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Entre la atracción y la coerción
ОглавлениеLa inasistencia escolar tenía causas más antiguas y generales, que las epidemias sólo acentuaron y complicaron. José Francisco López, autor de un libro sobre la instrucción pública en Alemania –que El Monitor publicó en sucesivos números– comparó la acción negligente del gobierno argentino con el de Prusia y otros Estados de Alemania, donde había residido varios años como encargado de la Legación argentina:
El Estado nuestro es liberal con la educación del pueblo; cree cumplido su deber con dar los dineros del presupuesto, pero sin tomarse la pena de investigar y vigilar el cumplimiento de las leyes escolares; flotando en medio mismo de nuestra Capital esos enjambres de muchachos vagos, sin vida escolar ni de familia, a pesar de la escuela obligatoria en teoría y de los recursos escolares, también en teoría, pues la parte que asiste a ella no llega a un 30 por ciento y de éste, más de la mitad salen de aquéllas antes de concluirla.48
En su opinión, el Estado no asumía sus obligaciones, la sociedad era indiferente y los padres negligentes e ignorantes. En el mismo sentido, Francisco B. Madero, presidente del Consejo Escolar del Distrito I, recomendó “arbitrar algunas disposiciones en el año próximo [1888] para obligar a los padres de familia que se muestren reacios para matricular o mandar a sus hijos a la escuela a que abandonen esta culpable indiferencia”.49 Se afirmaba la convicción de que había llegado el momento de hacer cumplir la obligatoriedad.
En particular preocupaban los distritos más poblados, como Monserrat, donde la matrícula era muy baja: “apenas asciende a la cuarta parte de los niños del distrito […]; la de varones a la octava parte […] estos hechos son graves en un distrito donde abundan las colmenas humanas llamadas conventillos”.50 Una de las razones era el trabajo infantil. Generalmente, entre los nueve y los once años, los niños de las familias muy modestas se iniciaban en algún tipo de trabajo que no requería calificación.51 La calificación lograda con algunos grados de la escuela primaria, si bien representaba para el futuro una mejora laboral, retrasaba varios años la obtención de un salario.
Pero además la escuela podía ser poco atractiva: en algunas escuelas el aprendizaje de la lectura y la escritura no era muy estimulante. La situación de las escuelas de la ciudad que quedaron bajo la órbita del CNE era variada: junto a algunas excelentes y afamadas existían otras poco renovadas; algunas habían sido pequeñas y rudimentarias escuelas a cargo de un maestro particular.52 En este conjunto heterogéneo la mejora de la calidad de la enseñanza dependía fundamentalmente de la capacitación de los maestros. Lo que más preocupaba a los inspectores eran los maestros-ayudantes poco calificados, a cargo de los primeros grados, quienes usaban métodos anticuados para enseñar las primeras letras. Los informes de inspección indican que hasta 1884 no se había universalizado la enseñanza simultánea de la lectura y la escritura; muchos maestros sin formación normalista aplicaban el viejo método de enseñar en forma separada a leer primero y luego a escribir. Con los nuevos planes de estudio en enero de 1888, fue necesario reiterar que la enseñanza de la lectoescritura en los primeros grados debía ser simultánea. La dificultad para capacitar a esos maestros-ayudantes era el poco tiempo que permanecían en su tarea, en la que eran sustituidos por otros igualmente malos. Con el tiempo, los maestros-ayudantes se capacitaron o desaparecieron, reemplazados por maestros normales.53
Otra de las viejas costumbres, conservada a pesar de reiteradas indicaciones en contra, era la promoción según criterios subjetivos, combinada con una fuerte tendencia de los maestros a hacer repetir el grado a los alumnos. Con este viejo sistema, los niños podían permanecer durante varios años en el mismo grado, y ésta era una de las causas de que la escuela fuera poco atractiva. En 1887 los inspectores informaban a la Comisión Didáctica, creada para modificar esta situación e integrada por Félix Martín y Herrera y Benjamín Posse: “Los padres se muestran descontentos al ver transcurrir los años sin adelantos apreciables y los alumnos se hastían del estudio y de la escuela estacionándose en el mismo grado”.54 Los informes de inspección señalan la gran cantidad de alumnos en los primeros grados, debida –para su asombro– no sólo al crecimiento de la matrícula sino a la gran abundancia de alumnos repetidores:
Lo que pasa en el primero se repite a menudo en los demás grados y es cosa digna de observarse cómo recorriendo ciertas escuelas e interrogando a los niños se llega a descubrir que una gran mayoría repite el segundo, repite el tercero y así sucesivamente, ya porque se encontraron deficientes en tal o cual materia que no se había enseñado bien en la escuela de enfrente, ya por uno u otro motivo cualquiera.
