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Ladrón de integridad N.º 1: La vergüenza

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Como seres humanos, nos aterra que las etiquetas negativas que nos hemos otorgado a nosotros mismos sean ciertas. Y así, surge la vergüenza. Es esa vergüenza de creer que no somos lo suficientemente buenos, fuertes, inteligentes o atractivos lo que nos paraliza. Una vergüenza que generalmente surge de algún acontecimiento de la niñez y que nos enseña a ocultar quiénes somos de verdad porque tememos ser esencialmente imperfectos. La vergüenza nos hace creer que no les gustaremos a los demás si llegan a saber cómo somos de verdad en el fondo de nuestro ser; es ella la que crea nuestra personalidad externa y nos roba la autenticidad.

¿Has oído alguna vez lo siguiente? «La culpa dice: cometí un error. La vergüenza dice: yo soy el error».1 La vergüenza puede ser la más dolorosa de todas las emociones. Cuando nos sentimos avergonzados, no vemos las cualidades enterradas en esa vergüenza como parte de lo que somos; en lugar de eso, las vemos como lo único que somos. Nos identificamos exclusivamente con las partes de nosotros mismos que menos nos gustan. Con esta visión tan limitada, vamos por la vida pensando cosas como «soy el tonto de la pandilla», «soy el amigo gordo» o «soy el que no tiene suerte en el amor». En el proceso de la sombra, hacemos un ejercicio usando lo que llamamos «chips de vergüenza», es decir, placas con frases como «no soy lo suficientemente bueno», «no encajo» o «no me lo merezco». Cuando pregunto a una sala llena de gente si creen que merecen una determinada placa o un chip de vergüenza, se alzan decenas de manos. Llegan a competir entre ellos por el derecho a proclamar lo indignos e inútiles que de verdad son, lo poco que se merecen en la vida. Todo esto es consecuencia de su vergüenza.

La vergüenza nos impide ver nuestra completitud e integridad. Creyendo que somos la vergüenza que sentimos, que estamos llenos de imperfecciones que hay que arreglar, que no se puede confiar en nosotros y que debemos ocultarnos, frenamos nuestros deseos y no nos esforzamos por lograr resultados extraordinarios. ¿Por qué? Porque no creemos que merezcamos nada extraordinario ni que podamos lograrlo. Por encima de todo, no queremos sentir el dolor de nuestra vergüenza si arriesgamos en algo y fallamos. El tictac de la bomba de tiempo de nuestra vergüenza suena amenazadoramente y nos mantiene estancados y tratando de pasar por la vida sin hacer mucho ruido. Nos deja paralizados, temiendo el rechazo, esperando otra decepción, ocultando quiénes somos y manteniéndonos lejos de alcanzar la vida que soñamos y que sabemos que estamos destinados a vivir. La vergüenza está en la esencia de todos los demás ladrones de integridad, especialmente el número dos, la sombra.

El poder de la integridad

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