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5. Disc. XVI: A los antioquenos, sobre la cólera del Emperador.

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Cuando Juliano entró en Antioquía, tenía grandes proyectos para la capital siria. La ciudad de Seleuco era una de las más importantes de la parte oriental del Imperio, sólo inferior a Constantinopla y comparable a Alejandría, y tenía un enorme valor estratégico, por ser base de operaciones casi obligada para atacar Persia. Como Libanio subraya con frecuencia, sólo Antioquía tenía capacidad para acoger un ejército como el que Juliano movilizaba contra Sapor. Además, en su reconstrucción del culto pagano, el Emperador necesitaba contrarrestar el influjo de la cristiana Constantinopla oponiéndola a otra que pudiera hacer el papel de capital oriental del paganismo. Nicomedia hubiera sido una excelente candidata de no haber quedado arrasada recientemente (año 358) por un terrible terremoto. Si son ciertas las palabras que Libanio pone en boca de Juliano en Disc. XV 52, en el sentido de que él pretendía hacer de Antioquía una ciudad de mármol, es posible que la capital siria fuese la elegida por Juliano para tal fin.

Si fue ésta su intención, Juliano se equivocó por completo, ya que Antioquía estaba muy cristianizada y el carácter alegre y festivo de sus habitantes chocaba con la personalidad austera y casi espartana del Emperador. Así pues, muy pronto comenzaron los problemas y los poco más de siete meses que Juliano permaneció en la ciudad fueron de permanente conflicto. Las primeras críticas a Juliano le llegaron por no asistir al teatro ni a los juegos, y por manifestar éste abiertamente su repulsa hacia los espectáculos. Incluso llegó a prohibir el Maiuma, fiesta orgiástica que se celebraba en Dafne y que contaba con gran número de seguidores. También se ganó la enemistad del sector más rico de la población por haber ampliado a doscientos miembros el número de curiales, lo que suponía retirar a más de uno la inmunidad, y por presidir personalmente las sesiones judiciales, facultad que, de ordinario, correspondía al gobernador provincial. Sus sentencias, inmunes al favoritismo e inapelables, causaron más descontento que gratitud, a pesar de que, incluso, los escritores hostiles a Juliano reconocen su ecuanimidad.

Pero lo que más molestó a la clase curial y la enfrentó decididamente con Juliano fue su decreto de máximos en los precios de los artículos de primera necesidad, a consecuencia de la escasez del 362. El Emperador estaba convencido de que los curiales boicoteaban desde el principio su decreto, al no sacar a la venta sus productos y acaparar el trigo subvencionado por él mismo para revenderlo en el mercado negro a precios elevados. Ni siquiera la intervención de Libanio en favor de la curia apartó a Juliano de esta idea.

Tampoco estaba demasiado satisfecha la población cristiana de la ciudad con la política religiosa de Juliano. Sus continuos sacrificios y su trato de favor hacia los paganos le valieron la tenaz oposición de los cristianos antioquenos. Incluso, algunos elementos más radicales provocaron al Emperador volcando altares y buscaron el martirio, trampa que Juliano siempre quiso evitar. La situación se exacerbó cuando se produjo el incendio del templo de Apolo, pero ni siquiera en aquella circunstancia quiso Juliano recurrir al suplicio y a las ejecuciones.

La mordacidad de los antioquenos hizo de Juliano el blanco de sus bromas e insultos alusivos a su barba y a su celo religioso. Los insultos, que no se producían clandestinamente, sino en lugares públicos, como el mercado o el hipódromo, lograron alcanzar su objetivo y causaron honda herida en el carácter serio y desabrido de Juliano, quien, en lugar de tomar represalias violentas, prefirió responder con la composición de su célebre Misopogon, expuesto públicamente en febrero del 363. En este excepcional opúsculo, el autor comienza bromeando sobre su barba, pero, poco a poco, la chanza va dejando paso a una amarga justificación de su carácter y a los reproches hacia una ciudad que tan ingrata ha sido con su persona. Anuncia que jamás volverá a pisar Antioquía y que regresaría de la campaña persa pasando por Tarso de Cilicia. Como colofón, el monarca castiga a los antioquenos nombrando gobernador de Siria al cruel Alejandro.

En este contexto, Libanio, dividido entre el amor hacia su patria y su sincero afecto por Juliano, se ve obligado a tomar la palabra y compone dos discursos, el Disc. XVI, dirigido a la curia antioquena para reprocharle su actitud y solicitar de ella un cambio que anime a Juliano a regresar, y el Disc. XV, en el que pide a Juliano que reconsidere su decisión.

El Disc. XVI fue terminado poco después de que Juliano iniciase su marcha a Persia, el 5 de marzo del 363, como se desprende claramente del parágrafo 52, donde vemos cómo Juliano se encuentra en los mismos inicios de su expedición. Sócrates (Hist. Eccl. III 17) nos informa de que Libanio pronunció los Disc. XVI y XV ante un reducido auditorio, noticia que, en el caso de nuestro discurso, es verosímil. Libanio aprovecha su prestigio para dirigirse a la curia y obtener una rápida resolución que solucionara el problema. En este sentido, no parece que sean una ficción literaria las continuas invocaciones en el discurso a los curiales, como si estuviera siendo leído en una sesión de la curia. La urgencia del asunto no permitía la preparación de una publicación previa, que, posiblemente, no se produjo hasta después de la muerte de Juliano. A pesar de que no disponemos de testimonios directos sobre la acogida que tuvieron en la curia las propuestas de nuestro autor, el Disc. XV testimonia que no le hicieron demasiado caso. No sabemos si la investigación que la curia abrió para capturar a los responsables de los versos satíricos sobre Juliano fue motivada o no por este discurso.

Discursos III. Discursos julianeos.

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