy totalmente partidaria de la terapia y las herramientas de aprendizaje que ayudan a la gente a comunicarse con su pareja, nunca llegamos a la parte de la comunicación. Nuestras sesiones eran como intervenciones quirúrgicas de emergencia para detener la hemorragia causada por cualquier explosión que se hubiera producido entre nosotros. Era como si estuviéramos intentando salvar nuestro matrimonio por el bien de nuestros hijos, ¡y eso que aún no estábamos casados ni teníamos hijos! Hubo muchas ocasiones en las que pude haberme enfrentado a la verdad y salir de lo que ya era una relación tóxica, pero seguí adelante.

Si se supone que el comienzo de una relación es la fase de luna de miel, ¡estaba claro que teníamos un problema! Nos costó trabajo llegar a la semana de nuestra boda, pero lo cierto es que no podía echarme atrás, aunque mi madre apenas me dirigía la palabra. Estaba demasiado asustada para decirle a ella o a cualquier otra persona que por dentro me estaba muriendo, y ya sabía que estaba cometiendo un terrible error.

De manera que esa mañana de mayo, me tapé la cara, en varios sentidos, con una toalla. Me escondía bajo esa toalla cuando mi prometido desaparecía y no había forma de dar con él. Me escondía bajo esa toalla cuando alguien llamaba a casa pero no dejaba ningún mensaje. Me escondía bajo esa toalla en lo referente al dinero. Me escondía bajo esa toalla cuando ignoraba lo que él llamaba sus «vicios» y todas esas promesas vacías de que las cosas iban a cambiar... mañana. Me escondía bajo esa toalla cuando se quedaba toda la noche despierto escribiendo correos electrónicos o hablando por teléfono con sus «socios comerciales». Esa toalla me tapaba los ojos en lo referente a lo que percibía como sus comportamientos, excusas, justificaciones y ­manipulaciones. Me esforzaba por descubrir «la verdad» pero había perdido de vista por completo mi propia verdad.

¡La magnitud de mi ceguera y mi falta de confianza en mí misma eran extraordinarias!

En mi desesperación por convencerme de que había tomado la decisión correcta o de que, con el tiempo, alguien o algo arreglaría la situación, sacrifiqué lo que sabía en el fondo de mi ser (para ser sincera, lo importante no era cuál era la «verdad», si mi marido era como yo lo veía o no. En última instancia, su comportamiento no era lo que me hacía actuar en contra de mi integridad; ¡el verdadero problema era que yo había pasado por encima de mi verdad!).

Ahora, casi veinte años después, y tras trabajar con miles de personas en mi carrera de coach integrativa, directora de talleres y profesora de crecimiento personal y maestría, sé que no soy la única persona que ha permitido que su apego a una lista de objetivos, el deseo de ser amada o el miedo al cambio la impulsaran a pasar por encima de su verdad. Piensa en las veces que te has permitido aceptar lo inaceptable. En las veces que has cedido, silenciado tu voz, entregado tu poder. Todos hemos tenido esta clase de comportamientos en nuestra vida, por muy diferentes que fueran nuestras experiencias. Yo lo llamo vivir en conflicto con lo que sabemos en nuestro interior.

Finalmente, llega un momento en que decimos «¡basta!» cuando seguir engañándonos o vendiéndonos se vuelve excesivamente doloroso, cuando ya no nos conformamos con quedarnos estancados y denigrarnos a nosotros mismos, cuando ya no podemos soportar nuestra vieja forma de ser porque sabemos que estamos destinados a ser mucho más.

Lo bueno de todo esto es que, si estás leyendo este libro, significa que estás preparado: preparado para convertirte en la mejor versión de ti ­mismo. ¿Cómo? Declarándole a tu ser y al universo que te mereces más, que estás listo para dejar de pisotear tu verdad y comenzar a vivir la vida con la que sueñas.

A esto lo llamo vivir con integridad.

Una persona íntegra es alguien cuya vida no está llena de contradicciones. Hace lo que dice y dice lo que hace. Es igual por dentro y por fuera, y su exterior es coherente con cómo se siente por dentro. Ha anunciado lo que es importante para ella y quién quiere ser en esta existencia. Sus acciones y sus decisiones están en consonancia con esa declaración y reflejan que se siente digna y merecedora de manifestar lo que más desea.

Ahora bien, quizá estés pensando que esa integridad es un objetivo elevado e inalcanzable para el que debes estar a la altura de cierto criterio de perfección. Estoy aquí para decirte que eso no es así. La integridad no es un destino, es una manera de vivir. ¡Es un sistema interno de orientación con el que nunca te extraviarás!

Todos nacemos con un conocimiento profundo en nuestro interior: somos conscientes de cuando algo está bien o está mal. Pero hemos aprendido a ignorar ese mecanismo de detección precoz. Es como si sonaran las alarmas de humo en nuestra casa, pero nos hubiéramos puesto tapones para los oídos, de manera que no podemos oírlas. ¡La casa se está incendiando! ¡Sal de ella antes de que sea demasiado tarde!

