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Ladrón de integridad N.º 4: Tu historia

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Todos tenemos una historia. En realidad, muchas. Consisten en todos nuestros pensamientos, creencias, diálogos internos y miedos sobre cualquier tema. Por ejemplo, los argumentos de nuestra historia pueden ir desde una idea como «jamás conseguiré lo que quiero» a otra que dice que tu suerte está decidida de antemano por tu sexo, color de piel, nivel de educación o incluso tu peso. Nuestras historias surgen de toda esa creación de significados que ponemos en marcha durante la infancia. También podemos adoptar las historias de las comunidades en las que crecemos o de quienes tenemos más cerca. Muchos tomamos esas historias de nuestros padres. Pueden convertirse en el relato de la familia que va pasando de generación en generación, anclando a la familia a un legado de escasez. Aunque estas historias no tienen por qué ser malas ni buenas, pueden ser limitantes.

También podemos meternos de lleno en las historias de cómo nos ven los demás. Como un actor que representa una escena, tomamos el papel del personaje que nos hacen interpretar o que nos sentimos inclinados a interpretar para asegurarnos nuestro papel en la película. Cuando nos identificamos excesivamente con estas caricaturas, perdemos de vista quien realmente somos.

Nuestras historias (tanto las que creamos nosotros como las que heredamos o nos hacen interpretar) describen a la persona que pensamos que somos. Vivimos el argumento asignado a nuestro personaje: «Soy el desastre de la familia, siempre meto la pata», «Soy el rebelde, por eso no puedo conformarme nunca ni hacer nada sin pelear», «Soy la buena chica, así que hago cualquier cosa por cualquiera y lo hago a la perfección». Nuestras historias tienden a determinar nuestra vida; especialmente cuando se trata de las historias de cómo nos definimos a nosotros mismos, de quiénes creemos ser o de lo que pensamos que podemos o no podemos conseguir. Nuestras historias se basan en el pasado, afectan al presente y se convierten en profecías autocumplidas en el futuro. Como en la película Atrapado en el tiempo, nuestras historias tienden a repetirse una y otra vez y con frecuencia tienen los mismos finales.

Susan era una cliente que estaba a punto de arruinar su segundo matrimonio porque no lograba salir de su historia de «no encajo». Al crecer en una familia que se mudaba muy a menudo, nunca tuvo muchos amigos. En cuanto llegaba a conocer a un grupo de niños en su escuela o en su barrio, sus padres tenían que volver a mudarse. Debido a todos esos cambios, su historia se centraba en la creencia de que no encajaba. Aunque era extrovertida y parecía hacer amigos fácilmente, Susan no sentía nunca una verdadera conexión con la gente ni creía que pudiera contar con ella. Ansiosa por encajar en algún sitio, se casó joven. El hecho de ser excesivamente inmadura para casarse, junto con su creencia de que no podía contar con nadie, condenó a este matrimonio desde el principio, y al poco tiempo se separaron.

No había transcurrido mucho desde su divorcio cuando Susan conoció a Mark, que tenía dos hijos de un matrimonio anterior que pasaban con él la mayor parte del tiempo. A Susan le encantaba vivir con Mark y sus hijos. Por primera vez en su vida sentía que la necesitaban, que la querían y que estaba en su sitio. Ambos tuvieron una hija, la guinda que faltaba. Susan se dedicó en cuerpo y alma a su papel de esposa y madre y a disfrutar plenamente de sentirse ubicada. Todo era perfecto hasta que la ex de Mark volvió a aparecer y quiso desempeñar un papel más relevante en la vida de sus hijos. Estos, que ahora eran adolescentes, estaban deseosos de recuperar la relación con su madre y enseguida aprovecharon la oportunidad. Mark, a quien le dolía que su exmujer hubiera abandonado a sus hijos, hizo todo lo posible para adaptarse a sus exigencias y a los deseos de los niños.

Cuando Susan vino a verme, ¡estaba echa una furia! Se sentía traicionada y abandonada, tenía la impresión de que de repente Mark y sus hijos jugaban en el otro equipo. Según sus cálculos, ella y su hija estaban en un lado, y su marido y sus dos hijos en el otro. Bajo su ira había una tristeza profunda. No podía soportar el dolor y la decepción de verse rechazada por todos aquellos que le importaban y a quienes tanto quería. Una vez más se sentía fuera de lugar.

Al poco tiempo de que empezáramos a trabajar juntas, traté de mostrarle a Susan el daño que su historia le hacía a esa vida tan bonita que tenía. Nadie le había dicho que aquel no era su sitio; ella misma se lo había inventado. Era ella quien creaba y perpetuaba la historia de «no encajo en ningún sitio», y de hecho esa historia apartaba a los demás, creando sensaciones de separación y causándole muchísimo dolor. Susan empezó a comprender que estaba inculcándole la misma historia a su hija, enfrentándola a su hermanastro y su hermanastra, e inculcando en esa niña inocente los mismos sentimientos con los que ella había batallado toda su vida.

Finalmente, fue capaz de ver lo que estaba sucediendo a la luz de la verdad: los hijos de su marido solo querían tener una relación con su madre biológica. Comprendió que todo el amor que quería seguía estando allí para ella, y que deseaba que ese capítulo terminara de otra forma, todo lo que tenía que hacer era salirse de su historia del pasado y entrar en la realidad del presente.

Nuestras historias pueden robarnos la felicidad que está a nuestro lado esperándonos. Todos tenemos historias. Es probable que no podamos deshacernos de ellas por completo, pero podemos verlas tal y como realmente son. Podemos elegir salirnos de ellas y empezar a vivir con integridad en lugar de seguir reaccionando ante una mentira.

El poder de la integridad

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