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3. Disc. LX: Monodia por el templo de Apolo en Dafne

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La estancia de Juliano en Antioquía, como se ha dicho, estuvo marcada por la incomprensión y por el rechazo. Las muestras de piedad del Emperador, que estaba empeñado en devolver al culto pagano la casi olvidada práctica del sacrificio cruento, y su cada vez más patente favoritismo hacia quienes proclamaban su adhesión al paganismo, ya fueran particulares o ciudades, provocó la firme reacción del elemento cristiano de la ciudad. Sin embargo, lo sucedido el 22 de octubre del 362 contribuyó, en no poca medida, a enconar aún más las posiciones de los dos bandos. El día anterior, el Emperador había acudido al celebérrimo santuario de Apolo en Dafne, con la intención de reabrirlo y de hacer sacrificios al dios solar. Para su sorpresa, la curia municipal no había preparado el evento con la solemnidad requerida y, para colmo, no había preparado ninguna víctima, ninguna torta sacrificial, ni incienso siquiera. Sólo se pudo ofrecer al dios un ganso que un sacerdote se había traído de su casa21. Para colmo de males, cuando el Emperador trataba de comunicarse con los dioses, éstos guardaban completo silencio. Un teúrgo neoplatónico llamado Eusebio le explica que la causa es la presencia de la tumba de un mártir local, San Bábilas, enterrado delante del templo por su hermano, el César Galo. Juliano no se lo piensa y purifica el lugar como antiguamente los atenienses hicieron con la isla de Delos: retirando los restos impuros del lugar sagrado. Los cristianos se encargaron del traslado en una procesión en la que se sucedieron los insultos al Emperador.

Al día siguiente, un terrible incendio se declaró en el templo y, pese a los intentos desesperados de los sacerdotes y de cuantos acudieron a la carrera para prestar su ayuda, el templo y la preciosa estatua de Apolo desaparecieron en el holocausto. Juliano, a pesar de que se hablaba de un accidente, no dudó ni un momento que el suceso no era sino una represalia de los cristianos22, por lo que se apresuró a tomar las medidas oportunas. Ordenó cerrar la Iglesia de Antioquía y confiscó los bienes de ésta. A continuación, se creó una comisión de investigación, de la que formó parte Libanio23, sin que se lograran esclarecer los hechos.

Inmediatamente después de tan triste suceso, Libanio se puso a trabajar en el Disc. LX, tarea que, sin duda, llevó a cabo como sofista de la corte. Juliano conocía y admiraba el discurso, al que dedica grandes elogios en su Ep. 98, 400b24, escrita cuando ya había comenzado su campaña contra Persia. Sin embargo, a pesar de su buena acogida y de la aprobación imperial, el Disc. LX no fue incluido en el corpus original de los discursos de Libanio, y podemos leer hoy algunos fragmentos gracias a las citas literales que el orador cristiano Juan Crisóstomo transcribió en su discurso De S. Babyla contra Iulianum, escrito veinte años después de los acontecimientos.

Discursos III. Discursos julianeos.

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