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Debbie entra en escena

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Antes de pasar por el proceso de la sombra, estaba desconectada de muchos de mis rasgos positivos. Aunque había logrado mucho en la vida, nunca habría dicho que era brillante, sexi, creativa o que tenía éxito. De hecho, dada la forma en que me habían educado, de haber intentado aceptar esas partes de mí, me habrían acusado de soberbia y castigado. Aceptar mi luz en lugar de verla como algo de lo que avergonzarme me hizo alcanzar unos niveles superiores de confianza y conciencia. Solo entonces pude acceder al poder que había dentro de mí para dejar mi matrimonio.

Ni que decir tiene que el proceso de la sombra y el trabajo de Debbie Ford me llevaron a descubrir una nueva vocación. Inmediatamente me apunté a un curso de formación y certificación como coach integrativa. Deseosa de compartir el regalo de liberación que había recibido, me sumergí de lleno en mi nueva vocación y me convertí en una de las coaches con más éxito de Debbie. Me invitó a unirme a su equipo. Al poco tiempo estaba dirigiendo entrenamientos y creando contenido para nuevos programas. A medida que el cáncer comenzaba a afectar a su cuerpo, y su energía disminuía, empezó a delegar cada vez más responsabilidad en mí. Pronto desarrollamos una amistad entrañable. De hecho, en diciembre de 2012, poco antes de que muriera, pasamos una semana juntas. Aunque a veces la veía muy debilitada, pensaba que era una buena señal que siguiera comprando zapatos caros. ¡Tenía decidido quedarse el tiempo suficiente para usarlos!

Poco después de Año Nuevo la hospitalizaron. Y luego, pese a que regresó a su casa, todos, incluso ella, empezamos a pensar que no volvería a salir de la cama. En los momentos en los que se encontraba con fuerzas, llamaba a la gente que amaba. Sentí que necesitaba poner fin a su historia.

Mi turno llegó el 9 de febrero de 2013, a las diez menos veinte de la noche. Estaba en la ciudad de Nueva York visitando a mi hija cuando «Debbie casa» brilló en la pantalla de mi móvil. Como sabía que estaba haciendo esas llamadas, y había perdido la oportunidad de hablar con ella cuando me llamó unos días antes, salí del ruidoso restaurante en el que me encontraba para buscar un lugar tranquilo desde el que poder mantener esa conversación tan importante.

Sonreí tan pronto como respondí y oí la voz de Debbie. La noté bien, fuerte, con esa vitalidad tan suya. ¿Cómo podía estar muriéndose?

Estaba ansiosa por charlar sobre mi viaje y mi hija. Me preguntó qué estábamos haciendo y si me gustaba el nuevo novio de mi hija, y luego añadió: «La próxima vez, quiero ir a conocerlo». Parte de mí creía que habría una próxima vez, pero la otra parte sabía que Debbie ya ni siquiera podía sentarse en la cama. En apariencia, era una conversación normal, como tantas otras. Sin embargo, por dentro, ansiaba que me dijera algo profundo..., algunos consejos sabios de una mentora a su alumna o alguna revelación personal de una amiga íntima a la otra, pero sabía que no debía estropear con mi egoísmo ese frágil momento de normalidad. Debbie quería ser mi confidente en lugar de mi amiga moribunda, así que la dejé hablar.

Finalmente, hubo una pausa. Tuvo que recuperar el aliento, y luego se lanzó a la segunda parte de la conversación: «Kelley, cuando me vaya, aparecerán los buitres. Quiero que nos protejas de ellos». Tragué saliva. No quería hablar de cuando se fuera, pero nunca la había oído usar la palabra buitre, por eso supe que decir lo que necesitaba decir le ayudaría a quedarse en paz.

Debbie era la autora de nueve libros y había creado unas enseñanzas extraordinarias. Quería que su trabajo sobreviviera, que siguiera siendo auténtico y puro, y que continuara dejando huella en miles de vidas. También quería asegurarse de que yo supiera cuáles eran sus deseos en vida: salvaguardar la integridad de su legado y asegurarse de que aquellos que amaba y en quienes confiaba serían capaces de seguir adelante con su obra tal como ella la imaginó. Que me viera como parte de ese plan me honraba, pero el hecho de estar hablando de aquello me hacía asentir silenciosamente mientras las lágrimas me caían por las mejillas.

Su respiración se volvió más pesada y su voz más débil, pero seguía repitiendo: «Se trata de la integridad. Tienes que proteger la integridad de la obra. Tienes que representar esa integridad».

«Por supuesto, Debbie», le dije, y le aseguré que haría todo lo que estuviera en mi mano para proteger su obra y mantenerla viva en el mundo. Notaba que estaba cansada y que necesitaba irse. Nos dijimos «te quiero» y me prometió que me llamaría a los pocos días.

Nunca volví a hablar con Debbie. Hizo la transición una semana después.

Como parte de sus deseos finales, Debbie dejó el legado del Instituto Ford por igual para mí y para Julie Stroud, que también era miembro de su equipo y su asistente ejecutiva. Me sentía profundamente conmovida y muy asustada de que me diera tanta responsabilidad, pero sabía que me la había confiado por una razón.

Muchos describieron sus últimas conversaciones con Debbie y los consejos que recibieron de ella como un regalo de despedida. A veces decía: «¡Adelante, cásate con él! ¡Deja de esperar!». En otras ocasiones asesoraba a la gente en sus carreras. No quería admitirlo, pero a veces me sentía defraudada. Deseaba que me hubiera guiado a mí en nuestra última llamada telefónica. ¿Por qué no me dijo: «Cásate con ese hombre»? ¿Por qué no me dijo lo que necesitábamos hacer para dirigir el Instituto Ford y liderar el proceso de la sombra? ¿Por qué no me dijo que todo iba a ir bien?

Unos meses más tarde, comprendí que me había dicho lo que tenía hacer. Me dijo exactamente qué era lo que debía hacer. Tenía que realizar el trabajo que ella siempre había pensado que era para mí: ¡ser la representante de la integridad!

El poder de la integridad

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