La repetición se relaciona con una vieja costumbre: “lo especial del caso –decían los inspectores– es que si se revisan las planillas de los exámenes anteriores se encuentra que muchísimos de los que repiten un curso habían sido aprobados en el mismo y aun con la calificación de distinguidos”.55 Esta situación hacía que los inspectores se preguntaran:
¿Qué resulta de todo esto? Que los años pasan, los alumnos se fastidian de la escuela, y así se van despoblando los grados superiores porque los varones se dedican a alguna ocupación lucrativa y las niñas llegadas ya a cierto grado de desarrollo físico, bastante precoz en nuestro clima, no se avienen ya con la disciplina de la escuela y la abandonan antes de haber cumplido unos y otras su educación primaria.56
Los exámenes eran verdaderos espectáculos brindados al público, formado por los padres de los alumnos, los vecinos y los notables de la sociedad que integraban las comisiones examinadoras, que observaban los logros infantiles y reconocían la labor del maestro. Las calificaciones bajas o intermedias eran consideradas una recriminación pública para el maestro, y se había convertido en una regla que los niños obtuvieran sobresaliente o distinguido. Esta ceremonia quedaba disociada de la promoción, que el maestro resolvía luego reubicando al alumno con criterios que variaban mucho de un docente a otro; así ocurría que quienes en los exámenes públicos habían sido calificados con sobresaliente repitieran el grado.
Se procuró modificar esta curiosa situación con el nuevo reglamento de exámenes para las escuelas públicas nacionales que se dictó en noviembre de 1887. Estableció tres tipos de exámenes –de ingreso, trimestrales y anuales– y reformó la integración de las comisiones examinadoras, tradicionalmente formadas por personalidades de la cultura y vecinos destacados de la comunidad. En adelante se integrarían con el personal docente del distrito y serían presididas por un vocal del Consejo Nacional, agregándose, por primera vez, el maestro del grado examinado, aunque sin voto. Los exámenes debían ser evaluaciones más eficaces y objetivas sobre el trabajo anual. A los inspectores les costó mucho lograr que los maestros modificaran sus tradicionales criterios subjetivos. Con la idea de afirmar un criterio más objetivo de promoción, la reforma del Reglamento de Exámenes creó también el certificado de promoción, que se debía otorgar obligatoriamente a partir de la calificación de “bueno” obtenida en el examen de fin de año. Este certificado aseguraba la promoción al grado inmediato superior en cualquier escuela pública y evitaba que se hiciera repetir el grado arbitrariamente al niño que cambiaba de escuela.
En suma, esa escuela desalentaba a los padres y alejaba a los niños. ¿Por qué iban a preferir la escuela pública? Daba lo mismo recurrir a un maestro particular que, como era costumbre, tenía una pequeña “escuela” en su casa, empresa particular que manejaba casi a su arbitrio. El niño también podía aprender en una escuela de las asociaciones de inmigrantes, en las que además se hablaba la lengua materna. ¿Por qué elegir las escuelas comunes del Estado?