¡Cada vez que te muerdes la lengua, te tragas la integridad!

En las páginas que siguen te enseñaré a volver a ponerte en contacto con tu GPS interior. Es lo que denomino el monitor de alineación con la integridad, o I AM.2 Cuando aprendemos a ­vivir en consonancia con lo que en nuestro interior sabemos que es lo adecuado para nosotros, vivimos con integridad. Y vivir con integridad significa que dejamos de vivir una vida conflictiva, inconexa e insegura.

Piénsalo. Odiamos el trabajo que hacemos, permanecemos en matrimonios en los que nos sentimos muertos en vida, gastamos por encima de nuestras posibilidades, ocultamos nuestros verdaderos sentimientos. Vivimos en un estado de conflicto permanente, siempre enfrascados en un tira y afloja interno. ¡No es de extrañar que muchos nos sintamos exhaustos!

Este libro es una invitación a algo diferente.

Cuando por fin me separé de mi marido y me divorcié, la gente comentaba a menudo el buen aspecto que tenía. Cuando me preguntaban: «¿Qué hiciste?», les respondía: «¡Divorciarme!». Luego me di cuenta de que lo que me hacía parecer y sentir mucho más dinámica y llena de vida no era el divorcio en sí, sino que el hecho de permanecer en aquel matrimonio y vivir sin integridad había provocado que me autosaboteara y terminó convirtiéndose en un peso físico y emocional que arrastraba conmigo.

Cuando dejamos de pisotear nuestra verdad, nos desprendemos de todo el peso que nos oprimía. Podemos avanzar y empezar a vivir una vida más adecuada a nosotros.

Este libro es como un régimen de desintoxicación o una dieta. Vamos a desprendernos de todo lo que nos pesa. En palabras de la doctora Deanna Minich, autora de Whole Detox [Desintoxicación total]: «Para entender lo que son las toxinas, lo mejor es considerarlas no como venenos sino como barreras, es decir, obstáculos que nos impiden acceder a la vida y a la salud que realmente deseamos».3 Una barrera podría ser un trabajo que no es el adecuado para ti, que nunca lo ha sido, pero tienes ­tanto miedo que no te atreves a dejarlo. Podría ser un compromiso que asumiste y que en su momento ya sabías que no te convenía, pero no hiciste caso a tus sentimientos porque no querías decepcionar a nadie. Podría ser un problema de salud al que no quieres enfrentarte. Podría ser esa relación cuyas señales de advertencia llevas años ignorando.

El poder de la integridad trata sobre cómo empezar a vivir la vida a tu manera. Cómo enfrentarte al miedo, a la vergüenza y a esas creencias erróneas que te llevaron a esas situaciones y a partir de ahí vivir según tus principios y desde dentro de ti, porque tú eres quien mejor te conoce.

Este libro te ayudará a decidir los asuntos importantes, como qué trabajo elegir o si tener o no tener hijos. Pero pronto te darás cuenta de que vivir con integridad es una decisión que hay que tomar a cada momento. Puede enseñarte a reconocer cuáles son las opciones correctas para ti en cada situación: qué plato de la carta pedir, qué película ver, decidir entre aceptar una invitación o quedarte tranquilamente en casa, si llevar o no a un terreno más íntimo la relación con esa persona con la que estás saliendo... Te ayudará a defender tus valores, enfrentándote educadamente, por ejemplo, a alguien que habla de ti a tus espaldas o devolviendo un plato en un restaurante sin preocuparte de que te critiquen por quejarte, por ser excesivamente delicado o por creerte con más derechos que nadie. Te permitirá vivir sin complicaciones, disfrutar de una vida plena y sosegada.

Normalmente hay al menos un área de nuestra vida, ya sea el matrimonio, la salud, el trabajo o las relaciones personales, en la que ignoramos intencionalmente, o tapamos, algo que sabemos que no está bien. Ese malestar, esa ansiedad permanente, esa voz suave pero persistente que escuchamos en nuestro interior y que intenta advertirnos que cambiemos de rumbo... son todas señales de que estamos viviendo sin integridad.

Y el problema es que cuanto más perdemos el contacto con nuestra integridad, más probabilidades tenemos de seguir tomando decisiones que ensanchan la brecha y nos alejan cada vez más de ella. Imagínate que es como estar flotando a la deriva en el mar. Tu integridad es el faro en el horizonte: cuando nadas hacia la orilla, la luz del faro se vuelve más fuerte y más brillante hasta que, por fin, llegas a casa. Pero cuando te separas mucho de la costa, la marea te aleja. A medida que te vas adentrando en el mar, el faro se oscurece en la distancia. Llega un momento en que no puedes ver su luz y pierdes por completo la orientación para regresar.

Cuando nos dejamos guiar por la integridad, todo se vuelve más fácil, más claro. Es como si hubiéramos estado viviendo en la oscuridad y, de repente, alguien encendiera la luz.

Ese alguien eres tú.

El poder de la integridad

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