Para el CNE fue un objetivo prioritario hacer preferibles las escuelas comunes. Implicaba en primer lugar hacerlas mejores: mejores edificios, mejores maestros, mejor selección de los contenidos y métodos más modernos. La competencia se libraba además en la aceptación de los propios niños, y para eso debían ser también más atractivas. Según la opinión de algunos inspectores, la matriculación y la asistencia dependían del trato que se daba a los niños en algunas escuelas y de la fama que se iban haciendo. Así, según los informes del Consejo, la escuela infantil de ambos sexos de Viamonte 67, en el Distrito I, tiene numerosos alumnos porque es
la más avanzada en su ubicación en la parte noroeste del distrito que es el paraje donde está radicada la mayor aglomeración de niños […] [que] unida al cariñoso atractivo para con sus alumnos que siempre ha ejercido la directora de esta escuela hace que esté constantemente llena habiendo sucedido que el Consejo ha tenido que intervenir para suspende la admisión de alumnos.57
Algo similar pasaba en la Escuela de varones N° 1 del Distrito IX, dirigida por Mauricio Penna, donde “el aprovechamiento y la bondad con que son tratados los alumnos prueban las pocas faltas que se notan, sin sacrificar la educación moral e intelectual del niño ni mucho menos la dignidad del obrero”.58 Por el contrario, la fama negativa de una escuela podía desviar los alumnos hacia otra más atractiva: “el excedente de alumnos –de la infantil de Viamonte 67– que no se ha podido recibir en esta escuela ha preferido ingresar en la de niñas italiana y en la de la calle San Martín a dos cuadras más de la infantil”.59
Un problema que contribuía a dificultar la asistencia escolar era el desplazamiento de la población hacia nuevos barrios, derivado del rápido crecimiento de la ciudad. En el Distrito I, la menor inscripción de ese año se debió a “la casi total desaparición de los muchos conventillos que existían en la parroquia, los que proporcionaban el mayor contingente de alumnos de esta escuela”.60 En los informes de inspección se percibe ese crecimiento de la ciudad día a día: en el abarrotamiento sorpresivo de alguna pequeña escuela, en la aparición de una nueva aglomeración en los bordes, o en la inesperada sobrepoblación de un barrio. En las zonas nuevas aparecían primero escuelas particulares precarias; tiempo después, cuando el poblamiento se había consolidado se fundaba una nueva escuela común. A veces era bastante después, pues este movimiento frecuente y no planificado de la población superaba las previsiones del Consejo y complicaba bastante su tarea.
El normal desenvolvimiento del curso escolar era afectado también por el trabajo de la familia. Una queja reiterada de maestros e inspectores es que un grupo numeroso no terminaba el año escolar o dejaba sin realizar sus exámenes porque la familia se trasladaba al campo. Algunos docentes lo atribuían a las malas condiciones sanitarias de la ciudad y las epidemias; es posible que otros se trasladaran para trabajar en las cosechas.61 Cualquiera fuera la causa, el ritmo escolar se perturbaba por el retiro de los alumnos, así que se propusieron soluciones como adelantar los exámenes o acortar el año lectivo. En 1887, el Distrito Escolar III había resuelto comenzar los exámenes antes de la fecha fijada para que los alumnos tuvieran el año completo, pues un número grande salía al campo: “de otro modo sería posible que los padres coloquen a sus hijos en otros establecimientos de educación, abandonando los del Estado que son los que ofrecen mayor garantía”.62
Desde enero de 1888, la campaña por la obligatoriedad se intensificó. La matrícula, imprescindible para cursar los estudios en cualquier escuela, debía sacarse cada año en el distrito escolar de residencia; el CNE recordó a todos los consejos escolares la obligación de llevar un libro de registro de las matrículas y rendir mensualmente cuentas de estos ingresos al Consejo. Establecida en 1882, la matrícula, que tenía un pequeño costo, había sido incluida en la Ley 1420 aunque hasta entonces casi no se había tomado en cuenta.63
El registro de las matrículas permitía el control del cumplimiento de la escolaridad con independencia del establecimiento donde se realizara. Agregó un elemento más a la competencia por los alumnos, pues muchas pequeñas escuelas particulares eludían este requisito, quizá porque suponía un gasto no desdeñable para las familias modestas, que se sumaba al pago del maestro particular y podía desviar la clientela hacia una escuela pública. Según el informe del Consejo Escolar de Flores, de mayo de 1888, la inscripción en la Escuela Elemental de Niñas de Rivadavia, en Caballito, no era muy numerosa debido a la multitud de colegios particulares que había en la zona; lo mismo ocurría con la baja inscripción en la Infantil Mixta N° 8, Calle de la Arena (Bañado), que se atribuía no sólo a la desidia de los padres sino también a las muchas escuelitas particulares que admitían a los niños sin matrícula.64
Algunos consejos escolares tuvieron iniciativas interesantes en esta campaña en pro de una matriculación general. Los consejos estaban habitualmente integrados por miembros destacados de la sociedad: escritores, científicos y hombres públicos, así como prósperos hombres de negocios que no sólo respaldaban la labor del consejo sino que a veces, como en este caso, sugerían respuestas novedosas. En 1887, el CE del Distrito I respaldó la iniciativa del flamante director de la Escuela Graduada de Varones N° 1 Pablo Pizzurno para realizar una fiesta escolar en la escuela a su cargo, como complemento de los exámenes de diciembre. Se procuraba, de esta manera, consolidar en la comunidad el aún incipiente consenso a favor de la escuela:
El programa de la fiesta ha sido confeccionado comprendiendo cantos escolares y ejercicios de gimnasia por los alumnos de la escuela; algunas piezas escogidas de piano y violín […] pero la parte principal de este programa, y el objeto esencial de la fiesta, lo que ha dado más animación y cautivado el interés del numeroso público que asistió, han sido las lecciones dadas a los alumnos, sobre diferentes ramos de enseñanza, dadas en presencia del público, por el Director y varios maestros; lecciones dadas a distintas secciones del 1°, 2° y 3° grado, en la forma acostumbrada en la escuela. Esta parte de la fiesta ha sido la más amena, la que más ha llamado justamente la atención, teniendo la importancia de poner de relieve las ventajas de los métodos modernos aplicados con maestría, y que los progresos pedagógicos nos han conducido a hacer de las lecciones de enseñanza, antes áridas, penosas y mortificantes para los niños, ahora una útil y amena diversión, a propósito para figurar en el programa de una fiesta […] El señor vocal de ese Consejo Dr. Don Félix Martín y Herrera, los vocales del Consejo Escolar señor Dr. Perrone y el señor Gallardo, los señores inspectores general y técnicos, han sido testigos del magnífico éxito obtenido en esta parte del programa. La concurrencia ha sido numerosa y escogida, compuesta de padres de los alumnos, todo el personal docente del distrito y directoras de las escuelas graduadas del municipio y varias distinguidas familias del distrito y fuera de él.65
Los consejos escolares de los distritos XIV y XI –este último presidido por Estanislao Zeballos–, muy preocupados por la bajísima matriculación, prepararon una serie de medidas para “estimular a los padres de familia y aplicar con todo rigor el carácter obligatorio de la educación”. Los padres fueron invitados a “presenciar los exámenes de sus hijos, en horas que no son de labor”, invitaciones que sin embargo fueron “recibidas con una indiferencia deplorable”.66 En el Distrito XIV se dispuso fijar carteles en las esquinas, para anuncio y advertencia, y a la vez controlar la población mediante un cuerpo de vigilancia formado por vecinos que habían prestado servicios en el Censo.67 El CNE aprobó esta iniciativa, pero moderando el rigor de los consejeros del Distrito XIV. Según las indicaciones del inspector técnico Juan M. de Vedia: los comisionados de vigilancia debían ser gratuitos, se limitarían a compeler a los padres a matricular a sus hijos, las multas sólo se impondrían después de una advertencia verbal, y en caso de no obtener resultado, una amonestación por escrito, y éstas no excederían el mínimum de las penas establecidas en la ley. Pocos días después, el CE del Distrito XI dispuso estimular la concurrencia a las escuelas imprimiendo carteles en español y en italiano, distribuidos a domicilio y fijados en parajes públicos.68 También decidió realizar un censo de la población infantil en edad escolar para determinar la situación y arbitrar las soluciones. Los resultados se publicaron en julio de 1888 y esta medida fue imitada por otros consejos escolares, como los de los distritos I y V.
El Consejo del Distrito XI adoptó otra ingeniosa medida: la creación de un puesto de médico para el distrito. Luego de una investigación personal realizada por algunos miembros de ese Consejo, se había descubierto que “ciertas escuelas extranjeras dependientes de las sociedades de beneficencia o de socorros mutuos ofrecen mayores facilidades y encarnan múltiples beneficios para los intereses de los padres o tutores de los niños en edad escolar, a pesar de tener que hacer un desembolso en forma de cuota mensual”.
Los miembros del Consejo inquirieron sobre las “causas de esta anomalía”, con el propósito de “atraer el mayor número de educandos a las escuelas públicas sometidas a su inspección y cuidado”; se descubrió que “ellas eran la resultante de la asistencia médica gratuita que proporcionaban esas instituciones a los hijos de sus asociados”. Explicaron al CNE que como consecuencia de la creación del puesto de médico del Distrito XI y del censo escolar,
de los setecientos niños de ambos sexos que en este distrito no recibían educación en 1887, más de la mitad concurren ya a nuestras escuelas, habiendo abandonado otros tantos establecimientos particulares de enseñanza para inscribirse en los que encontraban mejor enseñanza, mayor control y tratamiento esmerado sin tener que hacer ningún desembolso. De lo que se convencieron por medio de nuestra propaganda.69
Así, se ponía de manifiesto otra preocupación anexa al propósito de lograr la asistencia efectiva de los niños a las escuelas. Además de librarse una lucha contra la falta de escolarización, había una competencia con las escuelas de los grupos inmigratorios extranjeros por la captación de la población infantil.